Portal:Panorama Mundial/ECONOMÍA/2016-01-15

La guerra de precios del petróleo y la transición energética

DIAGONAL 8 de enero de 2016 ESPAÑA

Luis González*

EL PETRÓLEO, EL carbón y el gas natural constituyen el 81% de nuestro consumo de energía primaria, lo que significa que somos terriblemente dependientes de un recurso que obtenemos en mercados exteriores, endeudándonos seriamente.

España debe abordar con urgencia la transición energética para abandonar, lo más rápidamente posible, una economía basada en los combustibles fósiles y dirigirse hacia otro paradigma económico en el que los criterios directores son el ahorro, la eficiencia energética, la producción de energías renovables y un acceso justo y socialmente sostenible a los suministros. ¿Cuántas veces hemos leído esta aseveración? Todo el mundo está de acuerdo. Esta cantinela forma parte ya de los discursos oficiales que, como sucede en las cumbres sobre el clima, es un enfoque políticamente correcto y queda bonito pero que no se concreta nunca en compromisos concretos y vinculantes.

La mayoría de las fuerzas políticas que gobiernan o aspiran a gobernar España no parecen conocer otra economía que la que aspira al crecimiento indefinido, basada en el uso de los combustibles fósiles y la explotación de los recursos materiales, sin preocuparse de las claras señales de agotamiento. Y lo peor es que se resisten a considerar, ni siquiera a imaginar, otra economía que no comprenden. Pero a España no le queda otro remedio que abordar con urgencia la transición energética, no hay tiempo que perder, y debe hacerlo sin rodeos, sin subterfugios porque:

La industria petrolera está inmersa en una guerra de precios sin cuartel. El mercado del petróleo y del gas está soportando una guerra de precios a la baja, en la que los principales productores mantienen altas sus tasas de producción, a pesar del exceso de oferta, para expulsar del mercado a sus competidores, que pierden dinero al producir muy por debajo de sus costes.

La seguridad de suministro energético está en riesgo. Crecen las probabilidades del colapso de la industria petrolera a causa de la guerra de precios, que está provocando el cierre de explotaciones y la bancarrota de muchas empresas productoras. El mal trago de la industria repercute en los mercados financieros dejando en el camino muchos créditos fallidos, la dificultad de contratar seguros de cobertura y, en general, la retirada del dinero de los inversores de un mercado de riesgo.

España actualmente no puede tomar decisiones soberanas en materia energética, porque importa el 100% de los productos petrolíferos y el 80% del carbón que consume, quedando al albur de los vaivenes en los mercados y los conflictos armados que estallan en Oriente y norte de África.

La quema de combustibles se traduce en deuda. Frente a las inversiones en energías renovables, que crearían una infraestructura productiva estable, la compra de combustibles es un gasto que representa una pesada carga en nuestra balanza comercial, en torno a los 43.000 millones de euros anuales.

El cambio climático ya se está manifestando en España, en forma de fenómenos meteorológicos extremos, inundaciones, olas de calor, sequía y reducción de cosechas, por ejemplo. La reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero pasa, ineludiblemente, por el abandono de los combustibles fósiles.

La transición energética debe figurar en los proyectos políticos inmediatos, independientemente de cuál sea el horizonte del poder o la composición de los gobiernos de España. Debemos encarar un cambio de paradigma económico que, partiendo de una economía desarrollista de base fósil, debe construir una economía circular y sostenible. Esta transición es ineludible porque seguir en la senda actual, como si los recursos fuesen infinitos o esperando que la tecnología resuelva mágicamente el cambio climático, es insostenible a medio plazo desde todos los puntos de vista. El cambio de paradigma no es una amenaza, ciertamente producirá grandes transformaciones económicas y sociales, pero lleva también en su seno enormes oportunidades de crecimiento. Ya sabemos que los gobiernos del pasado, de orientación capitalista y liberal son refractarios, lo han demostrado ya sobradamente, a abordar las necesarias medidas económicas y sociales que hagan posible este cambio de enfoque económico. Así que más nos vale que la política económica esté dirigida por gobiernos de cambio, con suficiente apoyo popular y sometidos al escrutinio ciudadano.

El petróleo y el gas son baratos

Los precios de los combustibles fósiles, el petróleo y el gas natural, no han dejado de bajar desde 2014. En junio de 2014 el precio medio del West Texas y el Brent estaba en torno a los 105 dólares el barril. A partir de ahí comenzó un persistente descenso de precios que a lo largo de 2015 no se ha detenido, salvo un ligero repunte veraniego.

Hay que señalar que, aunque en diciembre de 2015 el precio del barril se situó en torno a los 35$ por barril, los intermediarios pudieron conseguir mucho petróleo aún más barato. Algunos crudos mexicanos se estaban comprando en diciembre por menos de 28$ el barril, Iraq estaba ofreciendo a algunos compradores asiáticos su crudo pesado (Bashra Heavy) a 25$ y en algunos lugares aislados del Canadá occidental rondaba los 22$. En Estados Unidos, el barril de petróleo procedente de fracking de la formación de Bakken, entre Dakota y Montana, se estaba pagando a 27$.

Los precios del gas natural también corrieron la misma suerte y, en diciembre, descendieron hasta los niveles de 1999 tras conocerse que sólo se estaba vendiendo la tercera parte del consumo promedio semanal. Los analistas advierten que el exceso de oferta de gas natural continuará en 2016 y que puede haber problemas para almacenar el exceso de gas producido. La producción de gas natural, a estos precios, ya no es rentable.

Ante el exceso de oferta y la baja demanda, la industria gasista apuesta por sustituir por gas el carbón que se utiliza para generar electricidad y por extender el comercio global de gas natural licuado, lo que exige construir instalaciones específicas de compresión para licuar el gas y almacenarlo, transportarlo en buques metaneros a los mercados y construir instalaciones de regasificación, en los puertos de descarga, para inyectarlo en los gaseoductos. Hay un gran número de estas instalaciones para exportar gas natural licuado, algunas en construcción y otras que están empezando a entrar ya en funcionamiento.

Pero, como los precios del gas natural se fijan en referencia a los precios del petróleo y los precios del crudo se han desplomado, las exportaciones de gas natural licuado ya no son tan rentables como esperaban los propietarios de las instalaciones de compresión y regasificación. La desconfianza del mercado europeo y las incertidumbres sobre la seguridad de suministro del gas ruso abre expectativas de negocio a largo plazo para la industria gasista y, en particular, para la industria española, que sueña con convertir a España en un nodo de comercio de gas para suministrar a Europa, reduciendo su dependencia del gas ruso.

Cada vez es más evidente que en 2016 habrá una gran conmoción en la industria del petróleo y el gas. En la primera semana de enero, por ejemplo, el barril se ha cotizado ya a 32 dólares, sembrando el pánico en todas las bolsas. Con precios que rondan ya los 30 dólares el barril, cuando ya no es rentable cubrir la demanda con contratos a futuro y ya no queda margen para reducir costes y mejorar la eficiencia en los procesos de producción, muchas empresas petroleras pequeñas tendrán que cerrar. Muchas compañías ya no eran rentables incluso cuando el petróleo estaba por encima de 100 dólares el barril y para sobrevivir están recurriendo a un fuerte endeudamiento a bajas tasas de interés.

¿Por qué está tan barato el petróleo?

El petróleo tiene un precio muy inestable, que refleja fielmente las tensiones geopolíticas en las zonas de producción y en los mercados financieros. Por ejemplo, las sucesivas crisis del petróleo de 1973, 1979 o 1990, con subidas bruscas de los precios, se corresponden con conflictos graves en los países productores de Oriente Medio. Por otra parte, el descenso de precios de la década de los 80 y en 2007-2008, se corresponden con la depresión causada por anteriores crisis económicas o financieras.

Pero la actual caída prolongada del precio del petróleo tiene un origen novedoso. Comienza a causa de la baja demanda de los grandes consumidores, los países de Europa occidental, EE UU y China, sumidos en una profunda crisis económica que estalló en 2007 y que aún se hace notar ocho años más tarde. En una situación de baja demanda, el comportamiento lógico del mercado aconsejaría reducir la producción para recuperar los precios. Pero algunos países de la OPEP, especialmente Arabia Saudí y Rusia, se niegan a reducir la producción para recuperar los precios.

En la pasada crisis de exceso de oferta de los años 80, cuando la OPEP disminuyó la producción para que subiera el precio del barril, sus clientes fueron a comprar a otros proveedores y los saudíes perdieron cuota de mercado. Ahora, la OPEP produce 32 millones de barriles al día y los saudíes no están dispuestos a pisar el freno, porque no quieren perder su cuota de mercado. Rusia tampoco quiere reducir la producción, porque eso refuerza su posición y expulsa del mercado a muchos pequeños productores y, sobre todo, condena a la ruina a la pujante industria norteamericana del petróleo no convencional obtenido mediante fracking. La ley de la oferta y la demanda ya no sirve para explicar lo que algunos insisten en llamar “libre” mercado. Es una guerra en toda regla, con práctica generalizada de dumping, en busca de la hegemonía en el mercado petrolífero.

Además, se prevé un invierno inusualmente cálido en 2015-2016, a causa del ya innegable cambio climático, lo que contribuirá a una demanda más baja de lo esperado y reforzará el hundimiento de los precios.

El problema de las reservas

Con exceso de producción y una demanda retraída, ¿qué se puede hacer con el crudo que no se vende? La solución es guardarlo para acumular un stock de reserva. Muchos países almacenan reservas de petróleo y otras materias estratégicas, para hacer frente a potenciales problemas de desabastecimiento y asegurar así el suministro durante un tiempo prudencial. En España las reservas estratégicas las gestiona la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (CORES), una entidad que debe controlar e informar del cumplimiento de la obligación legal que tienen los operadores del sector petrolífero, es decir, las refinerías, empresas logísticas y de almacenamiento, de mantener en reserva la cantidad necesaria de productos para atender la demanda durante 90 días.

Según CORES, las existencias de crudo crecieron en 2014 un 5,4% y un 11,1% las de productos petrolíferos destilados. Por su parte, las existencias de gas natural crecieron un 37,7%, almacenando un 16% más en los almacenes subterráneos y aumentando un 107,4% el gas almacenado en las plantas de regasificación, cuya utilización como almacenes fue autorizada por el gobierno. Estamos deseando ver las cifras correspondientes a 2015.

En otros países productores, especialmente en EEUU, los depósitos de reservas estratégicas de crudo y productos petrolíferos están actualmente llenas hasta los bordes. Algunos expertos estiman que se tardará dos años en eliminar el exceso de crudo almacenado en los depósitos cuando se equilibre la oferta y la demanda, si es que se alcanza algún día ese equilibrio. Por su parte, Goldman Sachs lleva meses advirtiendo que Estados Unidos podría quedarse pronto sin espacio para almacenar crudo. Decenas de súper petroleros están anclados en aguas del Atlántico y del golfo de México, cargados con millones de barriles de petróleo, a la espera de un puerto en el que descargar. También hay 250.000 toneladas de gasoil vagabundeando por el Mediterráneo buscando también un lugar para descargar. Pero la producción no se detiene ni disminuye. ¿Hasta cuándo?

Las consecuencias del desplome de los precios

Para muchos de los países exportadores de crudo, el desplome de los precios del petróleo representa una merma importante en sus ingresos fiscales y un severo problema de desequilibrio presupuestario. Con el barril por debajo de los 40 dólares, ninguno de los países miembros de la OPEP puede alcanzar el equilibrio fiscal.

Incluso para muchos de los principales productores (Venezuela, Arabia Saudita o Argelia) los ingresos del petróleo y el gas son la partida más importante de sus exportaciones y de su PIB. Como estos países dependen de los ingresos del crudo, con unos precios por debajo del valor de equilibrio tienen dificultades para mantener funcionando su economía y sus programas sociales, lo que genera tensiones e inestabilidad social. Muchas pequeñas compañías están hoy en serias dificultades financieras porque, con unos precios tan bajos, apenas ganan lo suficiente para pagar los intereses de los préstamos con los que pusieron en marcha su explotación de fracking. Por no hablar de las dificultades para obtener nueva financiación, cuando los inversores son cada vez más conscientes que invertir en petróleo es hoy el juego más peligroso.

¿Qué pasará si el precio del crudo se acerca a los 20 dólares y se mantiene pertinazmente en ese entorno? ¿Qué productores podrán mantenerse trabajando y perdiendo dinero indefinidamente? ¿Cómo se puede justificar el funcionamiento de una industria que ya no tiene sentido económico? Muchas empresas del sector del gas y el petróleo están quebrando y el paro en el sector se extiende. Cesar la producción para retomarla cuando vuelvan tiempos mejores no es una opción porque, cuando una compañía quiebra, despide a trabajadores muy cualificados, cierra explotaciones y se deshace de sus activos en concursos de acreedores. En otras palabras, se destruye tejido productivo y para retomar la actividad hay que volver a empezar desde el principio.

¿Qué consecuencias tendrá para los países productores una pérdida de ingresos tan significativa? ¿Qué puede pasar en Argelia, Egipto, Azerbajan o México, por ejemplo, con el cese de la actividad petrolera? Cada país tiene sus propias peculiaridades, es cierto, pero hay algo que tienen en común: unos ingresos del petróleo elevados han servido, hasta ahora, para mantener las redes clientelares de las élites dirigentes, además de un generoso flujo de subvenciones y subsidios, que engrasan la fidelidad de sus poblaciones. Pero la caída brutal de los ingresos puede traer consigo ajustes de cuentas, recorte de subvenciones y prestaciones sociales, penurias para la población y el inicio de una espiral de conflictos de resultado incierto. ¿Cómo nos afectarán las turbulencias y conflictos que, probablemente, se desatarán en nuestros países proveedores?

De nuevo, la urgencia de la transición

El petróleo, el carbón y el gas natural constituyen el 81% de nuestro consumo de energía primaria, lo que significa que somos terriblemente dependientes de un recurso que obtenemos en mercados exteriores, endeudándonos seriamente. Nuestro nivel de dependencia energética al exterior se situó en 2013 en el 86%, muy por encima de la media europea. Deberíamos reducir nuestro nivel de dependencia de los fósiles para recuperar soberanía energética. ¿Por qué esperar a que las turbulencias del declive del petróleo nos afecten gravemente? ¿Podemos asumir que los posibles conflictos en Oriente Medio y el norte de África no nos afectarán? Obviamente, no.

Tenemos unas metas que alcanzar y unos compromisos que cumplir para hacer nuestra aportación en la lucha contra el cambio climático. Tenemos los recursos necesarios: más horas de insolación que muchos países desarrollados, vientos abundantes, capacidad investigadora de excelencia, ingeniería del más alto nivel para ser tecnológicamente pioneros. ¿A qué estamos esperando?

Algunos grupos de poder, con intereses en el enorme negocio de la energía, ante la evidencia del cambio climático y el descrédito de un modelo de desarrollo económico indiferente ante el agotamiento de los recursos y los daños al medio ambiente, están tratando de armar un discurso que ensalza la necesidad de apoyarse en la energía nuclear como energía limpia, que no emite CO2, y en el gas natural como energía de transición. Pero la energía nuclear es insostenible y peligrosa, depende también de recursos materiales finitos y socializa los enormes costes de los residuos que genera. Por su parte, el gas natural también contamina, es finito y está sometido a las mismas turbulencias que el petróleo.

No dejemos que nos desvíen del objetivo de transitar hacia un modelo energético descarbonizado, basado en la generación distribuida de energías renovables y socialmente justo. Exijamos aquí y ahora medidas políticas ambiciosas a medio y largo plazo.

Selección en Internet: Inalvys Campo Lazo

  • Coordinador de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético.

Los BRICS: una fábula de nuestro tiempo

LA JORNADA 9 de enero de 2016 MÉXICO

Immanuel Wallerstein*

LA HISTORIA DE los BRICS es extraña. Comienza cuando Jim O’Neill, en ese momento coordinador de la gestión de activos en Goldman Sachs, la gigante casa de inversiones, escribió un artículo ampliamente comentado acerca de lo que hemos venido a llamar "economías emergentes". O’Neill destacó a cuatro países –Brasil, Rusia, India y China–, todos los cuales son lo suficientemente grandes en tamaño y territorio como para tener un peso notorio en el mercado mundial. Los llamó los BRICs.

O’Neill argumentó que sus activos crecían a un ritmo tal, que llegarían a controlar colectivamente el valor de los activos mantenidos por los países del G-7, durante mucho tiempo considerados los países más ricos del sistema-mundo. O’Neill no dijo con exactitud cuándo habría de ocurrir esto –a más tardar hacia 2050. Pero ubicó el surgimiento de los BRICs como más o menos inevitable. Dada la posición de Goldman Sachs, en esencia le estaba diciendo a los clientes de dicha firma que ubicaran partes significativas de sus inversiones en estos cuatro países mientras sus activos siguieran vendiéndose baratos.

Los argumentos prendieron, aun al interior de los cuatro países en cuestión. Los cuatro países de los BRICs decidieron asumir el nombre y crearon estructuras para celebrar reuniones anuales a partir de 2009, con el fin de transformar su fuerza económica emergente en una fuerza geopolítica. El tono de sus sucesivas declaraciones colectivas fue hacer valer el sitio del Sur contra el Norte, en especial Estados Unidos, en el sistema-mundo. Hablaban de reemplazar el dólar como divisa de reserva, con una nueva divisa basada en el Sur. Hablaron de crear un banco de desarrollo con sede en el Sur para que asumiera muchas de las funciones que eran de la competencia del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Hablaron de redirigir los flujos de comercio mundial, enfatizando los intercambios Sur-Sur.

Hablaban de todas estas cuestiones, pero de algún modo nunca lograron instrumentar estas propuestas. En cambio, desde 2010 se concentraron en gozar de los frutos del alto nivel de los precios de las mercancías de exportación, lo que permitió a los cuatro países aumentar significativamente los niveles de ingreso de los estratos medios y altos, y aun incrementar algunos beneficios para los estratos inferiores.

Los tiempos parecían buenos, y no sólo para los BRICs. En 2009, Sudáfrica se las arregló para convencer a los cuatro miembros de los BRICs que lo admitieran como quinto miembro del grupo. El nombre cambió entonces de BRICs a BRICS, con la S final referida a Sudáfrica. Sudáfrica en realidad no cumplía con los criterios económicos que O’Neill especificara, pero en términos de geopolítica permitió al grupo decir que tenían un miembro africano.

Entretanto, otros países comenzaron a mostrar características económicas semejantes a aquellas de los BRICS. Los periodistas comenzaron a hablar de MINT –México, Indonesia, Nigeria y Turquía. Aunque este grupo también incluía economías "emergentes", nunca se convirtieron una estructura formal. Otro miembro era un miembro obvio: Corea del Sur. Sin embargo, Corea del Sur ya había sido admitido en el club de los acaudalados –La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE)– y como tal no vio la necesidad de impulsar más su estatus geopolítico.

Luego, de pronto, la fuerza económica de los BRICS dio un giro hacia empeorar en la década de 2010. No era que los países del G-7 estuvieran acelerando su crecimiento de nuevo, sino que los BRICS mostraban cifras disminuidas en sus activos. El rápido ascenso de los BRICS pareció desvanecerse.

¿Qué había ocurrido? Una mirada a la economía-mundo de la primera década del siglo XXI muestra que el auge económico mundial estaba impulsado en gran medida por la industrialización y la construcción sin restricciones. Esto creó una enorme demanda de insumos de todo tipo, que China obtuvo de los países de los BRICS y de otras partes. El auge de China se construyó sobre algunas irresponsables y endebles políticas de préstamos de un gran número de bancos regionales que comenzaron a existir, auxiliados y permitidos por una considerable corrupción. Cuando el gobierno chino buscó reparar el daño, su tasa de crecimiento se desplomó pese a que siguió relativamente alta.

Además, el intento de China por afirmar su poderío geopolítico sobre sus vecinos en Asia oriental y sudoriental ha conducido a tensiones acumuladas. Aunque se dice que esto es parte de la rivalidad entre China y Estados Unidos, tanto China como Estados Unidos han sido cuidadosos en no dejar que la rivalidad vaya tan lejos que amenace las posibilidades de más largo plazo para una sociedad.

Los ajustes de China se sintieron en otros lados de inmediato, y en especial en los otros países de los BRICS, lo que resultó endeble económicamente y por tanto en una vulnerabilidad política. La dramática caída de los precios mundiales del crudo cobró su cuota. Uno tras otro, los países de los BRICS se hallaron en problemas, cada uno de modo diferente.

Las políticas económicas de Brasil, que habían combinado políticas macroeconómicas neoliberales con importantes transferencias al tercio más pobre de la población –el famoso Fome Zero o Hambre Cero–, ya no funcionaron. Las fluidas y siempre cambiantes alianzas políticas en la legislatura brasileña se volvieron un escenario turbulento, que amenazó la estabilidad política. En este momento los dos bandos principales están buscando someter a juicio al líder del otro bando. Y la imagen de la persona que construyera las exitosas políticas previas de Brasil –Lula, el anterior presidente Luiz Inácio Lula da Silva– se manchó de mal modo.

Las políticas rusas de pesada inversión en lo militar combinadas con una redistribución económica auxiliada por el Estado quedaron fuertemente amenazadas por la caída en el precio del gas y del crudo. Su asertividad geopolítica en Ucrania y Medio Oriente condujo a varios tipos de boicots que lastimaron su ingreso económico nacional marcadamente.

El intento de India por ponerse al corriente, no sólo con Occidente sino con China, resultó en un daño ecológico masivo y en una disminución de las inversiones de su diáspora en América del Norte y Europa occidental. El actual gobierno, encabezado por el primer ministro Narendra Modi, está encontrando que es difícil cumplir las promesas que condujeron a su avasalladora victoria reciente.

En Sudáfrica, la abrumadora mayoría del Congreso Nacional Africano (CNA) amaina finalmente, conforme una creciente proporción del electorado es demasiado joven para recordar la lucha contra el apartheid. En cambio, la política se torna cada vez más una política basada en lo étnico. Y el CNA es amenazado por una corriente emergente anti-blanca entre los votantes más jóvenes, tan ajenos a las políticas anti-raciales del CNA. Además, los vecinos de Sudáfrica se inquietan cada vez más por la mano dura de Sudáfrica en su política interna.

¡Ay, cómo caen los poderosos! Cualquiera duda de lo que permanece de las aspiraciones geopolíticas de los BRICS.

Selección en Internet: Melvis Rojas Soris

  • Sociólogo e historiador estadounidense. Inspirado en los trabajos de Fernand Braudel, ha desarrollado el concepto de «economía-mundo capitalista».

Los cuentos de las cuentas de la deuda

EL SALMÓN CONTRACORRIENTE 16 de diciembre de 2015 ESPAÑA

Iolanda Fresnillo*

EL BANCO DE España (BdE) acaba de publicar, como hace habitualmente, los datos de deuda pública del tercer trimestre, es decir, la deuda acumulada por las administraciones españolas hasta septiembre de 2015. Se publicaron el pasado 11 de diciembre aunque se muchos medios se habían hecho ya eco cuando en noviembre el BdE avanzó los datos. Medios y redes han destacado que la deuda soberana en nuestro país se eleva ya al 99,3% del PIB, superando en septiembre las previsiones fijadas por el gobierno de Rajoy para todo el año. Y es que el Estado español rompe año tras año todos los récords en lo que a deuda pública se refiere.

¿Qué se esconde tras esos 1.062.315.000.000 euros de deuda pública?

Sí, 1,06 billones de euros… billones como en millones de millones, es decir, 22.883,34 euros por cada habitante español. Esta es una de las principales cuestiones que pretendemos responder desde la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda.

Para ello hemos publicado recientemente un informe que analiza la evolución de la deuda española desde el año 2000 hasta 2014. Hemos recopilado datos oficiales y los hemos analizado para explicar el cómo y los porqué de la evolución de la deuda pública, así como las razones que han motivado las medidas de austeridad llevadas a cabo. Con ello, queremos darle la vuelta al discurso oficial, el de una deuda bajo control y que no supone una amenaza para nuestros derechos o nuestro bienestar.

El relato neoliberal: la deuda bajo control

Cuando en los medios, desde el gobierno o los partidos políticos se valora la situación de la deuda española, se hace desde el punto de vista del relato neoliberal. Bajo la apariencia objetiva de los técnicos economistas, se presenta una situación en la que la evolución de la deuda pública está bajo control y las medidas de austeridad son la razón para ello.

Las buenas perspectivas que apunta el Gobierno de Rajoy para 2016, con una reducción de los intereses de la deuda y del endeudamiento en general, han sido puestas en duda incluso por Bruselas. Estas perspectivas se basan en una previsión de crecimiento económico, que debería llevar a un incremento de los recursos públicos (incluso en un escenario de reducción de impuestos como promete el PP en plena campaña electoral), absolutamente delirante según diversos analistas. El gobierno que salga de las elecciones del 20D deberá revisar sin duda esas previsiones y ese escenario excesivamente optimista.

Si bien es cierto que el Estado español se está endeudando con los mercados a intereses muy bajos, incluso negativos en el caso de la deuda a corto plazo, con una prima de riesgo bajísima, también lo es que se trata de una situación que puede cambiar en cualquier momento. La bancada neoliberal ve en el crédito barato que los mercados ofrecen a España un signo de que la crisis de la deuda está superada, alimentando así el espiral de endeudamiento de la administración pública española.

En 2015 el Estado habrá captado en los mercados 239 mil millones de euros en emisiones de deuda y letras del tesoro, de los que unos 50 mil millones son emisiones netas de deuda (es decir, nueva deuda con los mercados, mientras el resto son refinanciaciones), y el ministerio de economía presume de los bajos costes de dicho endeudamiento. En 2016 el Gobierno español tendrá que refinanciar más de 200 mil millones de euros de deuda, dependiendo nuevamente de que los mercados internacionales mantengan su “confianza” en España y los intereses bajo mínimos.

Sin embargo, un incremento de los tipos de interés o una pérdida de confianza de los mercados, generada por cualquier desequilibro interno o externo, o por un cambio en la política de compra de deuda por parte del Banco Central Europeo, puede darle un vuelco a la situación y llevarnos de nuevo a un episodio como el vivido en 2012 con la prima de riesgo disparada. En esta ocasión la situación sería mucho más dramática, ya que el ajuste probablemente requerido llegaría sobre unos servicios públicos y unos derechos sociales reducidos ya a su mínima expresión y con un endeudamiento mucho mayor.

Bajo el relato optimista de la superación de la crisis de deuda se esconde también la farsa del éxito de las políticas de austeridad. Lo cierto es que la deuda sigue lastrando los derechos y el bienestar de la mayoría de la población española. Los más de 700 mil millones de deuda emitida desde 2013 podrían haber servido para invertir en economía productiva y generar puestos de trabajo. Pero han ido a pagar la deuda, a rescatar los bancos o financiar grandes infraestructuras de dudosa utilidad social y viabilidad económica. Los pagos de deuda y sus intereses, realizados en base a nuevo endeudamiento, siguen siendo aún hoy la razón para seguir aplicando recortes, teóricamente para hacer frente a unos límites de déficit fijados desde Bruselas. Unos límites y una austeridad definidas con el único objetivo de desmantelar el Estado del bienestar, generando así mayores márgenes de beneficios para los propietarios del capital.

Lo que nos dicen las cifras: la deuda fuera de control

Hemos visto que el relato neoliberal de una crisis de deuda superada se basa en previsiones irreales y en el inestable flujo de crédito barato. ¿Qué nos dicen las cifras? ¿se ha superado la crisis de la deuda pública?

La deuda de la economía española alcanzaba a finales de 2014 la escandalosa cifra de 4,49 billones de euros. Esto equivale al 424% del Producto Interior Bruto (PIB), es decir, la deuda es más de cuatro veces lo que produce la economía real. Esta deuda se ha multiplicado por 2,6 entre el año 2000 y 2014. España, sigue por tanto teniendo un problema enorme de deuda privada.

Entre 2000 y 2007, años previos al estallido de la crisis, la deuda privada se disparó (aumentó en 2,77 billones de euros) mientras que el endeudamiento público prácticamente no se vio incrementado (en términos nominales, aumentó sólo 39.258 millones de euros). Por lo tanto, el problema de la deuda pública hoy difícilmente se puede atribuir a un excesivo gasto público, mediáticamente señalado como ’generador de déficit’. Desde el punto de vista de servicios públicos, lejos de ’vivir por encima de nuestras posibilidades’, lo cierto es que el gasto público se sitúa en España en todo este período por debajo de los países de nuestro entorno. El porcentaje de inversión en servicios públicos respecto al PIB en el caso español está por debajo de la media de los 27 países europeos.

Es a partir de 2007 cuando se dispara la deuda pública, desde los 646 mil millones de euros en 2007 hasta los 1,06 billones de hoy. Un incremento debido principalmente al desequilibrio fiscal generado por la disminución de recaudación, y por un aumento de los gastos, entre otros por un mayor coste en las prestaciones de desempleo, pero también por el incremento del pago de intereses de la deuda y, por supuesto, a causa del rescate bancario. Desde 2007 la deuda privada se ha visto reducida en 657.167 millones de euros, sobre todo por la reducción del endeudamiento de las familias y de las empresas no financieras.

En definitiva, la deuda soberana, tanto en términos absolutos como relativos al PIB, no ha dejado de crecer, pasando de 440 mil millones de euros en el año 2000 al más de un billón de euros acumulado hasta septiembre de 2015. Una deuda que cómo argumentábamos sigue teniendo un impacto directo en el bienestar de la población.

En los presupuestos de 2016, aprobados con prisas y sobre premisas poco rigurosas cuanto menos, los intereses de la deuda se comen 33.490 millones de euros. Una cifra sensiblemente inferior a la de 2015, debido a los mejores tipos de interés a los que se financia el Estado. Aún con eso sigue siendo la tercera partida presupuestaria, después de las pensiones y las transferencias a comunidades autónomas y ayuntamientos.

El pago de dichos intereses ha aumentado un 84% desde el estallido de la crisis (2007), incremento que no se han compensado con un aumento de los ingresos, más bien al contrario. Entre 2007 y 2014 se han pagado 613 mil millones de euros en intereses, y hasta 1,7 billones si sumamos intereses y amortización de la deuda pública. En sentido contrario, miles de millones de euros han sido “recortados” de las partidas de gasto social, con los impactos que ya conocemos.

Últimamente se apunta a las comunidades autónomas para explicar el déficit y el incremento de la deuda pública. Sin embargo, la deuda de la Administración central es la que más ha crecido, un 183% desde 2008 (frente al 169% de aumento de la deuda de las comunidades autónomas en el mismo período). Tres cuartas partes de la deuda pública corresponden a la de la administración central, un 20% a la deuda de las comunidades autónomas, y tan sólo un 3% y un 2% a la de los ayuntamientos y la seguridad social respectivamente.

En realidad, para entender el aumento de la deuda, más que mirar a los gastos, a pesar de la importancia del impacto del incremento de los intereses o el rescate bancario, hay que mirar a los ingresos. Y es que desde 2007 se han reducido un 12% los ingresos fiscales, principalmente por un regresivo e ineficiente modelo tributario. Entre 2007 y 2012 (años en los que tenemos datos de ingresos consolidados) el impuesto de sociedades ha dejado de ingresar 27.781 millones de euros. El impuesto sobre la renta, principal fuente de ingresos fiscales (y que recae sobre todo en el esfuerzo de las clases trabajadoras) ha dejado de ingresar 2.600 millones de euros. El ajuste por el lado de los ingresos se ha hecho de forma casi exclusiva a través del aumento de impuestos regresivos como el IVA. Pero en un contexto de regresión y estancamiento del consumo, esta medida ha tenido poco impacto recaudatorio real. Al reducirse los ingresos fiscales el Estado ha seguido acudiendo al endeudamiento como fuente de financiación, adentrándose cada vez más en la espiral de la deudocracia.

Selección en Internet: Inalvys Campo Lazo

  • Integrante de la Plataforma por la Auditoría de la Deuda en Barcelona.

Los movimientos de China y Rusia tras la reforma del FMI: Acelerar la desdolarización

CEPRID 5 de enero de 2016

La hegemonía occidental agoniza, por mucho que se intenten remedios para alargar esa agonía. A corto plazo EEUU va a recibir su propia medicina

Alberto Cruz*

EL FONDO MONETARIO Internacional anunció el 1 de diciembre de 2015 lo que se esperaba después de la humillación a que China había sometido a EEUU con la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII): la incorporación del renmimbi o yuan a la canasta de reservas –junto al dólar, el euro, el yen y la libra esterlina-, es decir, a las monedas que el FMI utiliza como activo internacional en lo que supone el reconocimiento del poder de China en la economía mundial. Esto significa que la cesta del FMI estará compuesta a partir de ahora por un 47,7% de dólares, un 30,9% de euros, un 10,9% de renmimbis, un 8,3% de yenes y 8,09% de libras esterlinas.

El FMI, bajo la presión de EEUU, llevaba cinco años negándose a aplicar el acuerdo al que se había llegado (también en el Banco Mundial) para otorgar más poder a las llamadas “economías emergentes” y, en virtud del cual, China se tenía que convertir en el tercer mayor contribuyente del FMI por detrás de EEUU y Japón. Eso era en 2010, cuando China no era aún la primera potencia económica del mundo, No obstante, China siempre ha aceptado ese acuerdo aun cuando según las propias reglas del FMI, tendría que tener un papel superior a Japón.

Durante este tiempo, China ha aguardado pacientemente que se cumpliese el acuerdo aunque la paciencia tiene un límite y este llegó con la creación del BAII ante la inacción del FMI. Eso fue en abril de 2015. Entonces sí, entonces el FMI decidió aplicar el acuerdo aunque intentó una última maniobra: retrasar hasta noviembre de 2016 la incorporación de la moneda china. Pero los chinos se mantuvieron inflexibles y ahí está el resultado.

Así que el FMI ha tenido que reajustar las cuotas de los países miembros, dice que “teniendo en cuenta los cambios de posiciones en la economía mundial” algo que, como ya se ha dicho, no es ni siquiera real porque China tendría que tener una representación superior a la que se le ha asignado.

Pero lo ha hecho a su manera, es decir, manteniendo la mayoría de bloqueo de EEUU. Así, EEUU ve reducido su poder del 16’7% al 16’5% -con una reducción igualmente mínima de su capital social- por lo que conserva su poder de veto y su influencia en cualquier decisión del FMI. Japón se queda como estaba, con el 6’07% del voto, China pasa del 3’8% al 6% y se incluye el renmimbi en la canasta de monedas, y el perdedor evidente es la Unión Europea, que vuelve a poner de manifiesto su nulo papel en el mundo y su vasallaje respecto a EEUU.

Para que China suba alguien ha tenido que bajar, y han sido principalmente Bélgica (0’59%), Holanda (0’34%), Gran Bretaña (0’28%), Francia (0’28%) y Suiza (0’24%) quienes han tenido que ceder mayores cuotas de poder dentro del FMI. Es decir, que sólo estos cinco países han perdido el 1’47% de sus votos en el FMI en favor de China. Lo mismo hay que decir del resto de países europeos.

Pero China no ha sido el único país en subir su cuota, también Rusia, India y Brasil tienen un poquito más de poder por lo que los BRICS –que también han aprobado poner en marcha su propio banco y que empezará a otorgar créditos en marzo de este año 2016- son algo más que unas “economías emergentes” y tienen un papel claro que jugar en las finanzas y en la geopolítica mundial. Hay que decir que Rusia no ha hecho el menor gesto para aumentar su cuota en el FMI –de hecho, porcentualmente baja aunque por la disminución de cuota de la UE proporcionalmente sube- porque da por muerta a esta institución tras la creación el Banco de los BRICS y del BAII.

Junto a la Unión Europea, otros “damnificados” por las nuevas cuotas han sido Canadá, Australia y Arabia Saudita, o sea, los también tradicionales vasallos de EEUU. Es de suponer que la ecuación de todos ellos ha sido bien simple: ya que no pintamos nada y que China tiene que estar –y los otros países del eje BRICS- porque en caso contrario se fortalecerán las nuevas instituciones que controla el país asiático (como el BAII o el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS) al menos que nuestro patrón, o sea EEUU, siga controlando las riendas del FMI.

Esto se ha ejemplificado con toda crudeza poco después de la adopción de estos cambios: el FMI vulneró su propio código y sus propias normas al cambiar las reglas (8 de diciembre) por las que se conceden los préstamos a los países. Ha sido el caso de Ucrania, país al que se le ha permitido el no pago de la deuda que tiene con Rusia (3.000 millones) porque es en dólares. Había transcurrido sólo una semana. Lo que no fue aceptable para Grecia, por ejemplo, sí lo ha sido para Ucrania. EEUU manda, los demás obedecen.

La norma propia que ha violado el FMI era que no se dan facilidades ni nuevos préstamos a gobiernos que estén en suspensión de pagos técnica en el caso de deudas contraídas con otros gobiernos.

La justificación no puede ser más chapucera, al mismo tiempo que clara: “China está concediendo préstamos a países de todo el mundo como una alternativa a los del FMI y su política de austeridad y aunque eso no supone que frustre [China] los préstamos del FMI para el desarrollo de las economías de todo el mundo sí había que diseñar una política para bloquear acuerdos comerciales y financieros fuera del control estadounidense al tiempo que hacer ver que se protege a los aliados”. El precedente es claro: el FMI otorga facilidades de pago a los acreedores occidentales mientras que en otros casos (ahora Rusia, mañana China) no será así.

Adiós al dólar

China y Rusia saben que pese a las modificaciones obligadas que ha tenido que aceptar, el FMI todavía está en manos de EEUU por lo que a ambos sólo les queda un camino: acelerar la desdolarización de sus economías. Y con la nueva constatación de que con el FMI no hay nada que hacer, tras la violación de sus propias normas en el caso de Ucrania, se han puesto manos a la obra con un mayor frenesí si cabe.

Rusia es quien está dando los pasos más rápidos para ello. En primer lugar, ha ofrecido a China la venta de su petróleo y gas en renmimbis o yuanes y los chinos han aceptado (18 de diciembre). Ni qué decir tiene que China venderá en la misma proporción sus productos en rublos. Al mismo tiempo, los dos países han acordado que los yuanes o renmimbis pueden convertirse en rublos. O sea, adiós al dólar. Eso va a suponer que cuando para 2017-2018 estén operativos el gasoducto y el oleoducto entre los dos países –que tienen frontera común, por lo que no hay peligro de bloqueos como ocurre con el gas que Rusia vende a la UE y que pasa por Ucrania-, por los que Rusia va a suministrar el 30% del petróleo y del gas que China necesita -¡durante 30 años!- comenzarán a desaparecer del mercado 900.000 millones de petrodólares en un plazo de tres años, según estima Goldman Sachs (3). El nombre de los perjudicados es muy fácil de adivinar: EEUU y Arabia Saudita. Y, de rebote, toda la economía occidental.

Hay que tener en cuenta que sin estar en funcionamiento aún el oleoducto y el gasoducto, el intercambio en yuanes y rublos ha sido en 2015 equivalente a 3.000 millones de dólares, así que sólo hay que imaginarse cómo será de espectacular, y de rápido, el aumento en el comercio en las dos monedas cuando todo esté operativo.

China no se queda atrás en los movimientos de desdolarización, aunque va por otro camino. Quiere demostrar al mundo que no es como EEUU y ha decidido predicar con el ejemplo: al establecer formalmente en Beijing el BAII (25 de diciembre) ha rebajado su cuota de participación en al 30’04%, siendo seguido por India con el 8’4% y Rusia con el 6’5%. Además, ha renunciado al derecho de veto. India y Rusia tienen una participación cuatro veces y tres veces mayor, respectivamente, que la que tienen en el FMI. No es difícil, por lo tanto, adivinar a dónde van a dirigirse a la hora de solicitar préstamos, que estarán operativos en el verano de 2016. Y dado que la moneda será el renmimbi, se da al dólar otro empujón hacia el abismo.

Devolver los golpes

China y Rusia están devolviendo los golpes a EEUU. Uno por uno. Y están haciendo lo mismo que EEUU ha hecho siempre: usar los vínculos comerciales (y ahora, crediticios) para cimentar su diplomacia geopolítica. La “nación indispensable” (EEUU) cada vez lo es menos y en vez de una han surgido dos e, incluso, un continente “indispensable”: Eurasia.

Para que quede claro lo que está pasando, China y Rusia han acordado aumentar su cooperación en inversiones, recursos mineros, petróleo, gas, área nuclear, área aeroespacial, agricultura, finanzas y tecnología militar y dar un mayor impulso a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).

Una de las primeras muestras de este impulso ha sido el viaje sorpresa que el presidente de la India ha realizado a Pakistán el 26 de diciembre. Aunque breve y casi protocolario, es la primera vez que se produce en años y en el mismo ha tenido una participación la OCS, que en el mes de junio aceptó a los dos países como miembros de pleno derecho. Entonces lo hizo con el argumento de que eran imprescindibles en Eurasia y con el objetivo declarado de reducir la tensión entre ambos. El primer movimiento ha sido un completo éxito; el segundo también lo será y de una envergadura mucho mayor: la aceptación de Irán como miembro de pleno derecho. La OCS ya anunciado que lo hará en su próxima reunión del verano de 2016.

Tenemos entonces otro país importante en liza: Irán. Cortejado tanto por China como por Rusia, es ésta quien lleva de la mano a los persas. No sólo les acaba de suministrar los misiles S-300 que Irán había comprado en el año 2010 y que no habían sido suministrados en virtud de las sanciones de la ONU –que aún no se han levantado-, sino que acaba de firmar un acuerdo para detener los pagos en dólares en el comercio bilateral.

En virtud de este acuerdo (27 de diciembre) el Banco Central de Irán utilizará en sus intercambios comerciales tanto el yuan como el rublo y van a establecer cuentas conjuntas en los respectivos bancos centrales para facilitar el comercio entre los dos países tanto en rublos como en riales, la moneda iraní.

La conclusión de todos estos movimientos por parte de China y de Rusia es clara: a medida que se demandan menos dólares hay una disminución del valor de cambio de esa moneda, lo que traducido significa que veremos un dólar cada vez más débil. Y, por el contrario, cuando los países comiencen a exigir una determinada moneda en los mercados de divisas (como está sucediendo con el renmimbi o yuan) el valor de esa moneda aumenta. Un elemento vital para mantener el dólar fuerte es el comercio del petróleo en la moneda estadounidense, los famosos petrodólares. Con la reducción que vaticina Goldman Sachs, la guerra de divisas ya ha comenzado.

China y Rusia (e Irán) no han empezado esta guerra. Fue EEUU quien la comenzó impulsando las sanciones contra Irán (como antes con la guerra de invasión y ocupación neocolonial de Irak en 2003 porque desde tres años antes Saddam Hussein decidió dejar de utilizar el dólar como moneda en el comercio del petróleo y lo sustituyó por el euro, pese a no poder comerciar abiertamente dado que estaba sujeto el país a un embargo por la ONU) al igual que lo está haciendo ahora con las sanciones contra Rusia con la excusa del apoyo a los antifascistas del Donbás ucraniano y la anexión de Crimea. A corto plazo EEUU va a recibir su propia medicina. A largo plazo, ni digamos.

Ha sido China la que salvó a Rusia del desastre cuando Occidente impuso sus sanciones a finales de 2014. El rublo se desplomó, la economía rusa se tambaleaba cuando comenzó a bajar el precio del barril de petróleo pero ahí estaba China. Por lo tanto, todo lo que está sucediendo es consecuencia de las ansias de EEUU por continuar hegemonizando un mundo que se le escapa como el agua de entre las manos.

La reconfiguración del nuevo orden financiero internacional es evidente, aunque con la incorporación del yuan o renmimbi a la canasta de monedas de reserva del FMI esta institución, aparentemente, cobre nueva vida. En cualquier caso, será efímera. Sólo el tiempo que China y Rusia necesitan para poner a todo rendimiento las nuevas estructuras que comenzarán a rodar en 2016: el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y el BAII.

Si a ello le sumamos que los dos países están trabajando en su propio sistema SWIFT (Sociedad de Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales), aunque el más avanzado es el ruso y sus bancos ya lo están utilizando como rodaje junto a varios bancos chinos, el círculo se cierra dado que una vez todo esté en funcionamiento el paso lógico es que los bancos de los países BRICS se sumen a este SWIFT alternativo al occidental y su estela será seguida por los bancos africanos.

La hegemonía occidental agoniza, por mucho que se intenten remedios para alargar esa agonía. Este 2016 va a ser el año clave para el nuevo orden financiero internacional que deja al margen a Occidente.

Selección en Internet: Inalvys Campo Lazo

  • Periodista español, colaborador del diario digital Rebelión.