Portal:Panorama Mundial/MEDIO AMBIENTE/2015-11-20

Crónica de un desastre climático anunciado

LA JORNADA 14 de noviembre de 2015 MÉXICO

La COP21 prevé un sistema de acciones voluntarias sin compromisos vinculantes, legitimando nuevas falsas soluciones y peligrosas tecnologías

Silvia Ribeiro*

EL CAMBIO CLIMÁTICO existe y es grave. Cifras más o menos, todos los análisis convergen: para evitar que el planeta se siga calentando con impactos devastadores urge reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), consecuencia del sistema de producción y consumo con combustibles fósiles como petróleo, gas y carbón. Los rubros que más GEI emiten son extracción y generación de energía, sistema alimentario agro-industrial –incluida deforestación y cambio de uso de suelo–, construcción y transportes.

Sin embargo, las reducciones necesarias y cómo garantizar que los principales responsables (países y empresas) dejen de contaminar el clima de todos y minar el futuro de nuestras hijas e hijos, no está en la agenda del próximo encuentro mundial sobre el clima que se realizará en París el próximo diciembre.

En su lugar, la 21 Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) que se reunirá las dos primeras semanas de diciembre prevé condonar un sistema de acciones voluntarias, llamadas contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional (CPDN o INDC, por sus siglas en inglés) sin compromisos vinculantes ni real supervisión internacional, legitimando nuevas falsas soluciones y peligrosas tecnologías. De paso terminarán de enterrar el proceso multilateral de negociaciones para enfrentar esta crisis global.

El precedente de este próximo acuerdo-no acuerdo (se trata de legalizar que cada país haga lo que quiera) fue el Protocolo de Kyoto, un acuerdo internacional vinculante que estableció que los principales países emisores, responsables de la mayoría de GEI, redujeran en 5 por ciento sus emisiones por debajo del nivel de 1990. El total de emisiones era entonces 38 giga toneladas equivalentes de dióxido de carbono anuales (equivalentes porque hay otros gases de efecto invernadero).

EEUU, principal emisor histórico y segundo actual, nunca firmó el Protocolo de Kyoto y siguió aumentando sus emisiones. Al 2010, las emisiones globales, en lugar de bajar, habían aumentado a 50 giga toneladas anuales. En ese año, China pasó a ser el primer emisor, ahora con 23 por ciento del total, seguido de EEUU (EU) con 15.5 por ciento. Pero acumulado, EU es responsable de 27 por ciento de emisiones desde 1850. Con 5 por ciento de la población mundial, usa 25 por ciento de la energía global y sus emisiones de GEI per cápita son más de mil 100 toneladas por persona mientras en China son de 85 toneladas por persona. Cabe notar que el desarrollo actual de China sigue el mismo modelo destructivo de producción y consumo industrial, con crecientes brechas de desigualdad interna.

Esta nueva realidad de emisiones de países emergentes afirmó a los principales emisores históricos a exigir que todos debían reducir –aunque ellos no lo habían hecho nunca. Bloquearon una nueva etapa del Protocolo de Kyoto y aprovecharon para minar el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas que había sido un pilar de la CMNUCC.

Para la COP 21, por primera vez cada país debe entregar a la Convención su plan de contribuciones previstas, y como son determinadas a nivel nacional, el secretariado se limita a contabilizar lo que significan. A fin de octubre 2015, se habían entregado las contribuciones previstas de 146 países. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, esos planes se traducen en un aumento de 3 a 3.5 grados en el promedio global al 2100, casi el doble del límite oficial acordado de máximo 2 grados y mucho más de 1.5 grados que los estados insulares, la mayoría de países del Sur y organizaciones de la sociedad civil consideran máximo aceptable para no morir bajo las aguas, sufrir violentos huracanes, sequías y hambrunas.

Las medidas propuestas por los grandes emisores históricos son altamente insuficientes, incluso en términos formales. Un análisis de organizaciones ambientalistas, sindicales y sociales, aplicando un criterio de contribuciones justas por país (tomando en cuenta responsabilidad histórica y capacidad de hacer reducciones según nivel económico actual debido a la industrialización que provocó las emisiones) muestra que EEUU, Japón y Europa ni siquiera llegan a 20 por ciento de lo que deberían reducir. Por el contrario, los países más pobres, contribuyen más de lo que nunca causaron y algunos países emergentes (China, India) proponen mucho más que su justa parte per cápita. (civilsocietyreview.org).

Es una perspectiva reveladora, pese a que no toma en cuenta otro aspecto fundamental: cómo se componen esas contribuciones que harían los países. Porque además de insuficientes, la mayor parte de sus contribuciones se basan no en reducir emisiones, sino en compensarlas con mercados de carbono, con técnicas de geoingeniería como captura y almacenamiento de carbono (CCS) con mal llamada bioenergía que devasta ecosistemas y compite con producción de alimentos, y con programas perversos contra comunidades campesinas e indígenas, como la agricultura climáticamente inteligente y REDD+para bosques.

Además de anunciarnos que aumentarán las emisiones, las medidas propuestas van contra las comunidades y movimientos que tienen alternativas reales, viables y posibles para salir de la crisis. La COP21 se dirige a consolidar un crimen histórico. Pero no será sin denuncia y resistencia desde abajo.

Selección en Internet: Inalvys Campo Lazo

  • Directora para América Latina del grupo ETC, con sede en México. Periodista y activista ambiental uruguaya con amplia experiencia, lo que le ha permitido participar en varias negociaciones de tratados ambientales en Naciones Unidas. Es miembro del comité editorial de la revista latinoamericana Biodiversidad, sustento y culturas.

Huertos urbanos en la lucha por naturalizar las ciudades

REBELIÓN 16 de noviembre de 2015 ESPAÑA

Katherine Fernández

EL MOVIMIENTO DE huertos urbanos está creciendo impulsado fundamentalmente por grupos de vecinos y vecinas que están cobrando una importancia estratégica que nos obliga a entender varios elementos, como la necesidad de aprender a producir alimentos, a gestionar con otro concepto el agua, a concentrar a las familias de los barrios en una actividad que los integra y genera relaciones diversas no solo de amistad sino también de movilización por naturalizar la ciudad, recuperar espacios olvidados, cambiar escombreros y disfrutar el logro de cada fruto en comidas comunitarias, además de alcanzar a escuelas e institutos con una didáctica que va más allá de la botánica y la biología teórica, involucrando directamente sus manos con la tierra lo que produce sentimientos de colaboración, solidaridad, reencuentro y nuevos significados.

Los huertos parecen haberse convertido en una estrategia de enriquecimiento cultural que entrelaza objetivos y proyectos que reconstituyen el tejido social intergeneracional resquebrajado por la infraestructura citadina de edificios, muros y puertas cerradas.

En varias ciudades de España los huertos han pasado por abrumadoras etapas, se han conformado, diluido y vuelto a recomponer por diferentes circunstancias, principalmente por la escasa aceptación o rechazo rotundo que tenían de sus ayuntamientos al principio. Por eso entre sus triunfos principales está su institucionalización a través de la regularización que ha podido cuajar una integralidad vecinal en cada huerto a partir del reconocimiento del sentido, validez y relevancia como organizaciones sociales en la gestión gubernamental de temas urbanos, introduciendo la huerta en la planificación y presupuesto público como una necesidad básica y no como un simple pasatiempo.

En este proceso surgen elementos de análisis como los servicios ecológicos que otorga un área verde: oxígeno, humedad, reconstitución de tierra fértil, revitalización de espacios secos, fortalecimiento de capacidades autoalimentarias, economía del agua, conocimiento de los ciclos anuales de la producción alimentaria, el aporte de hogar para otras especies desde aves hasta insectos que ayudan más allá de la polinización, a una regeneración sistemática. Además inicia otros procesos vitales como la circularización de residuos orgánicos en el compostaje lo que los rescata de la basura cuya disposición final siempre gasta mucho dinero público con el respectivo costo ecológico para todos. Por otro lado también deja planteada una tarea para arquitectos e ingenieros, que es la necesidad de conciliar infraestructuras duras de cemento y asfalto con la agricultura, sea de ornamento o alimentos, lo que rompe el esquema abriendo otra cosmovisión de la ciudad.

Un proyecto paralelo a la habilitación de parcelas para huerto es la investigación de voluntades vecinales para tener huertos en sus azoteas, quienes estén escuchando el llamado a cultivar y sientan decepción al no tener posibilidades cercanas, pueden considerar sus techos y fachadas, como lo plantea la línea de estudio de Julian Briz e Isabel de Felipe, en uno de sus libros titulado Agricultura Urbana Integral, ornamental y alimentaria. Una visión global e internacional, que ha sido publicado este año.

Hoy, los huertos urbanos nos activan con su agenda propia y dinámica de eventos y tareas que trascienden la siembra, el cuidado y la cosecha. Ellos hacen recorridos en bicicleta, distribución de estiércol y otros insumos, intercambio de experiencias prácticas, campañas, talleres, seminarios, asambleas mensuales, encuentros y hasta manifestación de protesta por el agua.

Ya sabemos que los elementos mínimos de vida son agua, aire, tierra, árbol y semillas. Por ahora no pagamos por el aire, pero si seguimos con el ritmo de vida consumista que nos metió en esta crisis climática, seguramente tendremos que pagar por un servicio de tuberías de aire a domicilio. Sin embargo en la situación actual, un árbol, un jardín y un huerto otorgan ese servicio para todos, las áreas verdes son gestores naturales de oxígeno que a su vez deriva en humedad, evaporaciones y vientos en ciclos hídricos completos, por lo tanto también nos dan agua. Siguiendo esta lógica podemos cuestionar por qué los huertos tienen que pagar con dinero por el agua que requieren, por qué no reciben libremente el agua si ellos mismos la generan respondiendo al flujo natural. Si es un servicio ambiental el que dan, por qué no pueden recibir agua sin tener que pagarla.

Aquí también está planteada la urgencia de entender que el agua que necesita un huerto no es para lavar y desechar como en una casa u oficina, es para alimentar el ecosistema que nos da la vida.

En este momento los huertos urbanos de Madrid van a dar el siguiente paso para lo cual están emprendiendo una campaña elemental por agua libre ante el ayuntamiento. Ellos y ellas tienen un gran compromiso por seguir trabajando la tierra, lo que paso a paso va estructurando todo un patrimonio ecológico público que será objeto de estudio para los académicos, porque son áreas abiertas a todo el que desee integrarse, porque ellos no han comprado el terreno ni son propietarios privados. Por eso necesitan del apoyo de toda la ciudadanía para que el ayuntamiento reciba de la gente el fundamento más irrefutable: agua libre para la naturaleza porque ella es quien nos la otorga.

Selección en Internet: Inalvys Campo Lazo

La cumbre de París: El último tren contra el cambio climático

TERCERA INFORMACIÓN 16 de noviembre de 2015 ESPAÑA

Tras los fracasos de Río (1992), Kioto (1997) o Copenhague (2009), la cita contra el cambio climático que se celebrará el próximo diciembre en la capital francesa se presenta como la última oportunidad que tiene la humanidad de impedir que el cambio climático tenga consecuencias desastrosas

Juan Álvarez Grande

LAS CUMBRES DEL clima celebradas hasta ahora han tenido un denominador común: si bien las conclusiones suelen ser bastante unánimes en cuanto a que la forma de desarrollo actual nos lleva directamente hacia el abismo climático, los compromisos que adquieren los diferentes Estados que participan suelen ser bastante laxos, y finalmente se materializan en documentos con palabras muy bonitas pero sin ningún compromiso firme. El resultado es que, a pesar de que cada vez son más los expertos que han manifestado que seguir vertiendo carbono a la atmósfera al ritmo actual puede tener efectos devastadores, las emisiones siguen aumentando, y las medidas que toman los diferentes Estados resultan, bien ineficaces, o bien demasiado poco ambiciosas teniendo en cuenta la gravedad del problema.

En este aspecto resulta paradigmática la actitud del gobierno de España, que en lugar de favorecer la energía solar, dada la situación privilegiada de nuestro país en lo que se refiere a horas de sol al año, lo que ha hecho ha sido penalizar a aquellos que pretenden reducir su factura colocando un panel solar en su casa. Otros Estados si se tomaron en serio el problema del cambio climático, como por ejemplo Ontario, en Canadá, que en su momento propulsó medidas muy ambiciosas para promover las energías limpias, en especial la solar.

El plan consistía en favorecer las renovables permitiendo que los pequeños productores que instalaban paneles para el autoconsumo pudiesen vender a la red la electricidad que les sobraba, de esta forma se amortizaba antes la inversión. Además, este plan iba acompañado de medidas para garantizar que los suministradores de energía no fuesen sólo grandes compañías, sino que pequeños productores o cooperativas también se beneficiasen de estas tarifas. Para ello, el gobierno exigía que un porcentaje bastante amplio de la plantilla de cualquier empresa suministradora de energía fuesen trabajadores locales.

Por último, el plan incluía unas condiciones de localidad de la producción, destinadas a lograr que los paneles solares que se instalasen fuesen producidos en la región. Y sin embargo, a pesar del rotundo éxito del programa, la Organización Mundial de Comercio (OMC) emitió un fallo contra Canadá tras una queja de Japón, ya que las condiciones de localidad de la producción infringían las reglas del libre comercio. El plan fue abandonado. Medidas similares, aunque menos ambiciosas han corrido la misma suerte que la Ley de Energía Verde y Economía Verde de Ontario.

El compromiso de los 2º

Ya en la cumbre de Rio de Janeiro en 1992, los expertos advirtieron que superar en más de dos grados las temperaturas de la época preindustrial antes del 2100 suponía enfrentarse a un cambio climático de consecuencias devastadoras. Con esto no quiero decir que en caso de no superar los dos grados no vaya a haber cambio climático. El cambio climático es un hecho imparable, pero los dos grados es lo que los expertos marcan como un límite “seguro” del cambio climático. Superarlos, implica que grandes extensiones de terreno, como por ejemplo el delta del Mississippi o grandes zonas del sureste asiático quedarían anegadas por las aguas. En España, las zonas más afectadas serían, seguramente, la Manga del Mar Menor y la depresión del Guadalquivir.

La temperatura media del planeta ya se ha incrementado 0.8 grados en relación con la temperatura de la época preindustrial. Es decir, que ya hemos llegado a un 40% de lo que se considera el límite seguro de aumento de la temperatura. Según recientes estudios de la UNEP (United Nations Environment Programme), con los planes de mitigación aportados por 146 países, la temperatura a finales del siglo XXI sería entre 3 y 3.5 más elevada que en 1800, muy lejos de ese límite seguro.

Las consecuencias de que la temperatura aumente más de dos grados son impredecibles. Sin embargo una cosa es innegable, y es que seremos los trabajadores los que suframos las peores consecuencias. Esto no quiere decir que el cambio climático no vaya a afectar a los ricos, pero lo que sí está claro es que no son las casas de los multimillonarios las que son destrozadas por huracanes cada vez más virulentos, ni serán tampoco las que se hundan bajo el océano si este sube de nivel. Tengamos por seguro que las consecuencias del cambio climático nos afectarán a todos, pero no a todos por igual.

No esperar a los gobiernos

Sinceramente, mi sensación es que la cumbre de París será una reedición de tantas otras. Habrá conclusiones muy alarmistas sobre el cambio climático y sin embargo no saldrá ni una sola medida en firme para reducir las emisiones de CO2 lo suficiente como para mantenernos en ese límite de dos grados. Ojalá me equivoque.

Ahora bien, el hecho de que los gobiernos no adopten las medidas necesarias para luchar contra el cambio climático no implica que otros no lo hagamos. Creo que en este sentido, los ayuntamientos donde han ganado las fuerzas de unidad popular, en especial Madrid y Barcelona por su tamaño, tienen una oportunidad de formar una vanguardia en la lucha contra el cambio climático. Y tienen ejemplos para imitar, como Hamburgo, donde gracias a la presión popular se recuperó la gestión pública de la red eléctrica y se impulsó el uso de energías limpias, o el ya mencionado ejemplo de Ontario. Creo también que debemos ser los ciudadanos y las ciudadanas las que exijamos a estos gobiernos planes ambiciosos en la lucha contra el cambio climático y la contaminación, planes que a corto plazo mejorarán nuestra calidad de vida, y que a largo plazo garantizarán que las próximas generaciones tengan un planeta sano en el que vivir.

Selección en Internet: Melvis Rojas Soris