Portal:Panorama Mundial/MEDIO AMBIENTE/2016-07-08

Economía enferma, planeta enfermo

REBELIÓN.org 7 de julio del 2016 ESPAÑA

Marcelo Colussi*

No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados. Adam Smith

I

Quien escribe estas líneas no es economista ni especialista en cuestiones ecológicas. Es un ciudadano más del planeta, ni rico ni famoso, uno más del colectivo. Pero como tal me considero con derecho –¿Con obligación también?, moralmente, creo que sí– a opinar y a tomar partido por cuestiones que tocan a todos. La economía dominante de nuestras sociedades, el capitalismo, está enferma. O más aún: no ha enfermado recientemente sino que nació enferma. De hecho: tiene un mal incurable. Es genético, no tiene escapatoria.

Eso se evidencia en la injusticia reinante (aspectos estructurales), en los descalabros coyunturales como las crisis financieras que se viven cíclicamente (que pagamos, básicamente, los pobres), y en términos de perspectiva histórica como especie: la destrucción de la civilización es una cruel posibilidad, tanto por la catástrofe medioambiental en curso como por la guerra nuclear total.

Según se nos dice con conocimiento profundo (la ecología es una ciencia ya ampliamente desarrollada), los actuales modelos económicos de producción y consumo están produciendo desastres en el medio natural con consecuencias catastróficas y probablemente irreversibles. Actuar contra el capitalismo es actuar contra la injusticia, y más aún: es actuar a favor de la sobrevivencia de la vida en nuestro planeta.

El capitalismo, guerrerista como es en su esencia, no puede prescindir de las guerras. Eso lo alimenta, es una escapatoria para sus crisis, es negocio. De hecho, en Estados Unidos, la principal economía capitalista, un 25% de su producto interno bruto viene dado por la industria militar, y uno de cada cuatro de sus trabajadores se ocupa en esa producción. Eso es una locura, sin salida, que nos tiene reservada la muerte como punto de llegada ¡pero eso es el capitalismo más desarrollado!

Valga este ejemplo: de activarse todo el arsenal atómico disponible en este momento (que comparten unas pocas potencias capitalistas con Estados Unidos a la cabeza junto a Rusia y China) no quedaría ninguna forma de vida en el planeta. Más aún: colapsaría la Tierra, probablemente fragmentándose, con efectos igualmente tremendos para Marte y Júpiter, en tanto las consecuencias de la onda expansiva llegarían a la órbita de Plutón…, pero todo ese espectacular desarrollo científico-técnico no logra terminar con el hambre en el mundo (un muerto por inanición cada siete segundos). ¡Eso es el capitalismo!

Junto a esa catástrofe, tenemos el deterioro del medio ambiente. “Cambio climático” es un tendencioso eufemismo que encubre la verdad: el modelo depredador de desarrollo impulsado por el capitalismo ha provocado desastres monumentales en nuestro planeta. Si el clima cambia, no es por procesos naturales sino por la alocada intervención humana en búsqueda de lucro, de ganancia económica.

Según la hipótesis conocida como Gaia, formulada por el científico Lovelock, el conjunto de la biosfera –la atmósfera, los océanos y la superficie externa de los suelos– se comporta como un todo coherente donde la vida –su componente característico– se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, la composición gaseosa de la atmósfera, la composición química y salinidad en el caso de los océanos, etc.

Gaia, con su infinita paciencia de millones de años, y desde el punto de equilibrio en que se estabilice ante cambios catastróficos que pudieran sobrevenir, comenzaría siempre un nuevo proceso evolutivo de la biosfera residual (sea a partir de reptiles, de hormigas o escarabajos, o simplemente de bacterias extremófilas). De esta forma, Gaia juega así como un sistema auto-regulador retroalimentado que tiende al mantener el equilibrio de la biosfera y conservar un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta.

Pero una interpretación interesadamente errónea de esta teoría desprecia las cautelas del Principio de Precaución alegando que no hay que preocuparse por las agresiones ambientales humanas, pues el planeta se encarga de autorregularse. Lamentablemente ello no es así; hay más que sobrados motivos para preocuparnos: la intervención del ser humano está creando condiciones que pueden hacer imposible la continuación de la regulación.

La composición gaseosa de la atmósfera no es una constante universal, aunque haya permanecido invariable desde la aparición de la especie humana, desde hace dos millones y medio de años, con el Homo Habilis en el África, hasta ahora. A cada composición distinta de la atmósfera han ido correspondiendo otro espectro bacteriano y otros seres vivos primitivos (animales y plantas). La proporción de la atmósfera ha ido variando sucesivamente hasta llegar a la composición actual.

En estos momentos la proporción de los gases de la atmósfera (21 % de oxígeno, 78 % de nitrógeno, 0.032 % de dióxido de carbono –CO2–) es vital para nuestra supervivencia (solo pudieron aparecer el ser humano y los mamíferos superiores cuando se alcanzó ese nivel), siendo muy estrecho el margen de variación que podemos tolerar. Esta atmósfera es la que ahora se está modificando por las actuaciones del propio ser humano (por su voracidad de ganancia económica).

Los registros del contenido de CO2 (que se remontan hasta hace 800.000 años) indican que actualmente la proporción es la mayor que existió durante todo el tiempo registrado, y sigue aumentando continuamente por encima de lo previsto por los científicos. Paralelamente, también se está acelerando el deshielo en los polos y glaciares más rápidamente de lo previsto.

Se tiende a evaluar el transcurso del tiempo por la duración de la vida humana o de una generación. Esta consideración cortoplacista nos hace insensibles ante cambios sustanciales en la evolución de la biosfera que está produciendo la actividad humana, (a pesar de que su aceleración es miles de veces superior a la evolución previsible naturalmente) y sin que, como interesadamente podría decirse, "haya ocurrido ninguna catástrofe contrariando lo que algunos pronosticaban" . Pero eso da una falsa sensación de seguridad, con lo que se puede despreciar –no sin cierta cuota de irresponsabilidad, o arrogancia incluso–, el Principio de Precaución. La aparición de signos ostensibles de alteración significativa de la biosfera es lenta, por la gran inercia debido a sus mecanismos de estabilidad y autorregulación.

Sería ingenuo pensar que se puede producir una catástrofe inmediata, pero sería una gran ceguera no querer percibir que se están produciendo alteraciones muy sustanciales y significativas. Cuando la estabilidad de la autorregulación se rompe y empieza a moverse hacia un cambio orientado (orientado en este caso hacia la regresión), la regresión es ya imparable. Una vez desencadenado el proceso, ya no hay marcha atrás y se retroalimenta. Si el proceso en marcha llega a superar la capacidad de reacomodamiento de la biosfera (que no sabemos hasta dónde llega), sería humanamente indetenible un encadenamiento de causas y efectos que se aceleraría progresivamente hasta hacer totalmente irrespirable el aire y el agua para los vertebrados superiores y que podría arrasar con todo tipo de vida.

II

Entre otras de las manifestaciones que evidencian ese proceso, puede mencionarse el llamado cambio climático. El mismo muestra la quiebra del equilibrio autorregulado de la biosfera, cuya evolución ha sido tan rápida que sus consecuencias ya son visibles, pero serán más amplias de lo que suele señalarse y más aceleradas de lo que se preveía.

Actualmente la alarma por la degradación de la biosfera se centra principal y casi exclusivamente en el cambio climático (si bien existe una información engañosa afirmando que se están tomando medidas que lo pueden controlar) pero, con ser muy grave, no es el principal peligro que amenaza a la biosfera, que es el causado por la contaminación genética. Ese “engaño” con que se mantiene a la población mundial muestra una pretendida preocupación por el medio ambiente, llegándose a hablar de “responsabilidad social empresarial”.

Pero mientras en la última Cumbre de la Tierra en París, a fines del año 2015, se hacían pomposas (y mentirosas) declaraciones en pro del medio ambiente, al mismo tiempo, a escasos metros de la reunión se llamaba a consumir ferozmente en vísperas de las fiestas navideñas.

La base de la autorregulación de la biosfera son las bacterias cuya masa es enorme, mucho mayor que la masa y volumen de todas las plantas y animales del planeta. El conjunto de seres vivos microscópicos (bacterias, amebas, protozoos, algas unicelulares) regula las condiciones de la biosfera, y la composición gaseosa de la atmósfera.

Las bacterias continuamente están intercambiando genes y captando plásmidos y segmentos de ácido desoxirribonucleico –ADN– por transferencia horizontal de genes –THG–, por lo que rápidamente son afectadas por la contaminación genética, trasmitiendo a otras bacterias (de la misma o distinta especie) los genes o fragmentos de ADN adquiridos, y difundiéndolos por todo el planeta. Se ha comprobado que las bacterias captan con especial avidez aquellos genes o secuencias genéticas que las confieren mayor agresividad, virulencia, o defensa ante las perturbaciones, por lo que las secuencias captadas suelen hacerlas más letales, facilitar su resistencia a ser agredidas por los antibióticos y facilitar su salto a otros hospederos distintos de aquellos sobre los que actuaban específicamente.

Por lo tanto tienden a capturar los módulos o secuencias de ADN que facilitan atravesar la barrera entre especies difundidos por la liberación ambiental de cultivos transgénicos, lo que amplía la gama de posibles hospederos de las bacterias. Las bacterias son la base de la vida; si desaparecieran, la biosfera colapsaría y desaparecería inmediatamente toda la vida vegetal y animal del planeta. Puesto que ellas intervienen en todos los procesos fisiológicos y bioquímicos vitales, todo lo que altere el comportamiento bacteriano repercute a través de ellas en los seres vivos.

La fácil captura por las bacterias de módulos genéticos añadidos a los cultivos transgénicos induce alteraciones en el universo bacteriano, que se trasmiten a los organismos simples de amebas, protozoos, algas unicelulares oceánicas, etc., cuyo conjunto es responsable de la autorregulación que mantenía la composición gaseosa de la atmósfera constante y respirable para los seres humanos. La contribución de las plantas superiores (selvas latinoamericanas -Amazonas, Petén-, del sureste asiático, etc.) es solo una parte de la regulación, que no sería suficiente por sí sola para sostener la autorregulación gaseosa de la atmósfera (también la productividad de la masa vegetal de los bosques depende, además de la fotosíntesis, de procesos bacterianos edafógenos).

La alteración repentina y artificial del espectro bacteriano (“contra natura”, al violar la barrera entre especies) conduce inexorablemente a otra situación de equilibrio y a otra composición gaseosa de la atmósfera.

En conclusión, la composición gaseosa de la atmósfera está amenazada: 1) ante todo, por la alteración de los sistemas bacterianos debida a los promotores y vectores artificiales fabricados por síntesis del ADN recombinante. Esto afecta directamente a la actividad fotosintética que realizan las bacterias, y también afecta indirectamente a la fotosíntesis, por la intervención bacteriana en el desarrollo de los vegetales y en la formación de los nutrientes del suelo necesarios para su desarrollo; 2) por alteración en la composición, distribución y eficiencia de los sistemas bacterianos debida al cambio climático; 3) por la presencia de nuevos compuestos químicos, caracterizados en general por tener intensa actividad catalítica, mutágena o disruptora de procesos bioquímicos a los que las diversas especies de bacterias (como también los organismos superiores) tienen muy distinta sensibilidad, por lo que se altera la composición cualitativa y cuantitativa de los sistemas bacterianos, y con ello la naturaleza y proporción de los gases emitidos que pasan a ser componentes de la atmósfera.

En otros términos: la situación de la biosfera es mucho más grave que las estimaciones más catastrofistas habituales; y ni que hablar de la versión “light” que cierta prensa del sistema presenta, queriendo reducir su mitigación a nuevas fórmulas técnico-científicas de acción rápida.

Sería ineficaz (y tardío para la biosfera) intentar cambiar algunas piezas sin desmontar toda la maquinaria de raíz; es decir: hay que detener los actuales modelos de relacionamiento con la naturaleza, proponer vías nuevas, alternativas viables válidas realmente para la totalidad de la población mundial. Por supuesto que es imperiosamente cierto y necesario aquello de “otro mundo es posible”.

Pero no basta con decirlo; es hora de hacer el bosquejo de ese mundo alternativo, de realizar el diseño de las líneas generales de la alterglobalización. Es decir: un sistema alternativo que sea técnicamente posible con la prudente y justa utilización los recursos existentes. No podemos seguir los modelos de consumo “alocado” que ha generado el capitalismo porque ello no tiene salida.

III

Esto nos lleva a un profundo problema: ¿Para dónde ir entonces?, ¿Cómo darle forma a la utopía de un nuevo mundo? Proponer nuevos paradigmas de producción y consumo hoy, en un mundo hiper tecnológico donde el confort material se presenta como el paraíso a la mano producto de nuestro imparable desarrollo científico, no significa “volver a las cavernas”, no implica renunciar a las conquistas tecnológicas positivas ni a los ingentes recursos culturales disponibles. Todo lo cual abre interrogantes fundamentales.

El ideario del socialismo científico clásico no reparó en estos temas ecológicos porque en el momento de su fundación, en el siglo XIX, aún se vivía la euforia de la naciente revolución científica positivista, y la confianza en las nuevas ciencias parecía infinita. Y además, porque la flamante industria (“el progreso” por antonomasia en aquel momento) aún no había confrontado a la humanidad con los desastres medioambientales que hoy, ya entrado el siglo XXI, tenemos presente.

Ahora bien: el desastre no está en la industria misma, ni en las tecnologías aplicadas ni en los conceptos científicos que la sustentan. El desastre está en el modelo económico en que se insertan. Dicho en términos de pensamiento marxista: no está en la forma de las fuerzas productivas del trabajo social sino en el modo de producción. Un sistema que se basa enteramente en el mercado, en el lucro individual, por fuerza tenía que desembocar en el disparate actual, con un desastre ecológico de proporciones globales: la producción no está al servicio de llenar necesidades básicas sino, ante todo, en función de la ganancia privada. Se produce cualquier cosa solo en función de venderla, aunque ese producto sea innecesario, contraproducente, peligroso o dañino.

Para eso están las técnicas publicitarias (¿neuromarketing?): “la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda”, manifestó el gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO, una de las más grandes del mundo, refiriéndose al núcleo de su trabajo.

En esa lógica, el ser humano y la naturaleza son solo instrumentos para lograr la meta. La promoción casi infinita de necesidades superfluas marca el ritmo de toda la dinámica humana actual; y eso, en vez de ayudar a la búsqueda del equilibrio, promueve mayores asimetrías sociales y mayor descalabro con el medio ambiente. La actual catástrofe ecológica lo pone en evidencia en forma alarmante.

Por otro lado, ese mismo modelo en que el poder es ejercido por un grupo dominante sobre una gran mayoría, da como resultado una ideología violenta centrada en la superioridad de uno sobre otros y que se mantiene en el ejercicio de la fuerza bruta como garantía final que resguarda el estado de cosas. Es decir: el que tiene el garrote más grande sigue siendo el que manda.

De ahí que la proliferación de armas de destrucción masiva –para el caso: energía atómica (12.000 misiles nucleares con ojiva nuclear diseminados por todo el mundo, 6.000 pertenecientes a Estados Unidos)– contribuye también al ataque medioambiental en curso.

Como primera cuestión, entonces, para evitar que se pueda concretar esa catástrofe en ciernes, hay que cambiar las relaciones de poder, las relaciones entre explotadores y explotados, entre mega consumidores y famélicos (un tercio de la humanidad pasa hambre). Si hasta el mismo fundador del liberalismo económico clásico, el inglés Adam Smith pudo decirlo 200 años atrás (obviamente sin pensar en lo mismo que piensa el socialismo): " no puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados", es imperiosamente necesario terminar con esas diferencias para buscar un mundo más vivible.

Pero al mismo tiempo, hay que apuntar a una serie de medidas que permitan la sostenibilidad de la vida humana, que nos alejen de la posibilidad de nuestra autodestrucción. La actual distribución de la riqueza es infinitamente injusta: se produce un tercio más de la comida necesaria para alimentar a toda la humanidad, mientras la primera causa de muerte es el hambre. ¡Eso y no otra cosa es el capitalismo!, aunque la maquinaria publicitaria nos muestre escaparates llenos y la “libertad de elección”.

Además de terminar con esas inequidades, con esa “enfermedad” de las relaciones económicas (enfermedades de las relaciones de poder entre los seres humanos mejor dicho), hay que terminar con el modelo de producción y consumo en el que el capitalismo nos ha metido, paradigma sumamente dañino, disfuncional, agresivo. Entre otras cosas, es necesario reequilibrar la proporción de habitantes que vive en el medio rural y en el medio urbano. La ciudad –más aún las macrourbes que no dejan de crecer, con todos los problemas sociales asociados que conllevan– es radicalmente insostenible.

Difícilmente se puede conseguir un planeta sostenible cuando la población urbana ha superado ya a la que vive en el medio rural (51 % contra 49 %). Pero para fijar la población en el medio rural es necesaria una agricultura en manos de pequeños agricultores y de verdaderas cooperativas campesinas, junto a la pequeña industria de transformación de los productos agropecuarios. Una agricultura ecológica, que demanda mano de obra abundante, conserva la biocenosis edafógena de los suelos, evita la contaminación ambiental permitiendo una alimentación sana y nutritiva. Es decir: el socialismo deberá entenderse como la búsqueda de un equilibrio social sin explotadores ni explotados (ni clases sociales, ni géneros dominantes, ni supremacías étnico-culturales) además de un real respecto por nuestra casa común: la naturaleza.

IV

Si el planeta común es de todos, a todos afecta su destrucción. No debe haber transculturización súbita sino desarrollo endógeno, solidario, sostenible. La globalización puede ser una buena noticia en la historia humana, pero dependiendo de cómo y para qué se haga. Si globalización es obligar a toda la humanidad a tomar Coca-Cola y a cambiar el modelo de teléfono celular cada año, eso es un disparate absoluto, injusto e irracional en términos de sobrevivencia.

Luego de las primeras experiencias socialistas del pasado siglo, tomando sus gestas heroicas y todo lo bueno que de ellas continúa vigente como legado imperecedero, hoy día de lo que se trata es de refundar una nueva conciencia socialista pensando en una nueva globalización, que obviamente no es la neoliberal en boga. Junto a la globalización de la multinacionales voraces se debe levantar la globalización de la solidaridad; junto a la globalización del híper consumo irresponsable se debe proponer un proyecto de vida responsable con nuestro medio natural.

La idea de “desarrollo sostenible” propuesta desde un marco capitalista –allá por 1987, en el documento “Nuestro futuro común” elaborado por la entonces primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland– sin dudas marca un camino. Se definía allí como sostenible “aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”, noción que recoge la preocupación creciente entre los sectores de poder del mundo capitalista que ya veían el desastre ecológico a que estaba llevando el modelo consumista en curso. Retomando esa propuesta, y pensando en un enfoque socialista que supere la irracionalidad del mercado y la producción basada en el lucro, es preciso encarar ese “otro mundo posible” con la responsabilidad del caso.

Terminar con el consumismo no significa volver para atrás en la historia, desechar el confort que nos posibilitan las tecnologías modernas. Hoy día, mientras muere de hambre una persona cada siete segundos a escala planetaria, un tercio de la población estadounidense y un porcentaje creciente de la población europea es obesa, sabiéndose que una dieta mejor y más austera sería mejor solución para resolver ese problema (el de la obesidad) en vez de aumentar el gasto dedicado a investigar sobre el gen de la gordura como actualmente se hace (y que, seguramente, nunca se va a encontrar).

Pero no obstante la locura en juego, de la que los sectores de poder son conscientes, en vez de cambiar hábitos de consumo se continúa con “más de lo mismo”. Ello evidencia, en definitiva, que el sistema tiene una fuerza determinante sobre las individualidades. Si la tónica es consumir, porque así lo manda el mercado o la clase dominante –“la ideología dominante es la ideología de la clase dominante”–, mientras no haya cambio de sistema, difícilmente se pueda cambiar algo profundo en forma sostenible.

De todos modos, viendo el desastre en juego, en el seno mismo de la economía capitalista se han prendido señales de alarma. Ante una economía a todas luces enferma, se llegan a plantear opciones que, sin tocar la estructura de base, intentan paliativos. Surgió así, como decíamos, la idea de desarrollo sostenible, del que luego se sigue la noción de “crecimiento cero”, para llegar en la actualidad a la idea de “decrecimiento”.

Según lo presenta con claridad Francisco Fernández Buey, “lo que los teóricos del decrecimiento [Serge Latouche, Vincent Cheynet, François Schneider, Paul Ariés, Mauro Bonaiuti] llaman economía sana o de crecimiento sostenible se basaría en el uso de energías renovables (solar, eólica y, en menor grado, biomasa o vegetal e hidráulica) y en una reducción drástica del actual consumo energético, de manera que la energía fósil que actualmente se utiliza quedaría reducida a usos de supervivencia o médicos.

Esto implicaría, entre otras cosas, la práctica desaparición del transporte aéreo [valga decir que el 94 % de los seres humanos no ha viajado nunca en avión] y de los vehículos con motor de explosión, que serían sustituidos por la marina a vela, la bicicleta, el tren y la tracción animal; el fin de las grandes superficies comerciales, que serían sustituidas por comercios de proximidad y por los mercados; el fin de los productos manufacturados baratos de importación, que serían sustituidos por objetos producidos localmente; el fin de los embalajes actuales, sustituidos por contenedores reutilizables; el fin de la agricultura intensiva, sustituida por la agricultura tradicional de los campesinos; y el paso a una alimentación mayormente vegetariana, que sustituiría a la alimentación cárnica.

En términos generales todo esto representaría, en suma, un cambio radical de modelo económico, o sea, el paso a una economía que, en palabras de los teóricos del decrecimiento, seguiría siendo de mercado, pero controlada tanto por la política como por el consumidor”. Vemos así que, incluso sin salirse de un planteamiento económico capitalista, la magnitud de la catástrofe ecológica que se vive lleva a plantear soluciones en forma urgente.

Es que los problemas acumulados por este modelo económico son tantos que, sin cambiar el mundo, sin cambiar la estructura social de base, sin modificar las relaciones de poder entre clases, ya comienza a haber conciencia que el camino que transita hoy la humanidad no conduce sino a problemas, quizá insolubles y catastróficos. ¿Será que las élites ya tienen preparada su nueva morada fuera de este invivible planeta? La ciencia ficción siempre queda superada por la realidad cruda y dura.

Pero no solo se trata de buscar paliativos para no intoxicarnos. Debemos apuntar a un cambio radical en la manera de llevar la vida, buscando justicia y buscando seguir sobreviviendo como especie. La progresiva falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el globo terráqueo, la desertificación, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono que ha aumentado un 1.000% la incidencia del cáncer de piel en estos últimos años, el efecto invernadero negativo, el derretimiento del permagel, la posibilidad de un descalabro universal a partir de la contaminación genética producto de los transgénicos o de una guerra nuclear total son todas consecuencias de un modelo depredador que no tiene sustentabilidad en el tiempo. ¿Cuánto más podrá resistirse esta devastación de los recursos naturales?

Las sociedades agrarias llamadas “primitivas” (llamadas así por los ¿desarrollados? países industrializados), o inclusive las tribus del neolítico que aún se mantienen en la actualidad, son mucho más racionales en su equilibrio con el medio ambiente que el modelo industrialista consumidor de recursos no renovables que abrió el capitalismo. Si buscamos un nuevo mundo, una nueva ética, nuevos y superadores valores, la cultura del consumo debe ser abordada con tanta fuerza revolucionaria como las injusticias sociales.

Tener un planeta más sano significa tener una economía más sana. Y el capitalismo ya ha dado repetidas muestras de estar “enfermo” crónicamente, aunque se lo siga haciendo continuar con respiradores artificiales. Por lo tanto, no quedan más alternativas que ayudarlo a morir de una vez para hacer nacer algo nuevo y superador.

Selección en internet: Melvis Rojas Soris

  • Sicólogo, periodista argentino y licenciado en Filosofía.

¿Por qué mata la contaminación a millones de personas?

EL MUNDO 4 de julio de 2016 ESPAÑA


Los datos de la Organización Mundial de la Salud son concluyentes: en el mundo, alrededor de siete millones de personas mueren prematuramente debido a la polución atmosférica. Un 40% de infartos de miocardio, otro 40% de derrames cerebrales, un 11% de enfisema pulmonar, un 6% de cáncer de pulmón y un 3% de problemas respiratorios agudos en niños.

La polución atmosférica es la concentración relativamente alta de sustancias que no pertenecen realmente a la atmósfera. Ésta está formada por gases esencialmente neutros: oxígeno, nitrógeno, vapor de agua, CO2, helio y, más recientemente, por algunos clorofluorocarbonos. En cambio, las sustancias que contaminan son óxidos de nitrógeno (los precursores del ácido nítrico) iones de sulfatos (precursores del ácido sulfúrico), sulfuros, otros ácidos y, sobre todo, micro y nano-partículas sólidas.

Las proteínas de nuestro cuerpo tienen tamaños del orden de hasta unos 10 nanómetros; un nanómetro es la milésima parte de una micra.

Es una cuestión de tamaños: los alveolos pulmonares, donde se realiza el intercambio de CO2 y oxígeno entre la sangre y el aire, tienen diámetros de unas 200 micras. Los intercambios de gases se realizan en las superficies de los alveolos que están recubiertos por capilares sanguíneos de tamaños del orden de micras.

Las micro-partículas y las nano-partículas del aire, esencialmente carbón, procedentes sobre todo de la combustión parcial del aceite que queman hoy los motores diesel, no se ven. Los humos son transparentes, al revés de las partículas que emitían los motores diesel hace unos años que generaban humos negros.

Pero aunque no se vean, existen. Y son mucho más dañinas que las de los humos negros, pues éstas eran demasiado grandes para causar daño en los alveolos pulmonares. Las micro y nano-partículas actuales pueden acceder perfectamente a esos alveolos y en muchos casos pasar al flujo sanguíneo. Cada persona es distinta de las demás y hay personas cuyas estructuras permiten el paso de partículas extrañas a la sangre y otras que lo resisten.

Los derrames cerebrales y las obstrucciones en los capilares del corazón -las coronarias- pueden estar debidas en muchos casos a estas pequeñas partículas que obstruyen la circulación de la sangre en zonas críticas.

Ocurre, como en las tuberías de las casas, que una pequeña obstrucción de óxido, por ejemplo, se puede quedar pegada a las paredes de las tuberías. Al estrecharse ese canal de flujo, las siguientes partículas encuentran un remanso alrededor de ese primer obstáculo al flujo y se acumulan allí, hasta obstruir totalmente el paso de sangre por el capilar.

Esto está perfectamente documentado con partículas de grasa: el colesterol malo. Pero las partículas de la contaminación atmosférica actúan de la misma manera.

Hay una diferencia, que es la misma que entre el fumador activo y el pasivo: aquel se envenena porque quiere, mientras que este último respira un humo que aborrece. El colesterol malo puede producirse por una dieta poco sana, rica en grasas animales. Pero las micro y nano-partículas del aire de las ciudades que una persona respira es posible que no las haya generado ella. Por ejemplo, muchas personas conducen coche con motor de gasolina que no emiten partículas, pero tienen obligatoriamente que respirar el aire con partículas emitido por coches diesel, camiones y autobuses que no sean de gas natural.

El resto de los contaminantes son sustancias irritantes para las mucosas del tracto respiratorio. La exposición continuada a estos irritantes genera un daño en esas mucosas similar al de un papel de lija fina que pasa una y otra vez por encina de un barniz protector de una lámina de madera, por ejemplo, hasta que finalmente lo destruye. En ese momento se produce el asma crónica y, en su caso, el enfisema pulmonar.

¡Un desastre!

¿Por qué tenemos que sufrir esto?

La contaminación deriva, sobre todo, del uso del carbón y del aceite del petróleo, del diesel que contiene muchas sustancias contaminantes. El carbón se utiliza masivamente en China y en India, y menos en Europa, al menos cerca de las aglomeraciones de población.

Pero el gasóleo se utiliza masivamente en Europa y en nuestro país, España. Es un producto residual del refinamiento del petróleo, que no se usaba mucho en Europa, salvo para barcos y camiones, y se sigue sin utilizar mucho en los coches de las Américas. Pero existe y existía y gobiernos complacientes con las distribuidoras de combustibles impusieron, originalmente precios tan bajos para ese gasóleo, que la población empezó a gastarlo masivamente. Una vez conquistado el mercado, y sin ninguna razón real, el precio del gasóleo se equiparó con el de la gasolina.

Es una cuestión puramente monetaria, pero gracias a ella hoy disfrutamos de ciudades con esferas amarillas sobre las mismas y ataques constantes a nuestras vías respiratorias.

Como con todo lo que concierne al medio ambiente, este problema es también inmediatamente resoluble con un coste monetario mínimo para los ciudadanos y los fabricantes de vehículos, a quienes les cuesta lo mismo producir motores diesel o de gasolina. Realmente los únicos interesados en seguir contaminando nuestras ciudades son las empresas petroleras y de carbón.

Se esgrimen toda clase de argumentos especiosos acerca de costes y precios, pero como demuestra la etapa, hace unos veinte años, en la cual el gasóleo costaba, en las gasolineras, la mitad que la gasolina, costes y precios varían a gusto del poeta, es decir, según las conveniencias, no del usuario, sino del productor.

Y esto último, sin hablar de la contaminación más brutal de todas, la del CO2 que está causando disrupciones en los patrones de tiempo que causan pérdidas mil-millonarias a los ciudadanos, sencillamente por estrujar la esponja de los combustibles fósiles en vez de instalar a toda velocidad las energías solares (aerogeneradores o molinos de viento incluidos, pues su movimiento se debe al calentamiento de océano por el Sol) que, hoy son ya competitivas con esos combustibles contaminantes.

Selección en Internet: Raquel Román Gambino

Premios Nobel al servicio de Monsanto y Syngenta

LA HAINE.org 5 de julio del 2016 ESPAÑA

Silvia Ribeiro*

La carta afirma que el hambre es por falta de alimentos, lo cual es falso: la producción mundial de alimentos sobra para todos los habitantes del planeta ahora y en 2050

Son pocas las veces que tanta gente prominente del ámbito científico presume su ignorancia en tan corto espacio. Así es la carta pública que un centenar de ganadores del premio Nobel publicaron el 30 de junio defendiendo los transgénicos, particularmente el llamado arroz dorado y atacando a Greenpeace por su posición crítica a estos cultivos. La misiva abunda en adjetivos y apelativos altisonantes, hace afirmaciones falsas y no da argumentos, por lo que parece más una diatriba propagandística de empresas de transgénicos que científicos presentando una posición.

Para empezar, el llamado arroz dorado (arroz transgénico para expresar la provitamina A) que defienden con tanto énfasis, no existe. No por las críticas que le haya hecho Greenpeace y muchas otras organizaciones, sino porque sus promotores no han podido hacer una formulación viable, pese a casi 20 años de investigación y más de 100 millones de dólares invertidos. Tampoco han demostrado que tenga efecto en aportar vitamina A.

La primera versión de ese arroz transgénico con betacaroteno (GR1) fue un accidente de investigadores suizos que experimentaban otra cosa, por lo que nunca controlaron exactamente el proceso. Esa versión requería comer kilos de arroz diariamente para completar la dosis necesaria de vitamina A. Luego Syngenta compró la licencia y como propaganda donó la licencia de investigación a una fundación, en la que es miembro la Fundación Syngenta. Pero la empresa retuvo los derechos comerciales.

En 2005, anunció la versión GR2, con más provitamina. Pero no ha podido demostrar que la provitamina sea estable, ya que se oxida fácilmente y en poscosecha disminuye a 10 por ciento del contenido. Como es una manipulación genética experimental de alteración de rutas metabólicas, podría tener cambios imprevistos con efectos graves para la salud. Varios científicos han señalado esos riesgos y los mitos del arroz dorado.

Por otro lado, vegetales comunes como la zanahoria, col, espinaca y muchos tipos de quelites –hierbas comestibles comunes que acompañan la siembra campesina y las culturas culinarias tradicionales– aportan mucho más vitamina A que ese arroz, sin efectos secundarios y sin pagar a trasnacionales. Por el contrario, la agricultura industrial y de precisión que defienden en la carta de los Nobel, por ser plantadas en grandes monocultivos con agrotóxicos, eliminan esos quelites y también a los campesinos, desplazados y contaminados por las megaplantaciones.

La carta afirma que el hambre es por falta de alimentos, lo cual es falso: la producción mundial de alimentos sobra para todos los habitantes del planeta ahora y en 2050. Si existen hambrientos y desnutridos es porque no tienen tierra para producir ni pueden acceder a los alimentos. La cadena agroindustrial de alimentos –que detenta los transgénicos– desperdicia de 33 a 40 por ciento de la comida producida según datos de la FAO, lo cual alcanza para alimentar a todos los hambrientos del mundo. Además, como informa Greenpeace en su respuesta, 75 por ciento de la tierra agrícola se usa para producir forrajes para animales en cría industrial y agrocombustibles, no alimentos.

La afirmación de que los transgénicos son seguros para el ambiente y la salud ha sido rebatida, con argumentos y referencias científicas, por más de 300 científicos convocados por la Red Europea de Científicos por la Responsabilidad Social y Ambiental.

Pero quizá lo más notable es que la carta no menciona que solo seis trasnacionales (en vía de volverse tres) controlan todos los agrotransgénicos en el mundo, 61 por ciento de todas las semillas comerciales y 76 por ciento del mercado global de agrotóxicos. ¿Cuánta falta de ética y honestidad es necesaria para ocultar que su propuesta de agricultura de precisión es el negocio de un puñado de trasnacionales, todas con larga trayectoria de violación de derechos ambientales, humanos y a la salud?

La sombra de las trasnacionales cae pesadamente sobre esta carta supuestamente científica.

Se dicen preocupados por el hambre y los niños desnutridos en el sur global, pero eligen presentar la carta en una conferencia de prensa en Washington, Estados Unidos, en un momento muy oportuno para favorecer a las empresas de transgénicos. En esta semana el Congreso debe votar una ley sobre etiquetado de transgénicos que quiere impedir que los estados tomen decisiones en este tema. Buscan anular la norma de etiquetado que comenzó a regir desde el 1º de julio en Vermont, luego de un referendo que votó en favor de ello.

A su conferencia de prensa se impidió asistir a Greenpeace, cuyo representante fue bloqueado por Jay Byrne, exjefe de comunicaciones de Monsanto, que increíblemente ¡funcionaba de portero de la conferencia!. Lejos del altruismo científico, los firmantes organizadores de la carta, Richard Roberts y Phillip Sharp, son también empresarios biotecnológicos. El sitio donde publican la carta es un espejo de otro que redirige al Genetic Literacy Project, frente de propaganda disfrazado de las trasnacionales de transgénicos y agrotóxicos.

Pero lo más ofensivo es su pregunta final: ¿Cuánta gente pobre debe morir para considerar [la crítica a los transgénicos] un crimen contra la humanidad? Opino que los firmantes deben ir inmediatamente a las zonas de plantaciones de soya transgénica en Paraguay, Argentina, Brasil, donde las madres pierden los embarazos y niños y trabajadores mueren de cáncer por los agrotóxicos de los cultivos transgénicos. Esos son crímenes contra la humanidad.

Selección en Internet: Melvis Rojas Soris

  • Directora para América Latina del grupo ETC, con sede en México. Periodista y activista ambiental uruguaya. Es miembro del comité editorial de la revista latinoamericana Biodiversidad, sustento y culturas.