Posverdad

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Concepto:Mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales
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Posverdad. Mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en la que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas los hechos son ignoradas. La posverdad difiere de la tradicional disputa y falsificación de la verdad, dándole una importancia "secundaria". Se resume como la idea en "el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad". Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de «posverdad», que ocultaría la tradicional propaganda política7​8​9​ y el eufemismo de las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda.

Descripción

Este término que se popularizó a partir de una serie de hechos políticos de trascendencia en el mundo como el Brexit, que significó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, las elecciones de Estados Unidos en las que resultó ganador Donald Trump, y el plebiscito en Colombia, fue escenario de análisis en la Fiesta del Libro de Cúcuta. Andrés Sarmiento, escritor pamplonés; José Bolívar, abogado y especialista en temas de paz, conflicto y desarrollo; Priscyll Anctil, experta en estudios feministas e investigadora de la Corporación Descontamina y Lucy Araque, periodista de La Opinión, conversaron sobre el nacimiento e influencia de este concepto que cada vez se hace más fuerte por el auge de las redes sociales y que ya fue incluido en el diccionario de la Real Academia Española. La posverdad, entendida como “toda aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones y creencias o deseos”, fue elegida como la palabra del año en 2016 por el diccionario de Oxford y su uso se incrementó en un 2.000%. Este es un reflejo de la utilización desmedida que se ha hecho de la inmediatez y a la vez ligereza de las redes sociales para influenciar en determinados públicos, a partir de la manipulación de la comunicación y el juego de las emociones. En ese sentido, durante el conversatorio se hizo énfasis en la responsabilidad que tienen los medios de comunicación de ayudar a que esas mentiras o verdades a medias que circulan a diario, no se conviertan en una verdad plena que distorsiona la realidad. La palabra posverdad forma parte de lo esencial alcanzado del 2016. Nos hemos acostumbrado a ella en los artículos de opinión de todo signo e índole. Y sorprende ver que incluso analistas de actualidad e incluso políticos la usan sin rubor. Mis alumnos, como tantos otros, no saben de qué estamos hablando, aunque vivirán sus consecuencias. ¿Cómo influye la cultura digital en este fenómeno? ¿Qué es la posverdad en redes sociales? Cuando hablamos de posverdad nos referimos a un discurso público, generalizado sobremanera en los últimos debates, en los que se va más allá de la verdad. El primer objetivo, al modo de los antiguos sofistas, es conectar con las emociones y sentimientos del auditorio, alcanzar su situación vital. Y una vez hecho este esfuerzo, ganando su credibilidad (o credulidad), construir un relato que explique, sin culpa alguna ni responsabilidad de su parte, el origen de sus circunstancias. Por supuesto, mintiendo, contando parcialmente las cosas, volviendo superficial lo esencial, o sencillo lo complejo. “¡Es por esto!” Sobre esta cuestión, y de aquí el título, tiene mucho que decir el contexto digital en el que nos movemos y el modo como hoy llega y se transmite la información. Un fenómeno esencial a nuestros tiempos es que el receptor se convierte en difusor a su vez, en elemento de la cadena de masas. Siempre fue así, de algún modo, pero nunca antes de forma tan potente y con semejante alcance. Cómo se muestra la posverdad en redes sociales:

Los lenguajes omprimidos

A pesar de la valía de Twitter en muchos sentidos, hay que reconocer que infinidad de cosas no se pueden concentrar en 140 caracteres. Se presta a muchas confusiones, a malentendidos o visiones parciales. Pero mucho menos en un #hahstag. Sin embargo, son estos últimos los que crean tendencias de opinión y corrientes que se van polarizando. Participar en una conversación de masas de semejante índole es casi imposible. La oleada de mensajes que se cruzan es tan rápida que no da pie a tratar determinados asuntos con el sosiego necesario.


Los lenguajes visuales

Hoy como nunca sabemos transmitir con imágenes. Cualquiera puede hacerlo, con o sin texto. Y según qué perfil de edad, es su mensaje preferido, aquel que acogerá con mayor agrado. Destellos que provocan impacto, que causan una reacción, que vinculan lo que se dice a una emoción. Estos lenguajes, como ya sabemos, son fácilmente manipulables y sólo destacan una parte. Pero se convierten en virales, pasan de mano en mano a través de teléfonos móviles inteligentes de última generación. Su potencial es inmenso. No en vano se habla con mucho acierto de memecracia, el poder de la burla, de la ridiculización o de la palabra fácil.

Estudiamos las tendencias de masas

A diferencia de los datos que podían en otros tiempos reflejar las encuestas, hoy existen millones de datos en la red dispuestos a ser analizados. El oficio de “caza tendencias” ya no es un ojeador que pasea por la calle, sino que mira de forma general en internet descubriendo talentos. Y de igual modo los analistas de big-data ponen todo su conocimiento al servicio del estudio preciso de aquello que “el común”, “la inmensa mayoría” quiere escuchar, o de lo que se siente parte, o de sus frustraciones y necesidades. De tal manera que quien prepara el discurso dispone de una especie de mira-telescópica de alta precisión para acertar con sus palabras.

Aumenta el ruido social

Otro aspecto a considerar es la profusión ideológica, constante y continua. Determinadas redes sociales, con que tengan dos usuarios muy activos en una dirección, te obligan al menos a pasar los ojos por contenidos del todo escandalosos o exagerados, sin oportunidad de réplica. Se producen miles de tweets en torno a un #TT, y hay #TT diariamente en diferentes ámbitos o regiones del mundo. Lo cual significa que se habla mucho de lo mismo, con etiquetas por sí mismas ya tendentes, cuando no directamente ideologizadas. Cada comunidad busca demostrar que es “más” influyente que las otras, como si el número fuera lo que realmente da significado a lo que se defiende. La verdad se mide en cantidad, en los tiempos de la posverdad, no de la cualidad o competencia de quien la propone o la busca. Muchos piensan que la ciencia tiene una verdad absoluta, a diferencia de los científicos que conocen su campo de estudio y que saben lo mucho que ignoran, cuando han alcanzado realmente sabiduría.


En encierro en “lo propio”

Las comunidades digitales cerradas, que como he dicho en otras ocasiones tienen a formarse en estos aparentes espacios abiertos y plurales, se retroalimentan a sí mismas. La radicalización en los medios digitales y redes sociales es un hecho comprobado en todos los ámbitos de la vida. Nos volvemos “más” de la pata de la que cojeamos con anterioridad a fuerza de leer contenidos en la misma dirección y ver cómo otros muchos la apoyan, de modo que se pierde el interés por el diálogo con el otro, que piensa diferente.

Conformismo de sofá

Pasamos rápidamente de un tema a otro, creyendo haber hecho algo. Firmamos peticiones, que aunque sea una denuncia valiosa no puede ser el último paso que se dé. Como tampoco compartir el hartazgo con la corrupción o la violencia resulta determinante en el contexto social sin una acción ulterior. La acción suele ser nuestra palabra más seria en un asunto, porque hemos dejado de tomar en serio nuestras palabras. Luego en este conformismo plácido del sofá, de la crítica y el comentario fácil, cuando no anónimo, termina toda nuestra vinculación y preocupación por el problema. Muchos se preguntan qué más pueden hacer. El siguiente paso resulta ser de otros.

Emotividad, a flor de piel.

La cultura visual impulsada por redes sociales como YouTube tienen también mucho que ver en esto. Vídeos fragmentados, discursos que cautivan al auditorio. Vende la conferencia breve y vacía de contenidos, cuyo objetivo es decir lo estupendo que es quien escucha. Al modo de las artes sofísticas, sin interés algunos por la búsqueda de la verdad al descubierto, con la pretensión de hacer sentir bien (sentir como sensación meramente) al auditorio, que se contagie el entusiasmo. ¿Qué es aquello que hoy resulta más aceptable? ¿No se acoge con enorme facilidad un discurso buenista carente de esencias, por muy lejos que aparente llegar?

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Fuentes

  • Posverdad [1]. Consultado 221/11/2018
  • POSVERDAD: Qué y porqué de la palabra [2]. Consultado 22/11/2018