Primera iglesia y cementerio de Guanabacoa

Primera iglesia y cementerio de Guanabacoa
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Obra Arquitectónica
Descripción
Localización:Guanabacoa,la habana
Uso inicial:categoría de Iglesia Parroquial el 15 de agosto de 1607


En el año 1576 se solicitó al cabildo habanero la construcción de la primera iglesia de Guanabacoa, y gracias a los esfuerzos de un presbítero franciscano y la cooperación de Hernán Manrique de Rojas, protector de indios, el prelado Juan del Castillo aprobaba la obra en abril de 1577 (Vidal, 1887, pp. 19-20). Abierta al culto el 15 de agosto de 1578, se hallaba bajo la advocación de María Santísima de la Asunción (Vidal, 1887, p. 20; Guardia, 1946, p. 22). A partir de entonces, los enterramientos de los fallecidos se efectuaron en el cementerio del santuario, que por sus reducidas dimensiones debió situarse tanto en su interior como en sus alrededores, lo que provocó que la zona se conociera posteriormente como el “Barrio del Campo-Santo”.

En 1586, el sacerdote franciscano que oficiaba en la iglesia “(…) recabó de casi todos los indígenas, establecidos en las lomas del Indio y de la Cruz, que trasladasen (…) junto á la Iglesia su morada”, así como de algunas familias canarias (Vidal, 1887, p. 20). En opinión del historiador Elpidio de La Guardia, esto produjo un “(…) acercamiento social entre unos y otros, y lo que es más aún, la unión de las dos razas, al surgir numerosos matrimonios” (1946, p. 23). Sin embargo, el 12 de diciembre del año 1582 se reportaban en Guanabacoa 46 indios naturales, y solo 11 vecinos de origen europeo, censo en el que no constan las féminas ni los infantes (Wright, 1927, p. 313).9 Aunque lógicamente se conformaran parejas compuestas por indios y pobladores “blancos”, como afirmaba Guardia, resulta evidente que existían mayores probabilidades de que se efectuaran uniones consensuadas entre pobladores naturales, ya que constituían mayoría abrumadora. Asentados en la mencionada Loma del Ermitaño o Loma del Indio (o de Los Indios), al este de la zona en estudio, constituía una pequeña elevación sobre la que se habían asentado los naturales desde la fundación de la reducción; por lo tanto, esta pequeña colina, junto al poblado de Tarraco, fueron los dos núcleos poblacionales primarios de Guanabacoa.

Iglesia Parroquial

Habiéndosele otorgado la categoría de Iglesia Parroquial el 15 de agosto de 1607 (Guardia, 1946, p. 77), Fray Alonso Enríquez de Almendáriz relataba en 1620 que esta antigua edificación poseía techo de tejas y contaba con los servicios del cura Francisco de Viera, natural de La Habana, de más de 40 años.10 (Pichardo, 1984, p. 574) En 1665 “(…) aparece representado como un sencillo edificio de planta rectangular con tejado a dos aguas (...), y en lo alto de la fachada, sobre el caballete, se hallaba colocada una cruz” (Rodríguez, 2007, p. 11). Cuando en el año 1721 se termina de construir la “nueva” Iglesia Parroquial de la localidad, se derriba el antiguo edificio por su estado ruinoso y se coloca en su lugar una cruz de madera.

Retirada la señalización en el año 1820, por disposición del obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa (Vidal, 1887, p. 20), el área paulatinamente fue ocupada por viviendas. La diversidad de opiniones en cuanto a la ubicación de la primera iglesia y cementerio de la localidad confirma la necesidad de comprobar la localización de ambos, pues esta área constituye el núcleo a partir del cual el poblado de Guanabacoa se expande y de forma paulatina toma su configuración definitiva.

Intervenciones arqueológicas

La localización y el estudio de las tres áreas de ocupación humana más antiguas de Guanabacoa resultan de vital importancia para la historia local y regional. Las investigaciones histórico-arqueológicas en el área urbana de este municipio comienzan en el año 1970, fecha en que se deposita en los almacenes del otrora Centro de Antropología, perteneciente a la Academia de Ciencias de Cuba, una vasija acordelada11 con dos asas, procedente del Convento San Francisco de Asís, más conocido como Colegio de Los Escolapios. (Aida Martínez, comunicación personal, 2. Aunque se desconozca la procedencia de este contenedor, lo cierto es que destaca por su excelente estado de conservación, y pueden observarse huellas de reparación y uso continuado; además, su forma recuerda ciertas vasijas halladas en sitios indígenas del Caribe (Jorge Ulloa Hung, comunicación personal, 2015). Cinco años más tarde, de manera fortuita, se exhuma un fragmento cerámico atribuible a los naturales que vivieron en el área conocida como Tarraco (Pérez y Macías, 1991, p. 1); este sitio arqueológico fue nombrado Guanabacoa i. En los meses de mayo y junio de 1987, la arqueóloga Lourdes S. Domínguez dirige investigaciones arqueológicas en otros dos sitios: Guanabacoa 2 (antigua Loma de los Indios) y Guanabacoa 3 (zona conocida como Tarraco), en busca de evidencias arqueológicas pertenecientes a los dos antiguos asentamientos.

La tercera excavación, practicada también en el área conocida como Tarraco, fue catalogada como Guanabacoa . En las tres excavaciones se extrajeron numerosas evidencias; en todos los casos, la profundidad máxima fue de 1,00 m, y se exhumaron 14 656 fragmentos, correspondientes a gran variedad de grupos y tipologías .

Las investigaciones se enfocaron en el rescate de artefactos que denotaran la ubicación de los mencionados poblados, por tanto, quedaría por dilucidar dónde se encontraban la primera iglesia y cementerio de la localidad, ya que el hallazgo y el análisis de las evidencias arqueológicas, y de los procesos de formación del contexto arqueológico en el área en estudio contribuirían a la reformulación de aspectos relacionados con la descendencia biológica y cultural aborigen en Guanabacoa, la continuidad de actividades vinculadas con producciones de tradiciones aruacas, la presencia de indios floridanos en el entorno urbano y la incidencia de rasgos identitarios de ambos grupos en la conformación del pueblo-villa-municipio.

El proyecto arqueológico comenzó a ejecutarse en coordinación y con representación del Museo Municipal del territorio. Se diseñó teniendo en cuenta la disponibilidad de patios o solares sin edificaciones, y el apoyo de los propietarios de los mismos para ejecutar las excavaciones. En el área se identificaron dos patios como los espacios con mejores condiciones para efectuar las investigaciones, y además con gran potencialidad en cuanto al hallazgo de evidencias relacionadas con los objetivos del proyecto, teniendo en cuenta la ubicación de ambos.

El desnivel del terreno que puede observarse entre el patio intervenido y la calle pudiera sugerir posibles labores de rellenado en toda la zona, uno de los argumentos que justificaba la inexistencia de excavaciones en dicho sitio. Sin embargo, la observación de los patios colindantes y la disposición de las fachadas de las casas apuntan hacia la eliminación de los desniveles en la falda de una pequeña elevación, con el objetivo de situar paulatinamente los inmuebles, lo que corrobora la tesis sobre la ubicación de la primera iglesia en las inmediaciones de una pequeña colina. Se situó un área de excavación de 4 m x 3 m, teniendo en cuenta la posición del camino de acceso a la vivienda del propietario del solar y eludiendo una zona con grandes concentraciones de rocas producidas por el derrumbe de una edificación existente en el siglo xix. La superficie presentó huellas de surcos para sembrados, y una vez retirada esta unidad estratigráfica comenzaron a aflorar restos de muros de mampuesto y contextos pertenecientes al siglo xix. Estos a su vez fueron colocados tras practicar cortes en las unidades correspondientes con el siglo xviii, entre las que se encontraba un apisonado de cal, vestigio del primer pavimento e inmueble colocado en el área.

En total se identificaron 16 unidades estratigráficas y la profundidad máxima de la excavación fue 0,90 m, develando el afloramiento de serpentinita, roca ofiolítica que constituye el lecho natural de gran parte del territorio guanabacoense. A pesar de que no constituyó una intervención de gran profundidad, los contextos excavados resultaron ser muy fértiles en artefactos, con una estratificación que permite determinar acciones antrópicas significativas. Mediante el análisis de la disposición de los estratos y las evidencias se reconocieron tres periodos cronológicos diferentes. Un primer momento de ocupación en el siglo xviii, para lo cual se necesitó rellenar y nivelar el terreno, utilizando material terrígeno de diversa procedencia. Este lapso cronológico está sellado por un apisonado de cal, lo que indica la probable ubicación de un primer inmueble en el área. Posteriormente, dicho apisonado fue cortado por un muro que perteneciera a un inmueble construido durante el siglo xix, al cual también corresponde otro apisonado de cal. Por último, el deterioro de la edificación decimonónica en el siglo xx condicionó que la zona se cubriera paulatinamente por sedimentos varios, situación que fue aprovechada por el propietario de la parcela para situar algunos sembrados.

Las unidades estratigráficas constituyen, en su mayoría, contextos secundarios, y la naturaleza de las mismas indica su origen doméstico o un posible acarreo desde zonas de basurero, debido al alto grado de fragmentación de los artefactos, gran cantidad de restos bioarqueológicos con huellas de cortes (sobre todo en huesos pertenecientes a mamíferos), y en el caso de las especies comestibles la preponderancia de las porciones que solían comercializarse. Se han identificado fragmentos pertenecientes a moluscos marinos: ostión de mangle (Crassostrea rhizophorae), baya (Isognomon alatus), Codakia orbicularis, Tellina sp., Arca sp., Chione cancellata, Mytilopsis leucophaeata, sigua (Cittarium pica), cobo (Lobatus gigas), Bulla striata y un fragmento pequeño de Sinistrofulgur perversum. Los moluscos terrestres están representados por el Cerion sp. y la Zachrysia auricoma, mientras que se identificaron vértebras y otros restos de peces como el aguají (Mycteroperca bonaci), la jiguagua (Caranx hippos) y el pargo criollo (Lutjanus analis). Igualmente, se exhumaron restos de jicotea (Trachemys decussata), gallina (Gallus gallus), perro (Canis familiaris), cerdo (Sus scrofa), vaca (Bos taurus), conejo (Oryctolagus cuniculus) y de Ovis/Capra.12

Entre las evidencias más significativas puede mencionarse una vasija confeccionada a partir de un ejemplar del molusco marino Sinistrofulgur perversum, usualmente conocido como Busycon perversum. Estos gasterópodos habitan desde Carolina del Norte, Estados Unidos, hasta la península de Yucatán, México,14 por lo que es muy significativo que se exhumen en contextos arqueológicos cubanos. La pieza hallada probablemente fuera desechada tras fracturarse la porción superior de la concha y parte del manto. Para lograr la hechura del artefacto se extrajo la columela y parte del labio interno, y tanto el labio externo como el interno fueron rebajados, posiblemente con el objetivo de no dañar la boca y propiciar un mejor agarre respectivamente. Aunque este ejemplar no posee pulimentado en la superficie dorsal, puede observarse cierto desgaste en la zona más cercana al canal sifonal, precisamente por donde la vasija debía sostenerse y manipularse, lo que indica su reiterada utilización.

Con respecto a las vasijas de la familia Busyconidae halladas en La Habana, el arqueólogo Leandro Romero (1995) apuntaba que dichos artefactos se habían utilizado como achicadores durante las travesías en canoas desde La Florida (Jiménez y Arrazcaeta, 2010, p. 4). Sin embargo, tres de los más de veinte ejemplares encontrados muestran un pulimento dorsal excepcional. “Estos recipientes parecen ser copas ceremoniales empleadas en el consumo de la bebida negra, casseena o casina para los españoles, (…) que se obtenía hirviendo las hojas del Yaupon Holly -Ilex vomitoria-, planta (…) común en el sudeste de los Estados Unidos” (Jiménez y Arrazcaeta, 2010, p. 4). Con excepción de los posibles recipientes ceremoniales antes mencionados, los restantes constituyen vasijas de uso común, muy similares tipológicamente a los cucharones/vasijas estudiados por W. H. Marquardt en 1992 (Jiménez y Arrazcaeta, 2010, p. 7). Lo cierto es que estos artefactos pudieran haberse utilizado como achicadores durante las travesías y como vasijas una vez que sus portadores llegaban a sus destinos, lo que constituye evidencias de las relaciones existentes entre La Florida y La Habana. El ejemplar descrito se halló compartiendo contexto con evidencias datadas en el xviii, siglo en que se asentaron numerosos indios floridanos en Guanabacoa.

Singular resulta el hallazgo de un sello de plomo con una capa fina de oro en el anverso (el reverso es liso), el engarce de la cinta partido y en estado de conservación regular. Representa el Escudo de Armas del monarca británico, dividido en cuatro cuarteles rodeados por el lema Honni soit qui mal y pense (en francés antiguo: Maldito sea el malpensado), aludiendo a la Nobilísima Orden de la Jarretera, orden de caballería más relevante y antigua del Reino Unido, fundada en 1348 por el rey Eduardo iii.

Constituye un sello pendiente de cinta confeccionado en el Reino Unido, utilizado entre los años 1714 y 1801 con la finalidad de fedatear15 documentos de diversa índole.16 Si se toma en cuenta la naturaleza del contexto en que se halló este artefacto y el rango cronológico en que se empleó, bien pudo guardar relación con la Toma de La Habana por los ingleses en 1762. Como consecuencia de la invasión británica, Guanabacoa padeció grandes afectaciones: sufrió una significativa despoblación ante la inminente batalla, y el saqueo de templos católicos y moradas, así como la quema de algunas casas (Rodríguez et al., 2006, p. 91). Es posible entonces que el sello se desechara o pasara a formar parte de un contexto primario como elemento de facto, consecuencia quizás del intenso trasiego de soldados y civiles británicos. Con posterioridad, dicho contexto se trasladó hacia el sitio en estudio durante el siglo xviii, conclusión a la que se arriba tras el análisis de las relaciones cronológicas y espaciales artefactuales, e intercontextuales.

Algunas otras evidencias merecen mencionarse, como un dado de hueso, un abanico calado de hueso, una pequeña figurilla de cerámica que recuerda una imagen religiosa, dos fragmentos de pipas de caolín para fumar tabaco, hormillas de hueso, una cuenta de roca para collar, tejas criollas (acanaladas o de muslo), fragmentos de ladrillos y losas de piso. Debido al significativo desarrollo de la industria azucarera en territorio guanabacoense (Rodríguez se elaboró gran cantidad de cerámica para tales fines, lo que justifica el hallazgo de fragmentos de cuerpos, bordes y furos de hormas utilizadas en el proceso de obtención del azúcar, todos con restos de cal.

Dentro del conjunto de evidencias halladas destacan, por su cantidad y características, las fichas de juego. De las ocho exhumadas, tres se desecharon en pleno proceso de factura, en seis se reutilizaron fragmentos de vasijas de cerámica de tradición aborigen de diferentes grosores, y en los otros dos casos se aprovecharon fragmentos de mayólica, una clasificada como Talavera azul sobre blanco (1590- 1750). Algunas similares se han identificado en contextos de los siglos xvi y xvii, correspondientes con la antigua ferretería Isasi, de La Habana Vieja. En opinión del arqueólogo Daniel Schávelzon (2010), las fichas pueden identificarse como:

(…) trebejos usados en dos juegos que fueron habituales en las colonias españolas y en España denominados chaquete o tablas reales, y damas. Ambos juegos han llegado la actualidad siendo el chaquete el llamado Backgammon en su denominación inglesa y las Damas aún mantienen su nombre en la América hispánica. Se practican sobre tableros aunque suponemos que también debieron hacerse directamente sobre marcas en el piso y a este último caso deben pertenecer las fichas de mayor tamaño.

Los investigadores Lydia Pulsipher y Conrad Goodwin describen un juego moderno en la isla de Montserrat al que llaman Chiney Money, en el que se emplean tres discos de cerámica similares a los encontrados en sitios arqueológicos (Singleton, 2005, p. 12), mientras que Kathleen Deagan agrega el parchís como otro posible juego de azar donde podían utilizarse las fichas de cerámica (Deagan, 2002, p. 232). Es muy significativo que para el caso que nos ocupa, la mayor parte de estas evidencias se confeccionaran a partir de cerámica acordelada de tradición aborigen, teniendo en cuenta que la mayoría de las encontradas en Cuba solían elaborarse con fragmentería de mayólicas y, durante el siglo xix, con lozas finas. Algunos autores, como Hernández (2012), asumen que la factura y utilización de las mismas podían ser llevadas a cabo por grupos sociales poco favorecidos, como esclavos, soldados e indios.

Muy interesante resulta el fragmento de vasija de cerámica de tradición aborigen (siglo xviii) que presenta decoración incisa en el borde. Aunque las incisiones difieren de las encontradas en contextos del siglo xvi en La Habana Vieja, constituye el borde inciso más tardío hallado hasta el momento en el territorio habanero. Los bordes identificados en los ejemplares exhumados son redondeados, con excepción de uno evertido, constituyendo mayoría los tiestos de cerámica de tradición aborigen en los contextos correspondientes con el siglo xviii, mientras que su número desciende considerablemente en los estratos del siglo xix.

Se exhumó además un pico de mano confeccionado en un ejemplar de Strombus pugilis, con la parte inferior fracturada, al que le fue retirado parte del manto y el ápice para facilitar el agarre y la percusión. Tres fragmentos de burenes, uno con borde, confirman la consecución de la producción de casabe, ya fuera para el consumo familiar o para su comercialización. Muy gratificante resultó hallar una porción de cánula de una pipa de cerámica ordinaria negra; ejemplares similares encontrados en La Habana Vieja se han atribuido a la descendencia aborigen en la región, pues constituyen ejemplares de factura artesanal con acabado muy rudimentario (Roger Arrazcaeta, comunicación personal, 2019), y el caso que nos ocupa presenta una línea incisa que rodea la boquilla.

La presencia de cerámica de tradición aborigen, el pico de mano, así como los fragmentos de burenes y la porción de pipa, alude a la continuidad histórica de la representación en la materialidad de rasgos identitarios autóctonos, al menos hasta el siglo xviii, elementos culturales que persistieron y se transocializaron como componentes de un grupo social oprimido, sometido y condenado a expresiones de marginalidad social. El reajuste de las estrategias de investigación mediante la superación del manejo aislado de evidencias llamadas “de transculturación”, y además el reconocimiento de la importancia del conjunto artefactual partiendo del dinamismo que caracteriza la formación de los contextos arqueológicos urbanos, sugieren que el comportamiento de la descendencia indígena ante la dinámica social impuesta por las autoridades coloniales condicionó la continuidad manufacturera de artefactos utilitarios relacionados fundamentalmente con actividades vinculadas a la elaboración de alimentos, la producción de casabe y a la tradición de fumar tabaco. En otros casos, como los juegos de azar, constituyeron prácticas adquiridas durante el tránsito de los naturales por procesos sociohistóricos durante la época colonial. Progresivamente la arqueología va contribuyendo a la visibilizando del indio de diferentes orígenes y en diferentes momentos de la historia de la región habanera, repensando la manera en que se ha tratado su temprana desaparición y llenando el vacío que por muchos años legitimó la historiografía.


Referencias

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Fuentes