Ciro Frías Cabrera

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Plantilla:Personaje histórico

Ciro Frías Cabrera fue un campesino que se unió a los guerrilleros de la Sierra Maestra a principios de 1957, se destacó por su valentía, lo que le hizo ganar prestigio y confianza entre sus compañeros. Ostentaba al morir el grado de capitán.

Infancia y adolescencia

En la Sierra Maestra, donde a la gente le ha gustado siempre compartir el saludo y a las montañas tocar las nubes se hizo hombre Ciro Frías Cabrera. Creció y se hizo hombre en el trabajo, porque para él apenas existió la escuela. Tuvo una infancia sin muchas alegrías, que puede resumirse en cuatro nombres: Felicita, Manuel, Antonio y Olga. Su madre, su tío materno, y sus dos hermanos. Alrededor de ellos comenzó su cariño a andar por el mundo.

Trayectoria revolucionaria

En 1956 era un campesino de 29 años con mujer, tres hijos, un pedazo de tierra y una bodega, en el lugar conocido como El Ají de Juana. Allí lo encontró la historia cuando Fidel llegó con el Granma.
Ciro Frías Cabrera fue un campesino que se unió a los guerrilleros de la Sierra Maestra a principios de 1957, se destacó por su valentía, lo que le hizo ganar prestigio y confianza entre sus compañeros. Ostentaba al morir el grado de capitán.
Un mes más tarde la tropa rebelde tuvo en su experiencia el duro revés de Alegría de Pío y la victoria de La Plata. Eran días difíciles, llenos de acechanzas y peligros. Eran días en que solo resultaba posible vislumbrar el futuro en el optimismo de Fidel.
Ese fue el momento en que Ciro y su hermano Antonio hicieron contacto con los revolucionarios. Eran muchos los riesgos que corrían los que se atrevían a prestar ayuda, pero nada pudo atajar su decisión, y fueron los primeros campesinos que unieron su suerte a la del grupo guerrillero.
Ciro lo entregó todo. Y lo que es más importante: se entregó él mismo completo a la causa. A partir de ahí no conoció el descanso. Iba y venía por la Sierra sin parar. Sirvió de enlace. Trajo noticias y trajo también el segundo grupo de hombres que se unió a la guerrilla procedente de Manzanillo.
Ambos hermanos trabajaron sin tregua, hasta que, delatados, los guardias los torturaron y mataron a su hermano Antonio y al joven arriero Eliecer Tamayo, a quien quemaron vivo. La mujer de Ciro, Secundina Reyes y Sony Florentino Frías, un primo hermano que trabajaba como dependiente en la bodega que él tenía en El Ají, fueron detenidos y soltados después bajo amenaza. Los guardias saquearon y dieron candela a todo lo que encontraron a su paso. Era un momento de dolor y prueba, durante el cual se reafirmó la urgente tarea que tenían los hombres de hacer la Revolución. Y Ciro se alzó definitivamente en los primeros días de 1957.
Junto a Fidel conoció, el día 9 de febrero de ese mismo año la amargura del acoso y la dispersión en Altos de Espinosa, donde casi fueron cercados por el ejército, guiado por el traidor Eutimio Guerra, quien después fue capturado por el propio Ciro.
Junto a Fidel también supo, el 28 de mayo, del sabor de la victoria en el combate del Uvero. Con él aprendió el arte de la emboscada y el golpe rápido y, siguiendo su palabra y el ejemplo, sintió que dejaba atrás la cáscara de su pasado.
En los meses siguientes, sus compañeros lo vieron forjarse como guerrillero y hombre de confianza: el 26 de julio de 1957 combatió bajo las órdenes de Guillermo García en el central Estrada Palma; el 20 de agosto se convirtió en el héroe indiscutible de Palma Mocha; al avanzar bajo las balas y recoger las armas de varios compañeros caídos. De allí partió con Efigenio Amejeiras para la emboscada del turquino, donde no llegaron a combatir, pero libraron una batalla de cinco días contra el hambre y la sed, sin abandonar sus posiciones. El 8 de noviembre capitaneó el combate de Mareón, provocando numerosas bajas al enemigo. Doce días más tarde dirigió, también con éxito, el de Mota, ostentando el grado de teniente.
Cuando la guerra lo permitía leía a Martí. Su mochila pesaba tanto como la de Fidel, Raúl o el Che, entre otras cosas, a causa de los libros. Quería aprender. Escribía apresuradas cartas a sus hijos: Ciro, Fernando y Marta, a quienes más que a nadie trataba de inculcar su inquietud. Sabía que lo que decía con el corazón, su mano lo escribía con falta de ortografía; pero había descubierto la luz y no volvería a vivir sin ella.
Bajo el mando de Raúl participó con su escuadra en otras dos acciones más: el 24 de diciembre de 1957, en Chapala, y el 16 de febrero de 1958, en la emboscada al refuerzo del Ejército de Pino de Agua. Ciro ya era un aguerrido combatiente al que todos admiraban por el valor y la alegría con que cumplía las más peligrosas misiones.
Por esos días se reunió con su mujer y sus hijos en La Habanita, se sentía feliz; no le alcanzaban los brazos y las caricias. Durmieron juntos una noche en el suelo. No volvería a verlos nunca más.
El primero de marzo, cuando el Comandante Raúl Castro marchó hacia el Segundo Frente, con él fue Ciro, ya ascendido a Capital y al mando del pelotón No 3 de la Columna No 6 “Frank País”, con el que cruzó de la Sierra Maestra hasta las montañas situadas al norte de la antigua provincia de Oriente.

Muerte en combate

El 7 de abril, ya en el nuevo frente guerrillero, se le asignó el mando de la Compañía E, momentos en el que se preparaba el asalto a varios cuarteles en apoyo a la huelga de abril y a él le correspondió el de Imías, en la costa sur.
En la madrugada del día 9 Ciro ya estaba combatiendo. Sus fuerzas se dividieron en tres grupos, y el suyo atacó por el frente. Luego de varias horas de intenso tiroteo ordenó quemar una casa existente al costado del cuartel. La noche se iluminó con el incendio. Trató de forzar la resistencia. Avanzó. Disparó desde muy cerca y gritó: “¡Ríndanse! ¡Ríndanse!”. Muchas veces se había enfrentado así a la muerte, pero en esta acción sintió un golpe en el pecho y cayó al pie de un guayacán.
Tenia la aorta partida, ya estaba muerto… y aun pudo ordenar: “Quemen el cuartel”…

Fuentes

  • HIJOS DE SU TIEMPO. Columna No.18 “Antonio López Fernández” Segundo Frente oriental “Frank País” Ediciones Verde Olivo, La Habana, 1998