Décima (estrofa)

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Genéricamente una décima en poesía es una estrofa constituida por 10 versos octosílabos. Actualmente se usa esta palabra con el sentido específico de décima espinela o espinela.[1] La espinela toma su nombre del poeta, novelista y vihuelista Vicente Espinel, de fines del siglo XVI. La contribución de Espinel fue fijar la estructura de rimas de la décima en abbaaccddc. Además, sólo puede haber pausas después de los versos pares, particularmente después del cuarto. Durante los siglos XVII y XVIII la décima se usó con frecuencia para el epigrama y la glosa de otros poemas; Félix Lope de Vega, en su Arte nuevo de hacer comedias (1609), escribió que "las décimas son buenas para quejas" en las obras teatrales, pero las empleó indistintamente para cualquier tema. Desde entonces no ha decaído su uso en la poesía española e hispanoamericana como forma tan cerrada como el soneto y apropiada para el poema redondo y el epigrama, y ha sido la estrofa predilecta de algunos poetas de la Generación del 27 como Jorge Guillén o Gerardo Diego. La décima es una de las formas estróficas de mayor arraigo y amplia distribución en toda Latinoamérica, siendo especialmente significativa en la poesía popular y rural. Ejemplo de esto es la actual pervivencia de prácticas como las payas, donde suele usarse que dos o más cantores se enfrenten en un duelo de décimas improvisadas en el momento, con acompañamiento musical, generalmente la guitarra.

Al comenzar el siglo XX, el poeta modernista uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910) hace ya la crítica meta-literaria de esa forma, en una especie de parodia culta de la poesía de los payadores de su país, insertando imágenes que adelantan la vanguardia, y en particular el expresionismo. El mejor ejemplo de esto es su "Tertulia lunática", que comienza:

En túmulo de oro vago
cataléptico fakir
se dio el tramonto a dormir
la unción de un Nirvana vago...
Objetívase un aciago
suplicio de pensamiento,
y como un remordimiento
pulula el sordo rumor
de algún pulverizador
de músicas de tormento. [...]

Una de las compositoras más célebres de décimas fue Violeta Parra (1917-1967), quien escribió su Autobiografía en décimas. también Roberto Parra, hermano de Violeta, utilizço la décima para componer su obra teatral Las décimas de la Negra Ester, inspiradas en una prostituta de la ciudad de Valparaíso. Tal es la efectividad de esta estrofa, que incluso han existido publicaciones periódicas en décimas, como la chilena Lira Popular, a principios del siglo XX. Esta iniciativa ha sido reeditada en la actualidad por el sitio web del mismo nombre. A continuación algunos ejemplos de composiciones en décimas.

Amor, no te llame amor
el que no te corresponde
pues que no hay materia adonde
imprima forma el favor.
Naturaleza, en rigor,
conservó tantas edades
correspondiendo amistades
que no hay animal perfeto
si no asiste a su concepto
la unión de dos voluntades
Félix Lope de Vega y Carpio, primeros versos de El Caballero de Olmedo, h. 1923


Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
"¿Habrá otro -entre sí decía-
más pobre y triste que yo?"
Y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó
Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, siglo XVII


Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente.
Volver a ser de repente
tan frágil como un segundo.
Volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios.
Eso es lo que siento yo
en este instante fecundo
Violeta Parra, Volver a los diecisiete, 1966


Iván Zuleta No Creo
Que Usted La Poesía Conozca
Porque Rima En Forma Tosca
Versos Que Le Salen Feo
Las Seguidilla Que Veo
En Cada Verso Que Canta
Le Juro Que No Me Espanta
Porque Tengo Buen Vocablo
Yo Creo Que Te Salió El Diablo
En Esta Semana Santa
Julio Cárdenas, verseando con Ivan Zuleta, 2008


Caballo dile a Espinoza
que no sienta antipatía,
que aunque te tuve tres días
no te hice mucha cosa.
Que no fueron enojosas
las diligencias que hicistes,
me llevastes me tragistes
y en tu lomo me cargastes
y con eso me pagastes
el arroz que te comistes
Ernesto Petit, en su chinchorro en el caserío de Carabobo una Semana Santa de 1982


La décima en Cuba

La décima, para la literatura cubana, es algo más que una estrofa literaria, constituye, sin dudas, un signo de identidad. Hay modos expresivos del arte y la literatura que conforman el gesto de una nación, la peculiaridad de su voz, la manera en que sus habitantes construyen su historia. En Cuba, no hay dudas de que es la música la que mejor nos define. Y cuando se hace esta afirmación no es pensando en ritmos o melodías particulares sino en lo que ha significado este lenguaje artístico para una definición de nuestro ser nacional.

Junto a la música y casi siempre asociada con ella, la décima ocupa un lugar de privilegio en la cultura cubana. Esta estrofa ha sido, desde los orígenes de la nación, el modo de expresión literaria preferido por los poetas populares y el único usado por los improvisadores. Quizá sea en el dominio de lo popular, y de preferencia en la tradición campesina de origen hispánico, donde la significación de la décima sea mayor. Ello no quiere decir que se circunscriba sólo a ese ámbito. La espinela es una presencia viva en la obra escrita de los mejores poetas cubanos de todos los tiempos; es una de las formas de versificación que han usado con frecuencia los trovadores y compositores musicales, y ahí está inmortalizada en sones, boleros, guajiras y en las más diversas formas de la cancionística cubana, sin excluir las modalidades del complejo de la rumba. Pero si esto no fuera suficiente para considerarla un signo de nuestra identidad cultural, recordemos entonces que para el cubano común la décima constituye su principal recurso poético cuando siente la necesidad de expresar cualquier sentimiento. Y es que esta estrofa, llegada a nuestras costas en la voz y la memoria de los colonizadores, parece haber sido hecha a nuestra medida. Su naturaleza musical, esa flexibilidad que le permite dar cabida a una muy diversa gama de sensaciones y sentimientos, esa curiosa adaptación que la hace siempre contemporánea, y su carácter de reto permanente al ingenio y la capacidad creadora, pueden ser, sino la única, la mejor explicación.

Efectivamente la espinela entró con los primeros españoles que vinieron tomar posesión de la Isla. No alcanzó en esos momentos iniciales, estoy pensando en los siglos XVI y XVII, el auge que tuvo en México o el Perú, centros donde tempranamente se fundaron universidades, casas de comedia y otras instituciones que favorecieron el desarrollo del arte y la literatura. Aquí no tuvimos una Sor Juana Inés de Cruz, en cuya obra poética es abundante la presencia de la décima, ni se puede hablar de justas de Glosadores como las que se organizaron en fechas tan remotas como 1585, por la Real y Pontificia Universidad de México. Cuba, durante esos primeros siglos, carecía de interés económico para la metrópoli española y es por ello que no hubo mayor interés por contribuir al enriquecimiento cultural de la isla. Hasta las instituciones eclesiásticas, principales guardianas propagadoras de la cultura oficial, tuvieron entre nosotros una actitud más relajada, menos dogmática. Por ahí podemos encontrar el origen de muchas actitudes que necesitamos explicarnos sociológicamente, pero eso es tema para otra reflexión.

A pesar de los ejemplos de posibles décimas que creen descubrir algunos investigadores en el Espejo de paciencia, no es hasta El Príncipe Jardinero o fingido Cloridano, de Santiago Pita (1693 (4)-1775), que podemos hablar de la presencia de la espinela en nuestra literatura. Hay abundante testimonio de su cultivo, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, por hombres y mujeres de las más disímiles profesiones, algunos de los cuales dejaron obras de relativa calidad. En su imprescindible antología de la poesía cubana José Lezama Lima incluye, entre otros, los nombres de: Juan Miguel Castro Palomino (médico y poeta), José Rodríguez Ucrés o Uscarrés (Padre Capacho), poeta de una estupenda vena satírica que nos dejó, entre otras, aquellas décimas que relatan el “Viage que hizo de la Havana a Vera-Cruz y Reyno de México el P. Fr. Gregorio Uscarrel (o Uscarres)”; también están en dicha antología la Marquesa Justiz de Santa Ana, con sus décimas que que dan noticia de la toma de la Habana por los ingleses; Diego Campos, quien nos relata en décimas la prisión y destierro del Obispo Morell de Santa Cruz; y Manuel de Zequeira y Arango a quien consideramos, con Lezama, “el primer poeta cubano en el tiempo, por su calidad y vocación, por el conocimiento estudioso de instrumento poético”. A Zequeira se deben aquellas décimas que, herederas de la poesía del disparate, inauguraron en la versificación popular un modo de hacer que es hoy parte esencial de nuestra tradición decimística. Dice Zequeira:

yo vi, por mis propios ojos
(dicen muchos en confianza)
en una escuela de danza
bailar por alto los cojos:
hubo ciegos con anteojos
que saltaban sobre zancos,
y sentados en los bancos,
para dar más lucimientos
tocaban los instrumentos
los tullidos y los mancos.


Y un poeta anónimo nos canta:
Yo vide un cangrejo arando
Un puerco tocando un pito
Muerto de risa un mosquito
Al ver un burro estudiando;
Un buey viejo recitando
Sentado en una butaca
Una ternerita flaca
Que de risa estaba muerta
Al ver una chiva tuerta
Remendando en una hamaca.


Esta versificación disparatada la podemos encontrar a lo largo de toda nuestra literatura popular, Feijóo ha recogido ejemplos de diversa índole, y poetas contemporáneos como Chanito Isidrón, Rigoberto Rizo, o cantantes como Pío Leyva (recuerden el mentiroso) la han incluido en su repertorio.

De todos modos no es tan del siglo XIX y con el auge del romanticismo que la décima pasa a ser la estrofa nacional, a arraigarse definitivamente en nuestra tradición poética. Poetas como Plácido, José Joaquín Palma, Francisco Manzano, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, José Fornaris, y José Martí, por citar solo algunos, incluyen la espinela dentro de sus estrofas preferidas. Algunos como Plácido no sólo la escriben sino que también la improvisan estableciendo con ello una estrecha relación entre la oralidad y la escritura que nos distinguen con respecto al resto de los países de América. La expresión más acabada de ese vínculo entre lo dicho y los escrito, fue Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, cuyas décimas, donde prima una búsqueda de identidad nacional, fueron hechas para ser cantadas, como pedía Poveda otro de nuestros románticos, y por esa misma razón se folclorizaron y forman parte hoy de lo más preciado de la tradición oral.

Ya a finales del siglo XIX, tenemos noticias de algunos poetas repentistas entre los cuales se destacó el pinareño Celestino García. En sus relatos sobre los poetas de la guerra Martí nos informa de algunos decimistas campesinos que con su bandurria cantaban por los campos de Cuba y sobre todo sabían morir bien por ella. Debe haber sido fuerte la tradición cuando ya en las primeras décadas del pasado siglo las compañías discográficas decidieron grabar placas con las voces de los repentistas de la Isla. Destacan en esos momentos el propio Celestino García, el también pinareño Martín Silveira (músico repentista), Miguel Puerta Salgado, el tonadista e improvisador Juan Pagés, Horacio Martínez (también músico además de poeta) y Agustín P. Calderón, con quien se inicia, me atrevo a asegurarlo, una tradición de escribir novelas en décima, que aún hoy conservan algunos poetas. La más famosa de estas novelas es Camilo y Estrella escrita por Chanito Isidrón.

Esta nómina no agota todos los poetas improvisadores que ocuparon las dos primeras décadas del siglo XX y no todos grabaron discos, pero entre los nombrados está lo más representativo del repentismo de entonces. Muchos de ellos vivieron hasta entrada la segunda mitad del siglo y compartieron escenario con las sucesivas generaciones de poetas populares que fueron enriqueciendo el panorama de la décima cubana. Entre los años veinte y treinta surgen nuevas voces, algunas que forman parte ya de la leyenda, como es el caso de Santana y Limendú, “los poetas del saber”, cuyas controversias sobre determinadas zonas del conocimiento asombran todavía a los estudiosos del tema. También de esa época es Gregorio Morejón, reconocido improvisador; y, ubicado en la frontera de esos años pero más cercano a la promoción siguiente, está Justo Vega, poeta con una enorme capacidad de improvisación, rapidez y agudeza que marcará una etapa del repentismo en Cuba. Justo vive muchos años y llegará en plenitud de formas hasta los años setenta de la pasada centuria.

El período que va entre finales de la década del treinta y mediado de los cincuenta en de suma importancia para la décima en Cuba, tanto en plano de la oralidad como en el de la escritura. Hasta ese momento, los poetas de la vanguardia y los que se afilian a los diversos movimientos poéticos que marcan el inicio del siglo XX, están renovando el lenguaje de nuestra poesía y algunos, como Nicolás Guillén, buscan en lo popular las raíces nutricias de lo cubano. Estos poetas no abandonan la décima y no pocos la dotan de una cierta complejidad tropológica y un aire citadino. Los más dotados trovadores populares empiezan a sentir que el lenguaje de la décima está anquilosado y se proponen superar esa espinela cuya aventura de lenguaje poético no rebasa el uso del símil y alguna que otra tímida imagen visual. Ha terminado la época de la versificación y ha comenzado la búsqueda de la poesía.

Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, encabezará esta renovación. Primeramente lo hace escribiendo décimas para que sean cantadas por la radio, medio que desde su nacimiento tuvo en nuestro país una importancia vital para el desarrollo de la décima y la poesía oral improvisada. En estas décimas Naborí comienza a enriquecer el lenguaje de la estrofa con el uso de diversas formas metafóricas, y otros recursos que hasta entonces parecían patrimonio de la poesía escrita. Ya en pleno dominio de ese lenguaje, lo emplea en sus controversias con otros poetas y provoca, en un primer momento, el rechazo de los apegados a la tradición, pero luego sus coetáneos comienzan a improvisar una espinela cada vez más alejada de la pura versificación. Conversando con El Indio Naborí le pregunté cuándo había comenzado esa renovación del lenguaje y cómo él había llegado a ella. Me explicó que en su búsqueda recurrió al estudio de los poetas de la generación del 27, especialmente Lorca. Que en el Granadino descubrió algunos recursos poéticos que eran similares a los que empleaban los hombres y mujeres de su entorno campesino. Ciertas metáforas, muchas imágenes que le habían acompañado desde niño estaban en la poesía del poeta Español y algunas de las más caras a Lorca las podía encontrar en su estado puro en la conversación de su padre y de otros pobladores de los campos de la Isla. De esa combinación entre el estudio de la poesía escrita y la observancia del lenguaje popular nació la renovación.

Junto a Jesús Orta Ruiz, con mayor o menor significación en esta proceso renovador de la espinela, están algunos de los poetas de su generación como Ángel Valiente, Rigoberto Rizo, Gustavo Tacoronte, Raúl Rondón, Rafael Rubiera entre otros. Junto a ellos, como ya he indicado, seguían cantando y escribiendo sus décimas poetas que vienen de promociones anteriores y que son esenciales en el desarrollo del repentismo en Cuba; me refiero a Justo Vega, Chanito Isidrón, Agustín P. Calderón (ya nombrados) Pedro Guerra, José Marichal, Patricio Lastra, Eloy Romero, Luis Gómez, por nombrar solo algunos de los que han quedado en la memoria popular como estupendos improvisadores y como excelentes intérpretes de las tonadas criollas. Junto a ellos hay que incluir a Francisco Riverón Hernández en cuya obra escrita encontramos también esos aires renovadores. Otros decimistas que nos dejaron libros fueron José Irene Valdés, Heliodoro G. Celestrín el propio Rafael Rubiera.

Fue, y sigue siendo, una práctica de los juglares campesinos escribir sus obras en décimas. Algunos, como ya he indicado, escriben hasta relatos largos. Esas obras escritas casi siempre cumplen las normas de la oralidad, es decir, pueden ser cantadas, pero en ellas el poeta popular intenta apropiarse de los recursos de la poesía escrita. Es abundante esta producción que empezó con aquellas hojas sueltas de la literatura de ciego o de cordel y que continuó con la publicación de verdaderos libros algunos de los cuales pasaron a ser referencia obligada de especialistas y admiradores de la décima. Estoy hablando de la décima hecha por los propios poetas populares; paralelo a ello la estrofa ha seguido formando parte de los poemarios de la poesía escrita y en las décadas del 30 al 50 se publican algunos libros donde hay verdaderas joyas de la poesía escritas en la tradicional espinela; estoy pensando en Trópico de Eugenio Florit, en las Glosas de Guillén, en algunos poemas de Mariano Brull y en las elegías del propio Naborí, por dar sólo algunos ejemplos.

Con el triunfo de la Revolución los decimistas adquieren un reconocimiento oficial y una seguridad que les permite dedicarse por entero a su profesión, sin hacer concesiones de ningún tipo. Surgen nuevos espacios radiales, la televisión crea uno de los programas que, en su mejor momento, resultó vital para la promoción de los poetas y la décima. Se promueven concursos literarios específicamente para esta estrofa, se organizan talleres de decimistas para los amantes de la estrofa, se inicia la celebración de la Jornada Cucalambeana, principal fiesta de la cultura campesina donde decimistas y repentistas se encuentran cada año, y más reciente, se organiza el Encuentro Festival Iberoamericano de la Décima y el Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado.

En los años sesenta están actuando varias generaciones de decimistas; algunos poetas que vienen desde los años treinta, los renovadores de los cuarenta y cincuenta, encabezados por Naborí, y empiezan a surgir nuevas voces que, siguiendo la búsqueda de un lenguaje poético en la espinela, van a enriquecer la poesía oral improvisada. Hay que señalar que ya estos nuevos poetas no son analfabetos o semianalfabetos, la mayoría de ellos tienen altos niveles de escolarización y todos se mueven en un ambiente cultural superior al que vivieron sus antecesores. En estos cuarenta años se han destacado, por nombrar sólo a los más conocidos, Francisco Pereira, indudable líder de una promoción de repentistas, Jesús Rodríguez y Omar Mirabal, modelos durante varios años para los más jóvenes improvisadores, y las más nuevos Alexis Díaz Pimienta, Juan Antonio Díaz, Tomasita Quiala, Luis Paz y Luis Quintana.

La nómina podría incluir a decenas de poetas que oscilan entre los 55 y 14 años, todos vigentes, todos actuando y con una obra que confirma la salud de la décima y la poesía oral improvisada en nuestro país. Lamentablemente no tenemos más espacio, tal vez en próximas ediciones podamos tocar otros aspectos esenciales en el estudio de la décima cubana y su significación en la cultura literaria de la lengua.


Referencias

Fuente

Artículo tomado de la Revista Jiribilla
Artículo sobre la Décima en la Wikipedia