María Blanchard

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María Gutiérrez Blanchard
Información sobre la plantilla
Maria blanchard.jpg
NombreMaría Blanchard
Nacimiento6 de marzo de 1881
Santander
Fallecimientoabril de 1932
Paris

Biografía

El 6 de marzo de 1881 nació en Santander María Gutiérrez Blanchard, primogénita del matrimonio formado por Enrique Gutiérrez Cueto y Concepción Blanchard Santisteban. María nació con una deformidad, producida por una caída sufrida por su madre durante el embarazo. Su joroba, cojera, enanismo y miopía marcaron su vida convirtiéndola en una persona solitaria, pese a los cuidados y la atención constante con la que sus padres quisieron recompensarle. Pronto empezó a mostrar grandes dotes para el dibujo y su padre aceptó que María se trasladara a Madrid para estudiar con el pintor Emilio Sala, en 1902. Tras la muerte de su padre, en 1904, la familia se trasladó a Madrid y María continuó sus estudios de pintura con diferentes maestros. En 1906 presentó su obra "Gitana" a la Exposición Nacional de Bellas Artes, y en 1908 obtuvo la Tercera Medalla por su obra "Los primeros pasaos". En 1909 se trasladó a Paris, donde asistió a la Academia Vitti, con Hermen Anglada Camarasa, que le enseñó a superar el academicismo y usar libremente los colores, y Kees Van Dongen, que le acercó a la estética fauvista, como profesores. En 1910 obtuvo la Segunda Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su cuadro "Ninfas encadenando a Sileno".

En Paris, donde siguió viviendo los años siguientes, María mantuvo estrecha relación con los pintores Diego Rivera, Angelina Beloff y Jacques Lipchitz, con quienes se encontraba de viaje en Mallorca cuando les sorprendió el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Ante la imposibilidad de regresar a Paris, el grupo se traslada a Madrid, donde María comparte estudio con Diego Rivera, en la calle Goya, y se encuentra con los pintores Marie Laurencin, Foujita y el matrimonio formado por Robert y Sonia Delaunay. En 1915 Ramón Gómez de la Serna organizó la exposición Pintores Integros, primera muestra de Arte de vanguardia que se celebró en el Salón de Arte Moderno de Madrid, y en la que participaron, entre otros, Diego Rivera y la propia María Blanchard. La exposición fué un fracaso y su obra "Venus de Madrid", hoy en paradero desconocido, causó un gran escándalo.

Obligada por la precaria situción económica de su familia, María aceptó la cátedra de dibujo en la Escuela Normal de Salamanca, pero las burlas de sus alumnos respecto a su aspecto físico le hicieron abandonar la enseñanza y trasladarse definitivamente a Paris, donde se alojó en casa de su amigo Juan Gris y comenzó a integrarse en un nuevo movimiento artístico: el cubismo.

En 1918 conoció al galerista Leonce Rosenberg, propietario de "Effort Moderne", y a los pintores André Lothe, Francis Picabia y George Braque. Comenzó a exponer y fué bien considerada por la crítica. Participó en exposiciones internacionales y su obra se incluyó las muestras del Salon des Indépendants. Pero María Blanchard fué abandonando poco a poco el cubismo e inclinándose hacia la figuración. Perdió el apoyo de Leonce Rosenberg y volvió a sufrir dificultades económicas, hasta que el mecenas belga Frank Flausch le ofreció un contrato mensual que le permitió seguir pintando y exponiendo hasta 1926, cuando su amigo y mecenas murió. La muerte de su otro gran amigo, Juan Gris,en 1927, sus problemas de salud agravados por la tuberculosis y el hecho de tener que hacerse cargo de su hermana Carmen y sus sobrinos, que buscaron refugio en su casa, llevaron a María Blanchard a un gran aislamiento y a la búsqueda de consuelo en la religión, llegando a plantearse entrar como novicia en el convento de las Ursulinas de Paris, pero fué disuadida por su confesor. Durante sus últimos años, su salud siguió empeorando y sus apuros económicos, teniendo que mantener a su familia, siguieron aumentando, lo que llevó a María Blanchard a caer en un delirio obsesivo, pintando flores de extraños colores. María Gutiérrez Blanchard murió a los cincuenta y un años en su estudio de la calle Boulard de Paris, en abril de 1932. Poco después Federico García Lorca escribió su "Elegía a María Blanchard", que él mismo leyó en el Ateneo de Madrid.

Elegía a María Blanchard de Federico García Lorca

Yo no vengo aquí, ni como crítico ni como conocedor de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra. Amigo de una dulce sombra que no he visto nunca pero que me ha hablado a través de unas bocas y de unos paisajes por donde nunca fue nube, paso furtivo o animalito asustado en un rincón. Nadie de los que me conocen pueden sospechar esta amistad mía con María Gutiérrez Cueto, porque jamás hablé de ella, y aunque iba conociendo su vida a través de relatos originales, siempre volvía los ojos al otro lado, como distraído, y cantaba un poco porque no está bien que la gente sepa que un poeta es un hombre que está siempre ¡por todas las cosas! a punto de llorar. ¿Usted conocía a María Blanchard? Cuénteme... Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente con el espejo familiar, fue un cuadro de María. Cuatro bañistas y un fauno. La energía del color puesto con la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona. Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto de las torres. Esto lo cuenta Wedekind muy bien y toda la gran poesía lunar de Juan Ramón está llena de estas mujeres que se asoman como locas a los balcones y dan a los muchachos que se acercan a ellas una bebida amarguísima de tuétano de cicuta. Cuando yo saqué mi cuartilla para apuntar el nombre de María y el nombre de su caballo me dijeron: Es jorobada. Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad tan bárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o son imposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al "que dirán" convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de la barba. Yo había pensado con la tierna imaginación adolescente que quizá María, como era artista, no se reiría de mí por tocar al piano 'latazos clásicos', o por intentar poemas, no se reiría, nada más, con esa risa repugnante que muchachas y muchachos y mamás y papás sucios tenían para la pureza y el asombro poético, hasta hace unos años, en la triste España del 98. Pero María se cayó por la escalera y quedó con la espalda combada expuesta al chiste, expuesta al muñeco de papel colgado de un hilo, expuesta a los billetes de lotería. ¿Quién la empujó? Desde luego la empujaron; 'alguien', Dios, el demonio, alguien ansioso de contemplar a través de pobres vidrios de carne la perfección de un alma hermosa. María Blanchard viene de una familia fantástica. El padre, un caballero montañés, la madre una señora refinada; de tanta fantasía que casi era prestidigitadora. Cuando anciana iban unos niños amigos míos a hacerle compañía y ella, tendida en su lecho, sacaba uvas, peras y gorriones de debajo de la almohada. No encontraba nunca las llaves y todos los días tenía que buscarlas y las hallaba en los sitos más raros, por debajo de las camas o dentro de la boca del perro. El padre montaba a caballo y casi siempre volvía sin él, porque el caballo se había dormido y le daba lástima el despertarlo. Organizaba grandes cacerías sin escopetas y se le borraba con frecuencia el nombre de su mujer. En esta distracción y este dejar correr el agua, María Gutiérrez se iba volviendo cada vez más pequeña, una mano le tiraba de los pies y le iba hundiendo la cabeza en su cuerpo como un tubo de 'Don Nicanor que toca el tambor'. En este tiempo que corresponde a la apoteosis final de Rubén, vi yo el único retrato de María que he visto, y era una criatura triste, no sé de quién, en la que está al lado de Diego Rivera el pintor mexicano, verdadera antítesis de María, artista sensual que ahora, mientras que ella sube al cielo, él pinta de oro y besa el ombligo terrible de Plutarco Elías Calles. En la época en que María vive en Madrid y cobija en su casa a todo el mundo, a un ruso, y a un chino, a quien llame a la puerta, presa ya de este delicado delirio místico que ha coronado con camelias frías de Zurbarán su tránsito en París. La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen. Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol o de criatura perseguida. Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso que hablaba de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantón Diego Rivera que creía que las personas y las cosas eran arañas que venían a comerlo, y arrojaba sus botas contra las bombillas y quebraba todos los días el espejo del lavabo. Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación humana, tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde corrieran sus heridas mezcladas con todo el mundo estilizado del dolor. Y a medida que avanzaba el tiempo, su alma se iba purificando y sus actos adquiriendo mayor trascendencia y responsabilidad. Su pintura llevaba el mismo camino magistral, desde el cuadro famoso de La primera comunión hasta sus últimos niños y maternidades, pero atormentada por una moral superior daba sus cuadros por la mitad del precio que le ofrecían, y luego ella misma componía sus zapatos con una bella humildad. La vida y pasión de Cristo fue tomando luz en su vida y, como el gran Falla, buscó en ella norma, dogma y consuelo. No con beatería, sino con obras, con grave dolor, con claridad, con inteligencia. Lo más español de María Blanchard es esta busca y captura de Cristo, Dios y varón realísimo; no al modo de la fantástica Catalina de Siena que se llega a casar con el niño Jesús y en vez de anillos se cambian corazones, sino de un modo seco, tierra pura y cal viva, sin el menor asomo de ángeles o milagro. Su cintura monstruosa no ha recibido más caricia que la de ese brazo muerto y chorreando sangre fresca, recién desclavado de la cruz. 'Ese mismo brazo fue el que, lleno de amor, la empujó por la escalera para tenerla de novia y deleite suyo, y esa misma mano la ha socorrido en el terrible parto, en que la gran paloma de su alma apenas si podía salir por su boca sumida. No cuento esto para que meditéis su verdad o su mentira, pero los mitos crean al mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las olas deben la mitad de su gracia a la invención humana de la Venus. Querida María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza... La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de manera matemática en tu cuerpo. Si los niños te vieran de espaldas exclamarían: "¡La bruja, ahí va la bruja!". Si un muchacho ve tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla exclamaría: "¡El hada, mirad el hada!". Bruja y hada, fuiste ejemplo respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tus amigos. Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo muy antiguo, algo, como la palabra 'serenata', aunque naturalmente sin ironía, ni esa frase que usan los falsos nuevos de 'estar de vuelta'. No. Con toda sinceridad. Te he llamado jorobada constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que se llenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero hablo de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan generosa y tan bella que quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú amabas en la huida a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías la mata de pelo más hermosa que ha habido en España.

Fuente

http://mujeresenelarte.blogspot.com/2009/02/maria-blanchard-santander-1881-paris.html http://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Blanchard