Alfonso X de Castilla

Alfonso X
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Miniatura del Tumbo (Códice) de Tojos Outos (siglo XIII), que se conserva en el Archivo Histórico Nacional (Madrid, España), se representan (de izquierda a derecha) al rey castellano-leonés Alfonso X el Sabio; su esposa, Violante de Aragón (hija del rey aragonés Jaime I el Conquistador), y al hijo de ambos, el infante Fernando de la Cerda. Preocupado por la unidad jurídica e histórica de sus territorios, el rey Sabio pretendió fundir las mentalidades y culturas occidentales y orientales en un corpus que imprimiera un sello consolidador a su proyecto nacional.
NombreAlfonso X
Nacimiento23 de noviembre de 1221
ciudad de Toledo,
Reino de Castilla,
península ibérica
Fallecimiento4 de abril de 1284 (62 años)
ciudad de Sevilla,
Reino de Castilla,
península ibérica
Nacionalidadcastellana
Ocupaciónpolítico, rey
PredecesorFernando III
CónyugeViolante de Aragón
HijosBeatriz, Fernando, Alfonso y Sancho

Alfonso X el Sabio (Toledo, 23 de noviembre de 1221 - Sevilla, 4 de abril de 1284) fue un rey de Castilla y de León, una de las figuras políticas y culturales más significativas de la Edad Media en la península ibérica.

Síntesis biográfica

Hijo del monarca Fernando III en el cual confluyeron definitivamente los dos tronos que habrían de constituir la Corona de Castilla y de la primera esposa de éste, Beatriz de Suabia hija del emperador Felipe de Suabia; nació el 23 de noviembre de 1221, en Toledo.

Contrajo matrimonio, en 1249, con Violante de Aragón, hija del rey aragonés Jaime I el Conquistador. A la muerte de su padre, reanudó la ofensiva contra los musulmanes (dentro del proceso general de la Reconquista), ocupando las fortalezas de Jerez (1253) y Cádiz (1262). En 1264, tuvo que hacer frente a una importante revuelta de los mudéjares asentados en el valle del Guadalquivir. La tarea más ambiciosa del Rey fue su aspiración al Sacro Imperio Romano Germánico, proyecto al que dedicó más de la mitad de su reinado. La última familia que había ostentado la titularidad del Imperio eran los Hohenstaufen, de la que descendía por línea materna Alfonso X. Junto al Rey Sabio apareció otro candidato al Sacro Imperio, el inglés Ricardo de Cornualles. En 1257, los siete grandes electores imperiales no unificaron su decisión y durante varios años el Imperio estuvo vacante, ya que ninguno de los dos candidatos consiguió imponerse. Finalmente, en septiembre de 1273, Rodolfo I de Habsburgo fue elegido emperador y, en mayo de 1275, Alfonso X renunció definitivamente al Imperio ante el papa Gregorio X.

Los últimos años de su reinado fueron especialmente sombríos. Desde 1272, un sector de la alta nobleza se enfrentó al monarca. Además, la muerte en 1275 del infante Fernando, primogénito de Alfonso X, abrió un disputado pleito de sucesión. Los hijos de aquél, los llamados infantes de la Cerda, Alfonso y Fernando, pugnaron por la sucesión regia con el infante Sancho, segundo de los hijos de Alfonso X. Finalmente, fue este último infante el que consiguió imponerse en el trono, al que accedió en 1284, tras el fallecimiento de su padre como Sancho IV.

En el terreno económico, Alfonso X facilitó el comercio interior en su reino con la concesión de ferias a numerosas villas y ciudades. El Rey estableció un sistema fiscal y aduanero avanzado que potenció los ingresos de la Hacienda regia. Su más conocida disposición en asuntos económicos fue el reconocimiento jurídico del Honrado Concejo de la Mesta, institución aglutinadora de los intereses de la ganadería trashumante del reino.

El Rey Sabio

Alfonso X con los traductores de Toledo.

Esta imagen reproduce una de las miniaturas que ilustran las Cantigas de Santa María, y pertenece a uno de los dos códices de que se componen éstas y que se hallan conservados en la biblioteca del monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid). En ella aparece representado el monarca medieval de Castilla, Alfonso X el Sabio, junto a miembros de la reputada Escuela de traductores de Toledo.

Una de las facetas más importantes del reinado de Alfonso X fue su labor legisladora, indisolublemente ligada a la introducción en Castilla y León del Derecho romano. Bajo su impulso, se organizó un formidable corpus de textos jurídicos, tanto doctrinales como normativos. Sus obras más significativas en este terreno fueron el Fuero Real, el Espéculo y el Código de las Siete Partidas.

Las grandes realizaciones del monarca en el campo de la cultura le merecieron con justicia el apelativo de Sabio. La nota más singular de su empresa cultural fue su vinculación simultánea a Oriente y Occidente. Con él se desarrolló en la Corona de Castilla una cultura de síntesis, en la que entraban ingredientes tanto cristianos como musulmanes y judíos. La fecundidad de la colaboración entre intelectuales de las tres culturas tiene su máxima expresión en la Escuela de traductores de Toledo. Dentro de esta magnífica empresa cultural brilló con luz propia la astronomía, cuya obra más significativa fueron las Tablas astronómicas alfonsíes, elaboradas en 1272. La actividad historiográfica de Alfonso X y de sus colaboradores se concretó en obras como la Estoria de España y la Grande e general estoria, redactadas en lengua romance como prueba del importante apoyo del monarca al idioma castellano.

En el campo de la poesía, Alfonso X nos ha transmitido un espléndido repertorio de Cantigas, siendo las más conocidas las de carácter religioso o de Santa María. El monarca castellano-leonés potenció notablemente los estudios musicales, y, en el terreno propiamente recreativo, destaca la obra que salió de los talleres alfonsinos con el nombre de Libros de axedrez, dados e tablas. Por lo que se refiere a la arquitectura, la obra más importante llevada a cabo durante su reinado fue la catedral de León, finalizada años después del fallecimiento de Alfonso X, el cual tuvo lugar, el 4 de abril de 1284, en Sevilla.

Código de las Siete Partidas

Nombre por el que es más conocido el Libro del Fuero de las Leyes, y que proviene de su división en siete partes fundamentales de Derecho (de la Iglesia; político, del reino y de la guerra; sobre las cosas, procesal y organización judicial; de familia y relaciones de vasallaje; de obligaciones; de sucesión y penal). Atribuido al rey de Castilla y León Alfonso X el Sabio y considerado como la compilación de legislación bajomedieval más importante del mundo, de ella se conservan más de un centenar de manuscritos de finales del siglo XIII. La edición princeps es la de Díaz Montalvo (Sevilla, 1491), pero de entre las renacentistas, la más conocida es la glosada por Gregorio López en 1555.

Su relación con otros textos legales de la escuela alfonsí, como el Fuero Real o el Espéculo, es problemática, de ahí que entre los especialistas exista un viva polémica sobre su autoría, fuentes y finalidad. Según Francisco Xavier Martínez Marina, que prologó la edición del Real Academia de Historia (1807), hoy considerada como canónica, el Código fue efectivamente redactado por la cancillería de Alfonso X, bajo su supervisión directa, entre 1256 y 1265. García Gallo y otros lo consideran obra posterior a la muerte del rey en 1290, como refundición y ampliación de copistas anónimos. También se discute su objeto, y mientras para unos es una monumental enciclopedia del saber jurídico de la época, otros opinan que estaba destinada a su promulgación efectiva, o incluso que era un proyecto de legislación universal, ligado a la aspiración de Alfonso X de convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En cualquier caso, su amplia repercusión y su vigencia posterior en los reinos hispánicos hasta el final del Antiguo Régimen la convierten en la obra legislativa más importante de la historia del Derecho español.

Grande e General estoria

Proyecto de historia universal cuya compilación se llevó a cabo, por encargo del rey castellano-leonés Alfonso X el Sabio, desde 1272 hasta el fallecimiento del monarca 1284. Fue redactada por colaboradores del soberano pertenecientes a diferentes religiones y formaciones culturales tras usar una exhaustiva ayuda bibliográfica. El propio Alfonso X dirigió, supervisó y revisó la también llamada General estoria, poniendo un especial empeño en el correcto y buen uso del castellano como en el resto de las obras que encargó. Su ambicioso objeto era el de situar dentro del orden universal a lo que ya se conocía como España. Ideada para ser compuesta por tantas partes como el número de las edades de la humanidad, en sintonía con la propia materia histórica bíblica hasta allí donde fuera posible, finalmente constó de seis partes, de las cuales la quinta quedó inconclusa y la sexta sólo en forma de borrador. Su discurso cronológico transcurre desde la creación del mundo hasta el nacimiento de la Virgen, aunque el proyecto pretendía llegar hasta el mismo reinado de Alfonso X. La Grande e general estoria es un compendio casi enciclopédico de los saberes y aun de los escritos literarios tanto paganos como sacros conocidos hasta la época, confeccionado en forma de narración.

Fragmento de Historia de España antigua y medieval

De Luis García de Valdeavellano. Libro sexto, capítulo V.

Renovación del nuevo Rey

A los dos días de morir Fernando III, su cadáver fue solemnemente enterrado en la Catedral de Sevilla, donde momentos después su hijo y heredero don Alfonso se armaba caballero y era proclamado Rey de León y Castilla, en presencia de una gran muchedumbre de Obispos, clérigos, magnates, caballeros y ciudadanos del Concejo sevillano. Con esta proclamación se iniciaba, pues, en Castilla un nuevo reinado, el de Alfonso X, príncipe a la sazón en la flor de la edad, ya que contaba treinta y un años. El nuevo Rey había recibido cuidadosa educación en su infancia y adolescencia y había mostrado desde muy joven inclinaciones hacia las Ciencias y las Letras, que no eran, desde luego, frecuentes en los príncipes hispano-cristianos de la Edad Media, por necesidad y gusto más guerreros que letrados. Pero si Alfonso X gustaba desde siempre de las letras y de todo género de estudios, y especialmente de los astronómicos y jurídicos, no carecía por ello de alguna experiencia del gobierno y de la guerra, en cuanto su padre había cuidado de asociarle a sus empresas políticas y militares, y obra personal del nuevo Monarca había sido el sometimiento a vasallaje de la Taifa de Murcia. Por otra parte, Alfonso X se había distinguido como hombre de armas en el asedio de Sevilla y su matrimonio con Violante, hija de Jaime de Aragón, permitía la esperanza de que una Reina aragonesa en Castilla fuese prenda de paz y de buen entendimiento en las siempre disputadas cuestiones fronterizas con el reino aragonés.

Preparado para la guerra por su activa participación en las últimas empresas militares de su padre, hábil negociador en sus tratos con los Musulmanes murcianos, curioso de las ciencias, poeta y letrado, Alfonso X parecía inaugurar un reinado que viniese a completar y consolidar la acción política y guerrera de Fernando III. No ha de suceder así, sin embargo. Y, más hábil para captar el curso de los astros que para penetrar en los móviles que mueven las disputas y ambiciones de los hombres, mejor legislador que político, poeta y sabio a menudo alejado de la realidad de las cosas, de voluntad indecisa y débil para la acción, torpemente obstinado durante muchos años de su vida en vanos sueños de grandezas imperiales, pronto como todos los débiles a las decisiones irreflexivas, Alfonso X va a ser en la segunda mitad del siglo XIII un acabado ejemplo de las grandezas y servidumbres del gobernante intelectual. Este Rey sabio no descuidará el gobierno; vivirá, por el contrario, con la continua preocupación de sus problemas, pero no acertará nunca a resolverlos, ni siquiera a encauzarlos, y su final fracaso en cuanto Rey no será, en definitiva, sino el resultado de su incapacidad radical para adaptar sus esquemas ideales de hombre de estudio a las candentes realidades de la vida económica, social y política de sus Reinos.

Pero hoy podemos discernir que ese fracaso sólo afectó, en realidad, al porvenir inmediato de Castilla y de la España cristiana, y que el reinado de Alfonso el Sabio fue, en verdad, por encima de los desastres políticos de su tiempo, uno de los más fecundos de la historia española. Nada importa, en efecto, que Alfonso X persiguiese durante años un imperio terrenal distante e ilusorio, en daño de los intereses circunstanciales de la tierra que le había correspondido gobernar, o que no supiese imponer su autoridad a los magnates castellanos, ni combatir con eficacia a los Musulmanes, si la contrapartida de tanto error había de ser en fin de cuentas con las Partidas, con la Primera Crónica general nada menos que la creación de la prosa castellana.

Poco después de la proclamación como rey de Alfonso X, Ibn al-Ahmar de Granada renovó al nuevo Rey de León y Castilla el pacto de sumisión y vasallaje que había concluido años antes con Fernando III y parece que uno de los primeros propósitos de don Alfonso como gobernante fue el de llevar a cabo la expedición militar al África que su padre proyectaba cuando le sorprendieron la enfermedad y la muerte. Pero, si con tal fin Alfonso X ha de disponer que se construyan en Sevilla unas atarazanas o astilleros, antes tuvo el Rey que hacer frente a cuestiones de mayor urgencia, como lo eran los problemas que, tras las grandes conquistas andaluzas, suscitaba la creciente carestía de la vida y los que planteaba el repartimiento del campo sevillano, vidriosa cuestión esta última que envenenaban las ambiciones de los hermanos del Rey. Para atender a estos asuntos, Alfonso X convocó en Sevilla la reunión de unas Cortes, que se celebraron pocos meses después con asistencia de magnates, Obispos y representantes de los Concejos castellano-leoneses. Estas Cortes aprobaron diversas ordenanzas o posturas que el Rey sometió a su conocimiento y conformidad y que fijaron tasas al precio de algunas mercancías, prohibieron que se sacase ganado del Reino y limitaron la actividad de los regatones o revendedores en cuanto ella contribuía al encarecimiento de las cosas.

Poco tiempo más tarde, Alfonso X decretó, en cada caso, la aplicación de esas ordenanzas en distintos Concejos del Reino, como Alcalá de Henares, Burgos y Nájera y en la Merindad de la Bureba; y salió luego de Sevilla para dirigirse a Badajoz y atender, desde esta ciudad de la frontera con Portugal, a la situación que le había planteado el rey portugués Alfonso III, quien, dueño desde hacía unos meses de Aracena y Aroche, en la orilla derecha del Guadiana, había extendido su acción militar por el Algarbe, sin respetar los pactos de Castilla con su hermano y antecesor Sancho II. Esta actitud hostil de Alfonso III había provocado un conflicto bélico fronterizo entre Portugal y Castilla, que obligó a Alfonso X a permanecer algunas semanas en Badajoz, en tanto que su suegro Jaime I de Aragón se veía algo más tarde en la necesidad de acudir a Montpellier, donde los burgueses de la ciudad se hallaban en actitud de rebeldía por cuestiones tributarias.

Regreso a Sevilla

De regreso en Sevilla, Alfonso X parece que reunió otra vez Cortes en dicha ciudad y siguió decretando ordenanzas que disponían nuevas tasas al precio de las cosas, aplicables ahora a las ciudades de Astorga, Santiago de Compostela y Escalona, al propio tiempo que, por medio de diversos documentos reales, procedía a la puesta en práctica del repartimiento de Sevilla y de su comarca, dilatada posiblemente hasta entonces por las discrepancias surgidas entre los hermanos del Rey respecto de las propiedades o heredamientos que cada cual pretendía que se le atribuyesen. En efecto, cuando todavía vivía Fernando III, la participación de sus hijos en el repartimiento había causado al santo Rey no pocos disgustos y ocasionado serias diferencias entre el primogénito don Alfonso y su hermano don Enrique, quien aspiraba a que se le diese Jerez y se había apoderado de Morón y Cute. La actitud de don Alfonso en esta cuestión de los heredamientos sevillanos, al parecer poco favorable a los deseos de sus hermanos, se hizo más rígida al ser proclamado Rey y provocaba los recelos, no sólo de los infantes, sino también de su madrastra la Reina doña Juana. Primera torpeza ésta de Alfonso X como Monarca, ya que de este modo empezaba su reinado enajenándose las simpatías de su propia familia y, sobre todo, las del inquieto infante don Enrique, a quien el Rey no quiso conceder en heredamiento Jerez, Lebrija, Arcos y Medina Sidonia, con arreglo a los privilegios que finalmente había otorgado Fernando III a don Enrique, privilegios que Alfonso X anuló y rompió. Estas diferencias no interrumpieron, sin embargo, la puesta en práctica del repartimiento y Alfonso X procedió, por lo pronto, a repartir las haciendas de la ciudad de Sevilla y de sus cercanías entre los caballeros que habían intervenido en la conquista.

Alfonso X deseaba, entretanto, poner fin a las hostilidades entre Portugal y Castilla, exhortado a ello por el Papa Inocencio IV, y, para liquidar amistosamente sus disputas fronterizas con Alfonso III respecto del Algarbe, designó unos tratadores, que llegaron con los portugueses a una transacción en virtud de la cual el Rey de Portugal cedía el Algarbe al Rey de Castilla y se concertaba el matrimonio del Monarca portugués y de dona Beatriz una hija natural de Alfonso X, fruto de sus juveniles amores con la bellísima dama doña Mayor Guillén de Guzmán, con la condición de que doña Beatriz llevaría en dote toda la zona del Algarbe situada al Oeste del río Guadiana. Firmado este convenio, las plazas ocupadas por los portugueses en la orilla derecha de aquel río fueron cedidas a Castilla y Alfonso X pudo considerar resueltas al menos de momento sus diferencias con Portugal. Pronto, sin embargo, el Rey de Castilla iba a provocar imprudentemente una nueva disputa, que llegará a enfrentarle en Navarra con su suegro Jaime I de Aragón. Efectivamente, poco después del arreglo de la cuestión castellano-portuguesa, murió en Pamplona el Rey de Navarra, Teobaldo I, quien en su testamento dejaba su esposa e hijos encomendados a la protección del Rey aragonés. Con Teobaldo I desaparecía el primero de los Monarcas navarros de procedencia francesa, un protector de los monjes Cistercienses, que él instaló en el Monasterio de Leire; un delicado trovador que cantó en francés el amor y la gentileza, un caballero cruzado de poca fortuna en las armas, que, en cuanto Rey de Navarra, atendió sobre todo a la repoblación del país, al cultivo de los campos yermos por labradores venidos de la Champaña y a la prosperidad económica y el desarrollo cultural de su Reino.

Sucesión de Teobaldo I

La sucesión de Teobaldo I correspondió a un adolescente de catorce años, su hijo Teobaldo II, bajo la tutela y regencia de su madre, la Reina Margarita tercera esposa de Teobaldo I y la protección de Jaime I de Aragón. Pero la accesión al trono de Teobaldo II provocó enseguida graves dificultades, que procedían unas de las pretensiones sobre Navarra que pronto alegó Alfonso X de Castilla y otras de la actitud hostil de los nobles navarros, que se consideraban lesionados en sus derechos como tales por Teobaldo I y aprovecharon su muerte para manifestar abiertamente su descontento. Así, apenas murió Teobaldo I, AIfonso X quiso exigir que el nuevo Rey de Navarra le rindiese vasallaje, como García Ramírez lo había prestado a Alfonso VII, y, para apoyar sus pretensiones, parece que situó algunas huestes castellanas en la frontera de Castilla con Navarra, lo que determinó a la regente doña Margarita a buscar la protección de Jaime I, de acuerdo con lo dispuesto en el testamento de su marido, y a suscribir en Tudela con el infante aragonés don Alfonso —primogénito del Rey Jaime— un tratado por el que los Reyes de Navarra y Aragón se prometían ayuda mutua. Por entonces, los ricos-hombres, infanzones, caballeros y representantes de las ciudades y villas de Navarra se reunieron en una junta y se juramentaron para no reconocer por su Rey y señor natural a Teobaldo II, en tanto éste no jurase enmendar los contrafueros de que se estimaban víctimas y no cumpliese el nuevo Rey los veinticinco años. Esta actitud de los Nobles y ciudadanos del Reino determinó, sin duda, que la aclamación real de Teobaldo II se retrasase por algún tiempo, pero la Reina Margarita debió de aceptar las condiciones de los navarros para reconocer por Rey a su hijo, porque unos tres meses después de morir Teobaldo I, se reunieron Cortes en Pamplona y, ante ellas, Teobaldo II juró los fueros del Reino de Navarra y dar satisfacción o enmendar a los Nobles de los daños, violencias y contrafueros que les habían causado Teobaldo I y Sancho VII. Prestados estos juramentos, Teobaldo II fue alzado Rey de Navarra y siguió bajo la tutela y regencia de su madre.

Entretanto, Alfonso X parecía haberse desinteresado de momento de los asuntos de Navarra, ante la necesidad de restaurar y consolidar el dominio cristiano en la comarca de Sevilla, ya que, tras la muerte de Fernando III, los Musulmanes de diversas poblaciones y fortalezas de las que se habían sometido mediante pactos al Rey de Castilla, dejaron de cumplir sus compromisos y, considerándose de nuevo independientes, hacían correrías de devastación por las cercanías de Sevilla. Parece ser que así había ocurrido en Jerez, Morón, Lebrija, Tejada y otras plazas, y Alfonso X, al frente de una expedición militar, tuvo que dirigirse a combatir esas correrías, puso sitio a Tejada hoy un despoblado cercano a Escacena y Paterna y rindió esta plaza, que fue evacuada por su población musulmana, y posiblemente también otras y, entre ellas, Jerez. En ese mismo año, Alfonso X recibió en Sevilla la visita del conde del Béarn, Gastón VII, visita motivada, sin duda, por las pretensiones de los Reyes castellanos al Ducado de Gascuña, que se fundamentaban en haber sido la Gascuña el territorio que Leonor de Inglaterra había llevado en dote al casarse con Alfonso VIII. La totalidad del Ducado de Gascuña estaba ahora en posesión de los ingleses probablemente desde los días de la minoría de Enrique I de Castilla, pero los castellanos tenían en el mismo muchos partidarios y uno de ellos era Gastón de Béarn, vasallo de Alfonso X, a quien éste debió de encomendar en la entrevista de Sevilla la tarea de expulsar a los ingleses de las tierras gasconas, porque el conde del Béarn no tardó en hacer correrías de devastación por la Gascuña y llegó hasta Burdeos, aunque finalmente fue rechazado por las huestes de Enrique III de Inglaterra. De todos modos, el Monarca inglés no tardó en inclinarse por un arreglo amistoso de la cuestión y envió a Toledo ciudad en la que el Rey había reunido unas Cortes unos embajadores, que se entrevistaron en esa ciudad con Alfonso X y llegaron a un acuerdo con el Rey de Castilla, suscribiéndose por ambas partes un convenio por el que se concertó el matrimonio del príncipe Eduardo, hijo y heredero de Enrique III, con la infanta Leonor, hija de Fernando III y de la Reina doña Juana. Por este convenio, Alfonso X renunciaba a sus derechos sobre la Gascuña en favor de su hermana Leonor y ésta aportaba en dote el Ducado a su esposo, Eduardo de Inglaterra.

Alianza con Jaime I de Aragón

Pero si Alfonso X había renunciado de este modo fácilmente a las lejanas tierras de la Gascuña, no debía de haber abandonado, en cambio, sus pretensiones sobre Navarra, porque Teobaldo II y su madre doña Margarita cada vez más recelosos de Castilla procuraron afianzar su alianza con Jaime I de Aragón y, reunidos en Monteagudo entre Tarazona y Tudela con el Monarca aragonés, suscribieron ambas partes un tratado, que era, en realidad, una verdadera liga de los Reyes de Aragón y Navarra contra Alfonso X y una ratificación de los anteriores acuerdos de Tudela. Efectivamente, por este tratado de Monteagudo Jaime I prometía ayudar a Teobaldo II contra todos, sin más excepción que la del conde de Provenza, Carlos de Anjou, y, por su parte Teobaldo II se comprometía a no contraer matrimonio con ninguna hija ni hermana del Rey de Castilla, si Jaime I no daba para ello su consentimiento. Pero el tratado de Monteagudo sólo sirvió por el momento para irritar a Alfonso X, quien, resuelta la cuestión de la Gascuña, concluyó un pacto de perpetua amistad con Enrique III de Inglaterra y se preparó para intervenir por las armas en Navarra. A este fin, Alfonso X concentró sus huestes en Calahorra y en Alfaro, en tanto que los Navarros establecían su cuartel general en Tudela y Jaime I se preparaba para ayudarles militarmente en el caso de que fuesen atacados.

En estas circunstancias, Alfonso X, que en las Cortes que acababan de celebrarse en Toledo había hecho reconocer como heredera del reino a su hija la infanta Berenguela, primer fruto de su matrimonio con Violante de Aragón, se dirigió desde Toledo a Uclés y parece que se acercó luego con sus huestes a la frontera castellano-navarra y que avanzó incluso hasta los alrededores de Tudela. Pero Alfonso X no se decidió a atacar a las huestes navarras y la acción del Rey de Castilla se limitó a una manifestación de fuerza y quedó interrumpida porque los Ricos-hombres castellanos y aragoneses mediaron para que se evitase un choque armado entre Alfonso X y su suegro y lograron que ambos concertasen una tregua, que debía durar hasta el próximo día de San Miguel (29 de septiembre).

Muerte

Falleció en Sevilla el 4 de abril de 1284, a los 62 años.

Fuentes