Artes plásticas en Cuba

Las artes plásticas en Cuba
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Las artes plásticas en Cuba. Con el triunfo de la Revolución (1959), el nuevo gobierno cubano, promueve una política cultural que potencia el desarrollo de las diversas manifestaciones del arte, donde la pintura no construye una excepción, expresado en la diversidad de temas e influencias artísticas asumidos por los creadores. Lo que nos conduce a abordar su devenir histórico mediante una periodización.

Historia

En 1959 se concibe la proyección de una Política Cultural basada en los lineamientos que definen el rescate de los valores nacionales, la proyección internacional del arte y la cultura, luego de una esmerada atención a su desenvolvimiento nacional. En consecuencia se inicia una transformación cultural del país donde la Campaña de Alfabetización fue la gran victoria espiritual de la Revolución que dio pie a una democratización a los espacios de creación, difusión y consumo de la cultura, y la creación de instituciones, la estructuración del sistema de enseñanza artística, la atención a talleres y academias de diferentes niveles de enseñanza, así como a la más profusa promoción de la obra cubana en espacios y eventos destinados a esta labor.

La creación del Consejo Nacional de Cultura, el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR), el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el sistema de galerías y toda una serie de exposiciones, la Escuela Nacional de Arte (1962), avalan el quehacer del nuevo proceso en esta dirección. Se atienden todas las opciones del Sistema de la Cultura en función del desarrollo del arte. Para esta política, y para la política general de la Revolución, el bienestar del individuo será el centro de atención fundamental.

Por otro lado, también hubo éxodo de cubanos así como la cristalización de una cultura cubana en el exterior, por ejemplo en países como Estados Unidos. Entonces muchos artistas salieron para el exilio, incluyendo a la mayoría de los expresionistas abstractos. Éxodo que se interrumpe a finales de los años sesenta y que se inicia nuevamente, en la década del ochenta, ante la eclosión de un arte político de cuestionamiento a las instituciones oficiales.

En la primera década revolucionaria, el apoyo del gobierno a los talleres de grabado y de diseño gráfico -eficacísimo medio difusor de mensajes ideológicos- genera el auge de un arte figurativo a través del cartel y la valla. Arte que en su forma expresiva evidencia la fuerte influencia del pop-art y de la cartelística polaca. Artistas como Raúl Martínez, Eduardo Muñoz, Umberto Peña, Alfredo Rostgaard y otros, desarrollaron con fuerza este lenguaje de afiches, con estéticas que los hizo bien diferenciables: desde la simbología, el uso de la fotografía, hasta el dibujo impresionante de Alfredo Rostgaard. Se destaca entonces la cartelística de difusión cultural.

Durante los años sesenta y parte del setenta, no obstante la hegemonía del cartelismo, la abstracción perdura en la obra de importantes artistas como Martínez Pedro, Antonio Vidal y Sandú Darié. Este último desarrolla, en la década del sesenta, un arte cinético en el ámbito urbanístico, sobre todo en La Habana. Las artes plásticas de los años sesenta protagonizaron una revolución materializada en la asunción de lenguajes que se caracterizaron por la libertad de los procedimientos: desde la abstracción y la figuración, pasando por el expresionismo y el informalismo, a través de técnicas experimentales como el ensamblaje y el collage. No obstante la diversidad, predominó la línea figurativa de carácter expresionista y muchas veces experimental, siendo el collage la técnica que permitió "una salida airosa a la abstracción"

La década del sesenta muestra una importante representación de la nueva figuración en pintura y escultura, línea que se venía realizando en los Estados Unidos desde mediados de los años cincuenta. Destacan de este período Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Servando Cabrera Moreno y Ángel Acosta León.

Muy contrario al optimismo de los primeros años revolucionarios, la obra de Antonia Eiriz se desarrolla dentro de las claves de un expresionismo figurativo muy grotesco, que no se aviene con la línea ideológica que entonces predominaba. Sus pinturas y esculturas-instalaciones parecen ir a contracorriente: son la materialización del dolor, del drama y de la tragedia. Destaca de su producción el cuadro La anunciación (1962).

Por su parte Raúl Martínez desarrolla una línea de experimentación visual a partir de los logros del pop-art, creando una nueva iconografía que consolida la imagen de la Revolución, sus héroes y la vida cotidiana bajo el proceso "revolucionario". El interés por los temas sociales se aprecia en muchas de sus obras: esquemáticas figuras siempre expectantes que viven bajo el proceso revolucionario, o en la desmitificación que hace de políticos y héroes nacionales. Isla70 (1970) es su obra antológica.

Dentro de esta misma línea de iconización de las nuevas creaciones sociales de la Revolución, se destaca la obra de Servando Cabrera con la representación de sus milicianos; discurso que finalmente evoluciona hacia el exaltado erotismo de sus imágenes.

Ángel Acosta León desarrolla una estética fantástica y surreal, colmando sus lienzos de artefactos de la vida cotidiana y desperdicios sobre ruedas, que marcan la psiquis atormentada de este artista.

Manuel Mendive, inscrito dentro de esa línea de interés por los mitos e imágenes de la religiosidad popular elabora un curioso y variado inventario de imágenes para los dioses y las fuerzas sobrenaturales de la tradición afrocubana.

La década de los 70

La década del setenta abre con una particular dependencia de Cuba a la Unión Soviética que se extiende a lo cultural. Se reproduce en la isla el papel de la institución estatal sobre la cultura, con la siguiente institucionalización y una lamentable burocratización del sistema del arte: producción, distribución y consumo. Dicho modelo generó, en lo ideológico y en lo estético, un arte generalmente complaciente y oportunista. Se abrió paso a lo que la crítica ha calificado como "decenio oscuro" o "década gris". Bajo el cliché "el arte como arma de la Revolución", buena parte de la producción artística devino en propaganda ideológica, y muchos no superaban el estrecho marco del nacionalismo pintoresco.

No obstante, cabe anotar a favor de esta década el desarrollo que tuvo el hiperrealismo en las obras juveniles de Flavio Garciandía , Rogelio López Marín y Tomás Sánchez , los que sumándose a otros como Roberto Fabelo, Zaida del Río, Manuel Mendive y Nelson Domínguez, conformarán, más tarde, el patrimonio más importante de las últimas décadas.

También tiene lugar la aparición de la obra de artistas cubanos formados en los Estados Unidos. Todos, con más o menos incidencia, recurren a los aspectos autobiográficos, creando imágenes en torno a la tragedia del exilio involuntario: soledad y desarraigo. Dentro de esta misma línea destaca finalmente la obra de Ana Mendieta, el más destacado ejemplo del estado de orfandad simbólica del intelectual cubano emigrado. Su obra es un constante ritual compensatorio vinculado a su exilio personal en términos psicológicos, sociales y culturales. Es la primera artista cubana emigrada que logra exponer dentro de la isla (1981).

La década de los 80 hasta la actualidad

A partir de los años ochenta se desarrolló un fortísimo movimiento artístico de pretensiones sociales. A la par de la pintura y la escultura, las experimentaciones de índole conceptual van ganando fuerza.

Constituye un arte que se expresa, principalmente, a través de la creación de instalaciones y de ambientes, que se interesa más por la idea que prefigura a la obra de arte, y menos por el objeto artístico propiamente dicho. De aquí la experimentación de vanguardia: el "arte de acción"- happening y performance - que surge como orientación fundamental, extravertida, como vía de transformación social. Toma fuerza un lenguaje que pretende fusionar el arte y la vida. En un principio, los artistas se interesaron por llevar sus propuestas a la calle, pretendiendo acercar el arte al público. Creaban situaciones donde hacían participar al espectador en la obra. Finalmente las propuestas conceptuales retornan a las galerías y a las salas de exposición.

Este movimiento -salvando las naturales imprecisiones de tal generalización-, que instrumentó sus propuestas desde los aportes del arte conceptual, desarrolló tres líneas fundamentales de trabajo: los que consideraban que la obra de arte era un objeto que sustentaba una dimensión espiritual y que era capaz de curar - Juan Francisco Elso Padilla , José Bedia.

Los que centraron su interés en valorar los aportes de la cultura popular -Flavio Garciandía, Rubén Torres Llorca; y los que desarrollaron su arte dentro de la crítica social, cultural y política, Eduardo Ponjuan, René Francisco, Alejandro Aguilera, Lázaro Saavedra, José Ángel Toirac. Las obras que se plantearon desde la crítica política fueron las más expuestas a la censura oficial. Fue el caso, por ejemplo, de la exposición Homenaje a Hans Haacke (1989) -del grupo ABTV.

ABTV, del cual formaba parte José Ángel Toirac, que no fue abierta al público pues "no era el momento histórico de reconocer tales cosas como ciertas". La sonrisa de la verdad (1989), obra incluida en esta muestra, denunciaba el carácter apologético de un pintor oficial que, antes de la Revolución y después de ésta, utilizaba una misma "fórmula artística": retratara los líderes políticos.

Para la crítica especializada fue un "renacimiento" del arte cubano después del "largo túnel oscuro" de los años setenta, que despertó el interés del mercado internacional del arte por lo que se hacía en la isla. Este interés, junto al estado de censura y de velada represión cultural.

Generó, entre las décadas ochenta y noventa, el segundo gran éxodo de intelectuales que, por su elevado número, no había tenido antecedentes en la isla y que engrosó, en buena medida, lo que se ha calificado como la "diáspora" de la cultura cubana. Por su importancia, el propio éxodo devino en recurrido tema de investigación entre los artistas de los noventa como Alexis Leyva Kcho, Sandra Ramos, Tania Brugueras, quienes se plantearon una reflexión en torno a la mencionada diáspora.

En líneas generales, los artistas conceptuales reflexionaron sobre el sentido del arte, su función y lugar en la sociedad. En la actualidad también desarrollan discursos críticos en torno a los valores de la sociedad contemporánea, a la política, a la violencia, al exilio involuntario y a la muerte, entre otros.

En este contexto Cosme Proenza posee una obra atípica y es quizás nuestro artista más aparentemente extraño, pues sus referentes culturales nos remiten a tradición pictórica europea de donde bebió, pero la recrea desde una perspectiva fresca y contextualizada.

El arte durante la etapa de la Revolución fue el resultado de todo un devenir de nuestros artistas que durante años plasmaron y desarrollaron su propia estética en las diferentes exposiciones realizadas. Con los nuevos cambios a partir del 59, esos mismos artistas y otros nuevos enfilarán sus propuestas hacia perspectivas distintas y como resultado de la nueva política cultural de la revolución.

Fuentes