Ataque al cuartelito de Masferrer

Ataque al cuartelito de los tigres de Masferrer, de Victoria de Las Tunas
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Cuatelito Tigres de Masferrer VLT.jpg
Fecha:viernes 5 de septiembre de 1958
Lugar:Victoria de Las Tunas
Consecuencias:
Perdida de la vida un combatiente y los atacantes tuvieron que retirarse ante un adversario con posibilidades de resistir mucho más tiempo y en espera de numerosos refuerzos
Líderes:
Camilo Cienfuegos
Ejecutores o responsables del hecho:
Marcos Carmenate Borges, Negro Carmenate, y Concepción Rivero Feria

Ataque al cuartelito de los tigres de Masferrer, de Victoria de Las Tunas con el fracaso de la Ofensiva de Verano diseñada por el ejército batistiano se demostró la fortaleza que había adquirido el Ejército Rebelde y en tal sentido hizo posible abonar las condiciones para que se consolidara la situación revolucionaria imperante en el contexto cubano. De este modo, se adopta la estrategia de ampliar el teatro de operaciones militares y se generaliza la guerra hacia otras regiones del país. La máxima dirección del Ejército Rebelde indicó ejecutar un sistema de acciones militares, encaminadas a golpear y debilitar el poderío batistiano en la región de Victoria de Las Tunas, se designa al primer teniente Concepción Rivero como jefe de Acción en este término municipal. Dentro de estas acciones estaba previsto el ataque al cuartel de los Tigres de Masferrer en esta localidad. Acción que si bien no coronó con la victoria militar hizo sentir la pujanza de las fuerzas rebeldes.

Preparativos de la acción

Orden militar No19 de Camilo

Por orientaciones del comandante Camilo Cienfuegos, los combatientes tuneros debían acometer acciones que se hicieran sentir en su territorio. En realidad, no estaban creadas todas las condiciones para efectuar con éxito la misión, por lo que el ataque al cuartelito de los Tigres de Masferrer, de Victoria de las Tunas, se ejecutó con desventajas. Esta acción no puede considerarse como una victoria, porque perdió la vida un combatiente y los atacantes tuvieron que retirarse ante un adversario con posibilidades de resistir mucho más tiempo y en espera de numerosos refuerzos Entre la 1 y las 2 y 30 de la madrugada del viernes 5 de septiembre de 1958, llegaron al batey de La Concepción, perteneciente a los montes de Miquiabo (Aimiquiabo o Aymiquiabo) y cercano al arroyo Aguas Blancas, los integrantes de la columna No. 8comandada por el Che, finca en la que permanecieron hasta el atardecer del siguiente día. Temprano en la mañana se les unió la columna No. 2, dirigida por el comandante Camilo Cienfuegos.

Camilo se había visto en la necesidad de reorganizar la jefatura de Bayamo, Holguín y Victoria de las Tunas, incluyendo autorizar a Marcos Carmenate Borges, Negro Carmenate, y a Concepción Rivero Feria, operar con sus escopeteros en territorio tunero; con ese propósito, extendió la orden No. 19.

Previo a la partida, el primer teniente Concepción Rivero fue instruido sobre la urgencia de efectuar acciones en su zona, en esta etapa caracterizada por la pasividad. Con este fin, de inmediato estructuró un grupo de asalto, formado por 24 hombres escogidos entre los mejor armados.

En la mañana del día 12, el destacamento seleccionado partió rumbo a Victoria de las Tunas, exactamente para el poblado de Sitio Piedra, cercano a Becerra Las Tunas, lugar de origen de algunos combatientes. El traslado se realizó a caballo por los caminos principales, dejándose ver en los caseríos y viviendas campesinas que surgían en el trayecto. Deseaban atraer la atención del ejército para aliviar la presión sobre las columnas invasoras, las que en ese momento se movían con dificultades por la provincia de Camagüey.

Alrededor de las nueve de la noche, atravesaron la Carretera Central por el cruce de La Ceiba, a 3.6 km del poblado de Calixto (en el actual municipio Majibacoa). A su paso, detuvieron y le prendieron candela a una rastra de combustible y a una máquina.

Ya antes habían recorrido La Concepción, San Joaquín, Las Arenas, La Quinta y Limones. Manteniendo rumbo norte, giraron al noroeste en las inmediaciones de Cruz Alta, hasta encontrarse en El Mango con la carretera Las Tunas-Puerto Padre. Llegaron a su destino a las cinco de la mañana, situando el campamento en la finca de la familia de Juan Machado Machado, Tatá, compañero de lucha de Jorge Pérez González, también vecino de esta región.

Al atardecer, trasladaron la tropa para la finca de Papi Ávila, en Río Blanco, en la que continuaron durante el día siguiente. Los acompañaba el doctor Luis Fernández Vidal, estrecho colaborador del Movimiento y encargado de curar a los posibles heridos en la acción que estaban preparando. No obstante, en ese momento el doctor debía atender con urgencia a Isael Cruz Saavedra, destacado jefe guerrillero de Puerto Padre, herido en el combate de la valla de gallos de Vázquez.

A las diez de la mañana del día 15 de septiembre retornaron a Sitio Piedra y esa misma tarde, Jorge Pérez sirvió de práctico en el recorrido hacia Victoria de las Tunas. Vadeando potreros y sembradíos, vencieron el primer tramo a las 6:30 p.m. en el caserío de San Juan, junto a la línea de Manatí y el camino de Santa María. En este punto permanecieron hasta que terminó de oscurecer, entonces se reanudó el trayecto en dirección al puente de Río Potrero, entrada a la ciudad por la carretera de Puerto Padre.

Del grupo se habían separado cinco integrantes de la primera y segunda escuadra: Guido Parra Ortiz, encargado de la somera labor de inteligencia y por ello miembro del Estado Mayor; su sobrino Eloy Rosabal Parra, Merito; Pepe Leyva; Néstor Zulueta Machado y José Amado Lastre, Aris.

Ellos debían explorar la entrada a Las Tunas y apoderarse de un Chrysler que siempre tienen parqueado en el portal de su casa, los doctores en farmacia Mercedes López y Joaquín Demestre, previsto para transportar la impedimenta. Era una amplia casona localizada a la derecha de la carretera (entrando de Puerto Padre), antes de llegar a la curva y al camino de Jericó.

El resto de los combatientes, en un terreno colindante y debajo de unas matas de mango (en la actualidad escuela de capacitación del MININT), distante a unos 350 metros del puente, se comieron una lata de chicharrones que tuvieron la previsión de llevar consigo, y puntualizaron la ejecución del ataque: Concepción Rivero, por el frente; Armando Hechavarría, por el flanco derecho (este) y Walfrido Agüero, Uva, por el izquierdo.

Dada la oscuridad y lo desolado de este paraje, eligieron pasar a toda carrera por encima del puente. No habiendo dificultades, penetraron casi medio kilómetro en las afueras de la ciudad, momento en que se dio la orden de tenderse en la vegetación aledaña a la vía (en nuestros días, terrenos ocupados por la Delegación Provincial del MININT).

Por la mañana, Concepción Rivero le había encomendado a Alcibíades Torres Rodríguez, miembro del M-26-7 e integrante de la célula de Sitio Piedra (después del triunfo sancionado por acciones contrarrevolucionarias), merodear por la periferia del cuartelito para conseguir información, y esperar en la caoba, justo frente a donde se encontraban desplegados (en el presente, área perteneciente a la fábrica de Cerámica Brígida Zaldívar).

El jefe, acompañado por Armando Hechavarría, cruzó la carretera y diez minutos después, regresó con la noticia de que el cuartelito debía estar defendido por unos 15 o 20 masferreristas. Es de suponer, que este importante hallazgo los incitara a realizar nuevas indagaciones, contrariamente, resolvieron continuar.

En pocos minutos, la pequeña columna recorrió el corto trecho que la separaba del domicilio de los farmacéuticos. Al ver a sus compañeros, el grupo de Guido sacó la máquina y se reunió con ellos enfrente. Contaron, que los doctores les entregaron la llave sin protestar, por supuesto, en contra de su voluntad y completamente atemorizados.

Tal es así, que casi toda la conversación se desenvolvió por una de las ventanas; este inconveniente, unido a la premura e inexperiencia de los jóvenes combatientes, los indujo a no percatarse de inutilizar el teléfono. A los dueños del carro le comunicaron que lo fueran a recoger en Los Manguitos.

Además, habían planificado que el grupo de apoyo se acuartelara en la vivienda de un hijo de Américo Pérez, en el costado derecho de Las Industrias Pérez , a unos 500 metros del cuartelito de los masferreristas. Para esta labor contarían con el auxilio de Celia González, esposa de Concepción Rivero.

Según el testimonio de Cirilo Concepción Pérez, el movimiento clandestino tenía proyectado algo similar con relación al transporte, con la variante de que él, con su máquina, transportaría las mochilas para la casa del moro Ney Amado, unas cuadras más abajo en la propia carretera. Con la asistencia de su hijo René y de Rosario Torres Rivero, militante del 26 de Julio, desde este lugar atendería todas las contingencias.

Parece que falló la comunicación, o no se ajustaron bien los horarios, pues ni en el cruce de Río Blanco, ni en Río Potrero, Cirilo coincidió con los atacantes. Él cumplía órdenes de Edelio Ávila Trujillo, responsable de una célula radicada en la “Casa Sánchez”.

El grupo comando al que finalmente le asignaron la tarea de trasladar las mochilas, lo integraban: Jorge Rodríguez Nápoles, como chofer, escogido porque planteó que sabía manejar; Juan Machado Machado, Tatá y Jorge Pérez González. En caso de ser detectados o tener un encuentro con el enemigo, debían hacer todo lo posible por alejarlo o contenerlo fuera del cuartelito, de lo contrario, esperar al resto de los compañeros en el chalet de Francisco García, Pacoco, en el cruce de Las Margaritas. Se les orientó aguardar cinco o diez minutos posterior a que las escuadras se dirigieran a sus respectivos puestos, coordinación que en definitiva no se logró sincronizar.

Características y ubicación del cuartelito

Al igual que en el resto de Oriente, en Victoria de las Tunas los Tigres de Masferrer tuvieron desde el principio reclutas y adeptos, de cierta forma solapados en el Partido Unión Radical; sin embargo, no fue hasta más tarde que se mostraron como fuerza paramilitar muy agresiva, esto se perfiló a partir del Combate del Uvero. En el caso de nuestro territorio cometieron la mayoría de sus crímenes en septiembre, noviembre y diciembre de 1958.

Aunque, desde mucho antes, ya radicaban en una pequeña casa al final de los incipientes repartos residenciales Santos y Buena Vista (Las Tunas), surgidos a inicios de la década de 1950. La edificación fue construida en la parcela No. 2 de la octava (H) manzana del reparto Santos, de frente para la carretera y a la izquierda con relación al avance de los rebeldes. Este reparto solamente estaba ocupado por casas aisladas, observándose más habitado el otro sector de la carretera (reparto Buena Vista); a pesar de ello, por ambos lados, a cierta distancia y desde diferentes ángulos, se divisaba el enclave masferrerista y amplias secciones de la carretera hasta la línea de La Cuba (ferrocarril central).

La mencionada casa, simplemente había sido resguardada con sacos de arena en el medio portal y en derredor de la placa, ni siquiera poseía cerca perimetral. En cambio, la ametralladora 30 emplazada en el techo les otorgaba un alto poder defensivo. En la manzana de atrás existía otra vivienda ocupada por Guillermo Rojas, jefe del cuartelito.

Aunque, el movimiento revolucionario había tenido altas y bajas, en esta parte de la ciudad, desde su fundación, se constituyeron células clandestinas, entre ellas, la que dirigiera Cristino Barreda García (en el tejar del gallego Miguel Hernández, propietario del reparto Buena Vista) y la de la fábrica de galletas encabezada por Jorge Pérez Rojas, a la que se unieron varios de sus hermanos y en la que se forjara Elio Ávila Trujillo, más adelante General de Brigada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Desplazamiento del comando

En la casa de los Demestre finalizó el itinerario del pelotón, a partir de allí cada escuadra marcharía por separado hacia su área de combate. El grupo que atacaría por el frente prosiguió hasta la galletera de los Pérez, sitio en el que aguardaban varios integrantes de esta familia y otros implicados, entre ellos el doctor Fernández Vidal, quien había llegado con su guagüita.

En un breve intercambio con los presentes, Concepción Rivero se limitó a recalcar las responsabilidades de cada cual. A los tripulantes de la máquina les orientó desviarse por la primera calle paralela de la derecha, rebasar la línea y cumplir todo lo acordado. Apenas la máquina tomó por detrás de la fábrica de galletas y sobrepasó el cuartelito, un jeep masferrerista activó la persecución por la carretera. Ambos carros bajaron en paralelo hacia el ferrocarril, por momentos, viéndose mutuamente.

A una cuadra antes de la línea de Manatí, nuevamente fue preciso desviarse, esta vez volteando a la izquierda por la calle Aquiles Espinosa, porque el final de la anterior estaba bloqueado por un grupo de guardias, síntoma de que la tiranía conocía sobre este operativo.

Al arribar a la intercepción con la salida a Puerto Padre (Avenida Camilo Cienfuegos), ya era inevitable el choque con el adversario. El chofer, con poca experiencia para manejar, se turbó y apagó el carro a escasos metros de la carretera, al mismo tiempo que dos masferreristas se aproximaron dispuestos a disparar. Tomando la iniciativa, Tatá les dio el alto y abrió fuego con su revólver, secundado por Jorge Pérez quien hizo lo mismo; a pocos pasos, lograron aniquilarlos.

Jorge Rodríguez Nápoles

Jorge Rodríguez Nápoles, todavía anonadado, no atinó a poner en marcha la máquina y cuando lo hizo, sacudido por Jorge Pérez desde el asiento trasero, aceleró y se agachó soltando el timón, por lo que provocó un salto, perdió el control sobre el vehículo y solo logró avanzar transversalmente hasta chocar con un poste en la esquina opuesta. En pocos minutos, la balacera convirtió en un infierno el interior del carro: una lluvia de cristales les cayó encima y al unísono, las balas repiquetearon en los platos de aluminio guardados en el maletero.

El instinto y la buena suerte posibilitó que escaparan del tiroteo. Inicialmente, Jorge Pérez González se bajó y se parapetó a la izquierda y en la sección delantera de la máquina, desde donde continuó disparando y acto seguido, Juan y Jorge Rodríguez Nápoles abrieron la puerta y salieron corriendo hasta saltar la tapia del chalet de los Chimeno (padres); mientras, Jorge Pérez, rezagado unos instantes, corrió en zigzag en dirección a la línea por la calle Aquiles Espinosa, buscando el fondo de las primeras manzanas del reparto Santos.

A Jorge Pérez lo perseguían tres masferreristas, disparando y conminándolo a rendirse, aun así, respondió con las balas que le quedaban en el revólver. Jadeante y desesperado, se escondió en un costado del chalet de Isaías Guerrero González, enfermero de la clínica Plasencia, en la segunda cuadra respecto a la carretera; desde allí, a solo 50 metros de sus contrarios, le escuchó decir a uno de ellos:

"¡Lo tenemos cogido!"

, al tiempo que indicaba hacia donde presumía lo vio entrar. A Jorge, el nerviosismo le impidió recargar el arma con prontitud.

Encontrándose en total desventaja y a punto de ser descubierto, ocurrió un milagro salvador: se sintieron voces y un fuerte tiroteo que provenían del cuartelito. Por esta causa, los masferreristas abandonaron la persecución y rápidamente regresaron a la carretera, momento que él aprovechó para cruzar la línea y protegerse en un naranjal ubicado del otro lado (hoy organopónico de la Avenida 30 de Noviembre).

Obelisco a Jorge Rodríguez Nápoles

Jorge Rodríguez Nápoles no corrió la misma suerte, sería el único mártir de esta arriesgada misión. Prácticamente sin conocimiento sobre Las Tunas por ser holguinero y tal vez herido, fue capturado en los alrededores. Su cadáver apareció en la esquina de la carretera de Puerto Padre y la calle que hoy recuerda su nombre, aunque, el asesinato se produjo dos cuadras más arriba, en la intercepción con la calle Eddy Martínez.

Desarrollo del combate

Las escuadras de Armando y de Uva, se internaron en el potrero sin apartarse mucho de la carretera, pero cuando ya se habían acercado lo suficiente al cuartelito, el último grupo se alejó un poco, pues debían pasar por el fondo del chalet de Rojas para poder situarse en el extremo oeste.

Por su parte, Concepción Rivero y sus hombres se movieron por el lateral derecho: entraron por detrás de la fábrica de los Pérez, doblaron a la izquierda por Marcelino Diéguez y salieron a la carretera por una casa antes de la esquina izquierda, en la que sus moradores, del susto, viraron la mesa del dominó y abandonaron la partida. En esta cuadra, frente al cuartelito, solamente existía una casita, dándoles la posibilidad de aproximarse ocultos y tenderse en la cuneta.

Tan pronto Concepción Rivero efectuó el primer disparo, el fuego se generalizó entre ambos bandos. La rápida reacción del enemigo los llevó a deducir que los estaban esperando. Y no solo eso, desde ese mismo instante, otros factores corroboraron que sería muy difícil derrotarlos, debido a que: contaban con la cooperación del ejército; la edificación les ofrecía un buen resguardo; prácticamente toda la periferia estaba descubierta porque recién habían chapeado el área del fondo, medida que favorecía la visibilidad, pero limitaba el despliegue a la ofensiva.

A su vez, disponían de un potente foco que alumbraba fundamentalmente todo el frente; la ametralladora de por si era un medio de contención determinante y recibían apoyo desde la casa del jefe del cuartelito, imprevisto que los obligó a enfrentar un segundo objetivo. De cualquier modo, los guerrilleros siempre mantuvieron la iniciativa, obligándolos a permanecer cubiertos. Posteriormente se supo, que chorreaba la sangre del carro volqueta en el que los guardias transportaron sus heridos.

El enfrentamiento se prolongó por unos veinte minutos, antes de la media hora ya Concepción Rivero había ordenado la retirada. Por ello, no clasifica como un ataque relámpago, más bien, de alcance limitado característico de las emboscadas ofensivas de aniquilamiento, con la desventaja de no utilizar medios explosivos ni granadas. Además, el fuego cruzado solo se volvió intenso por intervalos, ni siquiera la ametralladora peinaba en derredor.

A mitad del tiroteo, la escuadra del frente logró eliminar las principales amenazas. Merito rompió el foco y él mismo o Guido, mató a William Fajardo silenciando la ametralladora, arma que a partir de este momento quedó neutralizada. Cumplida esta parte, concentraron el fuego contra las ventanas de madera, desconociendo su efectividad.

Armando Hechavarría, con su grupo, se mostró muy combativo por el flanco derecho, fueron los que más lograron aproximarse a las paredes del cuartelito. Por esta causa, Julio Fernández Gómez resultó el único herido rebelde en todo el tiroteo. En cambio, la escuadra de Uva Agüero no avanzó lo suficiente, en parte, porque disponía de menos personal y también, porque recibía el fuego desde la casa del fondo.

Al darse cuenta que no lograrían tomar el cuartelito sin salvar la distancia y por lo descampado del lugar, intentar irrumpir en la edificación significaría inmolarse, el jefe guerrillero no dilató más la orden de retirada. En definitiva, habían perdido el factor sorpresa; el enemigo, aunque cercado, estaba en condiciones de prolongar su defensa; previo al combate, escucharon un fuerte tiroteo señal de que la máquina fue interceptada cerca de allí; en cualquier momento debía llegar el ejército; un hombre herido reducía la capacidad combativa de la escuadra más aguerrida y debían reservar municiones y contar con el tiempo suficiente para retirarse.

Gracias a ello, salieron del escenario del combate por el itinerario escogido de antemano. En pequeños grupos, la mayoría se retiró por la zanja que corría detrás del cuartelito y se adentraron en los potreros del fondo, para bordear la loma de Peralejo y llegar a la Carretera Central en el cruce de Las Margaritas.

Sin nuevos incidentes, se alejaron de la ciudad por el camino de Las Arenas, asentamiento en el que se reagrupó la mayor parte de la tropa. Dos días después, reanudaron los sabotajes en su territorio habitual de operaciones.

A Julio Fernández Gómez, herido en un muslo, Zulueta lo puso a salvo, luego, con el apoyo de otros compañeros, lo trasladó para El Parnaso, a dos kilómetros de la ciudad por el camino de Curana. Atravesando por el fondo de esta finca, se incorporaron al camino de Las Arenas y al amanecer cruzaron el río homónimo. Acostado en una mesa de billar que había en este lugar, el herido recibió la primera cura y una vez efectuar algunas gestiones, fue atendido por el doctor Fernández Vidal.

Breve comentario sobre la organización, desarrollo y resultados del combate

Si bien, Victoria de las Tunas era una ciudad de menor relevancia, en ella radicaban más de 200 efectivos partidarios del régimen, distribuidos en un Escuadrón de la Guardia Rural y una Estación de la Policía; fuerzas eminentemente represivas, responsables de la muerte de por lo menos, veinte compatriotas de esta parte de la actual provincia de Las Tunas.

Precisamente, la importancia del ataque al cuartelito de los Tigres de Masferrer, no descansa en el desenlace militar, sino, en desafiar a la dictadura a las puertas de una Capitanía y convertirse en la acción armada más relevante de esta ciudad en la última etapa de la lucha insurreccional. A propósito, en el transcurso de la guerra muy pocas veces ocurrieron operaciones de este tipo, solo en los días finales tuvieron lugar asedios a las ciudades.

En términos generales, esta misión solo podría encontrar el éxito, tomando el cuartelito por sorpresa en los primeros minutos, de lo contrario, el refuerzo del ejército daría cuenta de ella. Como se sabe, fueron tantas las huellas que dejaron a su paso, que facilitaron al enemigo mantenerse sobre aviso. Por demás, en ese momento, la maniobra de distracción ya no era de utilidad para las fuerzas invasoras.

Es evidente que el grupo armado de Concepción Rivero, todavía no poseía el fogueo requerido para enfrentar acciones de aquella naturaleza. La falta de experiencia los condujo a omisiones que en la guerra es negado permitirse, a saber:

  • No contar con escalones defensivos para evitar la entrada de refuerzos.
  • Los combatientes clandestinos no fueron incorporados directamente en la acción, de hecho, ninguno participó en el combate ni en la vigilancia del territorio. Al no disponer de información amplia, precisa y anticipada, no pudieron discernir si ese era el momento más apropiado y con ello tener la libertad de aplazar el ataque.

Sin embargo, saltaban a la vista otros indicios, fáciles de verificar en corto tiempo, como pudieron ser: movimiento inusual de personal, labores de preparación, ametralladora en plena disposición combativa, medios de iluminación y rutina del vecindario.

  • Si la máquina solamente estaba destinada para transportar las mochilas, bien pudo retornar por la carretera de Puerto Padre y, de paso, vigilar este acceso. Pero, la aspiración de llamar la atención y sacar algunos masferreristas del cuartelito, los llevó a una cadena de errores que resultó fatal:
  • Escoger como chofer a un voluntario sin suficientes conocimientos, existiendo en la tropa uno con experiencia profesional; no obstante, esta tarea debió asignarse a un combatiente clandestino.
  • Descartar la operación antes efectuar el primer disparo.
  • Debilitar la fuerza de ataque, de por sí, insuficiente.
  • Exponer a un alto riesgo a los miembros del comando en caso de ser detectados atravesando la ciudad, equipados solamente con revólveres; además, de producirse lo anterior, la posibilidad de perder la impedimenta.
  • Si desde el primer momento hubieran tomado por el fondo la casa del jefe masferrerista, a la vez que eliminaban un foco de resistencia, ganaban una posición sólida y multipropósito para la acción.
  • Perder el factor sorpresa por iniciar el combate a primera hora de la noche. De hacerlo avanzada la madrugada, probablemente la guarnición del ejército apostada en la línea se hubiera retirado.
  • No gestionar transporte para la retirada y planificarla por el lado más próximo al poblado, pudiendo retroceder sobre sus pasos a pesar de que el recorrido fuera más largo. Si el escuadrón se hubiera atrevido a perseguirlos, las bajas habrían sido cuantiosas. Por suerte, para esta fecha, la moral combativa del ejército batistiano ya declinaba notablemente cada día.

Con independencia de que el ataque al cuartelito masferrerista, pudo organizarse en condiciones más propicias para las fuerzas rebeldes y que determinadas medidas contribuyeran a minorar sus consecuencias, en el arte militar estos fenómenos no se manifiestan de manera tan simple y se corre el riesgo al evaluarlos de manera lineal y fuera de contexto; de no apreciar lo primordial, los móviles que llevaron a estos hombres a jugarse la vida, incluso, a cometer otros errores de mayor trascendencia en el resto de la guerra y aun así, conquistar la victoria justamente tres meses y medio después.

En este caso, en primer lugar, el afán de cumplir la palabra empeñada después de las severas críticas recibidas; en segundo orden, no contar con los recursos indispensables para ser más efectivos, abarcando en ello el grado de articulación con las células urbanas y, finalmente, como se ha dicho, el desconocimiento sobre las altas implicaciones de un combate dentro de la ciudad.

En resumen, contaron con el tiempo suficiente para desarrollar de otra manera los preparativos del ataque, inclusive, con solo considerar pequeños detalles operativos de último momento, los resultados pudieron ser más favorables. Sin embargo, no estaban en condiciones de detenerse a meditar como superar sus propias barreras, sencillamente, tenían que ejecutar rápido y a todo riesgo, una acción de resonancia en su territorio.

Véase también

Victoria de Las Tunas

Fuentes

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