Corsarios, piratas y filibusteros en Cuba

Corsarios, piratas y filibusteros en Cuba
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Concepto:Saqueo marítimo contra los barcos y villas establecidas por los españoles en Cuba y otras partes de América.

Corsarios, piratas y filibusteros en Cuba. Desde el inicio del saqueo de las riquezas en América y la ocupación de sus territorios por parte de la corona española, otras potencias europeas practicaron el bandolerismo marítimo (corsarios), y muchos aventureros (piratas y filibusteros) lo realizaron por su cuenta.

Causas y objetivos

Los enemigos europeos de España, carentes de marinas de guerra permanentes, entregaron patentes de corso a particulares para asaltar en el mar a las naves españolas cargadas con las riquezas americanas y asaltar las poblaciones costeras de las colonias ibéricas. De este modo, corsarios franceses, ingleses, holandeses y de otras nacionalidades azotaron los mares y villas cubanos durante casi 200 años.

Cuando no había guerra que justificara el corso, aventureros independientes (piratas y filibusteros), continuaban la obra depredadora de los corsarios. Estos sistemáticos ataques hicieron que se desarrollara el arte y la construcción militar y naval en Cuba, fomentaron la construcción de castillos, fuertes, torreones, murallas y obstáculos, y ejercieron influencia en el surgimiento del arte militar cubano.

Las casi constantes guerras en que la Casa de Austria empeñó a la corona española durante más de siglo y medio, repercutieron en Cuba bajo la forma de ataques e incursiones de corsarios y piratas contra la navegación comercial española y contra las ciudades, poblados y haciendas de la Isla, con un elevado saldo negativo en vidas humanas, así como en riquezas materiales y culturales.

Tampoco en los escasos períodos en que la paz reinaba en Europa, esta llegaba a América, pues en virtud de una cláusula secreta de la Paz de Vervins (1598) entre Felipe II y Enrique IV, se fijó la llamada línea de la amistad a la altura de las Azores, al oeste de la cual la paz no se extendía y solo se imponía la ley del más fuerte.

Inicio y desarrollo de la piratería en el Caribe

Desde 1537, fecha en que un corsario francés atacó e incendió la villa de San Cristóbal de La Habana, pasando por 1625, cuando el respaldo financiero de la burguesía holandesa le dio vuelo de gran empresa, corsarios bajo diferentes pabellones asaltaron y capturaron cientos de naves españolas e incursionaron sobre las principales ciudades y villas cubanas. No fue sino hasta la Paz de Utrecht (1713), cuando las potencias europeas se comprometieron a observar el principio de la libre navegación, que el corso tradicional languideció hasta desaparecer.

Durante tan dilatado período, personajes siniestramente célebres como Jacques de Sores, Robert Baal, Francisco Nau (el Olonés), Henry Morgan, Mermi, Hallebarde, John Hawkins, Jean Richard, Francis Drake, Piet Hein, Pata de Palo, Legrand, Franquinay, Gilberto Girón, y otros, abordaron naves aisladas y flotas, penetraron en los puertos cubanos, asaltaron sus embarcaciones y ciudades, saquearon, degollaron, torturaron y exigieron rescate por sus más connotados vecinos, volaron fortificaciones e incendiaron villas sin que la corona española pudiera o supiera darles adecuada respuesta, lo que obligó a los pobladores de la Isla a organizarse y armarse para defenderse de tan constantes agresiones.

Medidas de defensa

Las contramedidas iniciales de los monarcas ibéricos asumieron un carácter más bien pasivo. En 1526 organizaron el sistema de flotas, que convirtió a La Habana en punto de concentración de numerosos buques, tripulaciones y pasajeros enriquecidos, quienes disipaban su ocio y su dinero en tierra, con crecidas ganancias para los habaneros. También desarrollaron un vasto plan de fortificaciones españolas en Cuba, que incluyó la construcción en La Habana de las fortalezas de la Fuerza, el Morro y la Punta, los fortines de la Chorrera y Cojímar, los torreones de San Lázaro y Bacuranao y la muralla.

Aunque en mucha menor medida, otras ciudades portuarias fueron también fortificadas. Se construyó el castillo de San Severino en Matanzas, Jagua en la bahía de Cienfuegos y San Pedro de la Roca en la entrada de Santiago de Cuba, así como numerosas fortalezas, baterías, atalayas, reductos y otras obras ingenieras de carácter defensivo en toda la isla. El financiamiento de las obras de defensa corría a cargo de fondos situados por el monarca desde México, impuestos especiales o sisas y cuestaciones populares.

La fundición de artillería y la construcción naval también recibieron gran impulso, gracias a la existencia de cobre y de magníficas maderas en la Isla. Fueron establecidos astilleros en La Habana y Santiago, de los que salieron galeones, fragatas y hasta navíos reales como el Santísima Trinidad, el de mayor porte y único de cuatro puentes que surcara los mares.

El elevado costo de mantenimiento de las tropas regulares hizo que los vecinos se organizaran para la lucha armada, inicialmente bajo la forma de somatén catalán, lo que los obligaba a armarse ellos, sus siervos y esclavos, a sus expensas y a presentarse en determinados puntos de reunión cuando eran llamados a las armas por el tañido de campanas, el toque de clarines o el redoblar de tambores. Más tarde, en 1582, Gabriel de Luján creó en Guanabacoa una compañía de 50 indios, mestizos y negros libres y cuatro años más tarde organizó la milicia, en forma de compañías y batallones de blancos, pardos y morenos libres, cuyo vestuario costeaban los propios milicianos, quienes recibían algún adiestramiento y eran objeto de inspecciones periódicas.

En 1570, Diego de Rivera creó un sistema de puestos de observación costeros permanentes desde cabo Corrientes hasta el Pan de Matanzas y quedó organizada la rápida transmisión del aviso a la capital. En tiempo de guerra, lo que era muy frecuente, se desplegaban patrullas de exploración a caballo a ambos flancos de la ciudad, líneas de vigilancia naval en los accesos marítimos a la capital, guardia combativa a cargo de una galeota, piragua u otra nave de guerra en la rada habanera y se atraían milicianos de tierra adentro.

Se puede afirmar que el enfrentamiento a los ataques de corsarios y piratas y la práctica del corso por los pobladores de Cuba, familiarizó a la población con el ejercicio de las armas y la organización militar, los habituó a mantener una permanente disposición combativa y estableció la tradición de la participación popular en la defensa. Fue importante la diferenciación en el arte militar. Mientras que el accionar de los soldados profesionales peninsulares era eminentemente defensivo, basado en el empleo de la artillería y las armas de fuego, al abrigo de fortificaciones, el de los criollos estaba basado en incursiones súbitas y emboscadas en campaña, en las que la destreza en el manejo del machete y el caballo, el dominio del terreno, la noche y la sorpresa desempeñaron un papel principal. A pesar de ser Inglaterra la reina de los mares, perdió más de 300 buques mercantes entre 1713 y 1725 a manos de los “hermanos de la costa”.

El enfrentamiento al corso y la piratería generó en los habitantes de las aisladas villas una conciencia de la necesidad de la autosuficiencia defensiva, que fue componente esencial del nacimiento de su identidad local y raíz del surgimiento, durante la Guerra de los Diez Años, del arte militar cubano.

Corsarios españoles

También hubo corsarios bajo las banderas españolas que, armados en La Habana, Santiago de Cuba y Trinidad, atacaron las líneas de comunicación naval de los adversarios de su rey, arrasaron las bases de operaciones de corsarios y piratas enemigos y asaltaron sus asentamientos y puestos comerciales en Bahamas, Jamaica, Haití, la Tortuga y Norteamérica.

Entre ellos descollaron Juan Barón de Chávez, Manuel Miralla, Andrés González, Diego Vázquez Hinostrosa y Juan del Hoyo Solórzano, quienes a la par de prestar un reconocido servicio a su monarca, se enriquecían a cuenta de las presas logradas. Después que la Paz de Utrecht (1713) marcó el fin del corso tradicional, muchos de los miles de aventureros que quedaron desempleados se convirtieron en piratas, por lo que el peligro no disminuyó para los pobladores de Cuba, quienes tuvieron que permanecer “con el mosquete al hombro, como en frontera de guerra” ante oleadas de forajidos sin bandera ni ley.

Fuentes

  • Arcadio Ríos. Hechos y personajes de la Historia de Cuba. Recopilación Bibliográfica. La Habana, 2015. 320 p.
  • FAR. Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo III. Centro de Historia Militar de las FAR. La Habana, 2006.