Gregorio Cruzada Villaamil

Gregorio Cruzada
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Nombre completoGregorio Cruzada Villaamil
Nacimiento1832
Alicante, Bandera de España España
Defunción29 de noviembre de 1884
Madrid,Bandera de España España
OcupaciónEscritor y crítico de arte
NacionalidadEspañol
Lengua de producción literariaEspañol
Lengua maternaEspañol

Gregorio Cruzada Villaamil. Escritor y crítico de arte español. Fue uno de los historiadores de arte español más importantes de su tiempo y, por la amplitud de su labor y por sus intereses y métodos historiográficos, el más digno sucesor de Ceán Bermúdez. Fue un historiador positivista y muy consciente de la necesidad de basar en instrumentos documentales las especulaciones sobre artistas y obras de arte.

Obra

Su extensa obra como crítico de arte se publicó en diversas revistas, en especial en El Arte en España. Fue director del Museo Nacional de Pintura (1865-1870), del que realizó el catálogo (1865). Entre sus obras, cabe destacar Los tapices de Goya (1870) y Anales de la vida y las obras de Diego Silva Velázquez (1885).

Legado

Historiador

Contribuyó decisivamente al conocimiento de la biografía de Velázquez, de las estancias de Rubens en la corte española en 1603 y 1628-1629 y de la labor de Goya como pintor de cartones para tapices, mediante sendas monografías que se cuentan entre las obras más serias que produjo la investigación sobre arte en España.

Los tres libros mencionados anteriormente tratan sobre otros tantos artistas cuyas obras se encontraban muy bien representadas en la institución. En el caso de Goya, la recuperación de sus cartones para tapices (que enseguida pasarían a formar parte de las colecciones del Museo) se debe a su iniciativa, así como su primera catalogación y un estudio histórico para el que rescató más de cincuenta documentos de archivo, y que sigue siendo fundamental.

Igualmente, su labor investigadora supuso un salto cuantitativo en la información que se tenía sobre Velázquez, que hasta entonces se basaba principalmente en los libros de Pacheco y Palomino. A partir de esa obra, una parte importante de la biografía del sevillano ha podido ir escribiéndose a base de noticias con­trastadas ­documentalmente.

Una sección fundamental de la extraordinaria colección de Rubens del Museo la forman obras que realizó por encargo de los reyes españoles. Por eso, las investigaciones que condujeron al libro ­Rubens, diplomático español constituyen uno de los fundamentos principales sobre los que se basa el conocimiento de esta parte tan destacada del Museo.

Fue un importante promotor de los estudios sobre arte español no solo a través de su propia actividad investigadora, sino también mediante otras iniciativas, como la creación de la revista El Arte en España (1862-1870), que fue una publicación modélica tanto en lo que se refiere a su contenido como a sus aspectos puramente editoriales.

Crítico de arte

Cruzada fue también un destacado crítico de arte, que dejó oír su opinión sobre la mayor parte de los asuntos pictóricos de actualidad, y que en varias ocasiones tomó partido por ciertos artistas, como Gisbert.

Patrimonio artístico

Paralelamente desarrolló una carrera política ligada a los partidos de ideología liberal. Esa carrera le llevó a ejercer algunos cargos relacionados con el patrimonio artístico, como el de jefe de la Comisión de Inventarios, y las direcciones generales de Estadística y de ­Correos y Telégrafos.

La relación de Gregorio Cruzada Villaamil con el Museo del Prado abarca frentes muy diversos. En primer lugar, se puede decir que fue, junto con Eusebi y Pedro de Madrazo, uno de los historiadores de su época que mejor contribuyeron a profundizar en el conocimiento de sus colecciones.

En diciembre de 1862 Cruzada Villaamil fue nombrado sub­director del Museo Nacional de ­Pinturas, que se había establecido en el antiguo convento de la Trinidad de Madrid, y se nutría básicamente de obras procedentes del proceso desa­mortizador de bienes eclesiásticos. También incluía cuadros de artistas contemporáneos. Permaneció en el cargo hasta octubre de 1864.

Cuando llegó al Museo, la institución contaba con un inventario manus­crito de las pinturas, que había sido rea­lizado en 1854 y resultaba demasiado sumario e incompleto. Cruzada emprendió enseguida la tarea de estudiar y difundir el conocimiento de las riquezas artísticas de la institución, y para ello utilizó en primer lugar la revista El Arte en España, que había fundado ese mismo año y en la que incluyó varios artículos sobre obras importantes de la Trinidad. Al mismo tiempo, fue preparando un catálogo, que vería la luz en Madrid en 1865. El Catálogo provisional, historial y razonado del Museo Nacional de Pinturas nació no solo para cubrir la necesidad de dar a conocer los fondos del Museo, sino también como contestación a los catálogos del Museo del Prado rea­lizados hasta la fecha por Pedro de Madrazo, y que estaban siendo criticados en muchos medios por defectos de estructura, calidad y pertinencia de información. De la bondad del método de Cruzada sería prueba el hecho de que poco después el propio Madrazo lo utilizó en su «catálogo extenso» de las escuelas española e italiana del Museo del Prado.

Cruzada ordena su obra por escuelas. En primer lugar, trata de la española, y dentro de ella distingue la madrileña, la sevillana, la granadina, la toledana y las «primitivas». En ese orden no hay que ver un juicio de valor sobre la distinta importancia histórica de cada una de ellas, sino que fundamentalmente obedece a la especial composición del Museo. Como institución nacida al amparo del proceso desamortizador, la Trinidad se nutrió principalmente de obras procedentes de Madrid y de las provincias limítrofes, como Ávila, Toledo o Segovia. En el catálogo (que no es ­exhaustivo) se registran cerca de trescientas pinturas de escuela madrileña, desde Alonso Sánchez Coello hasta Goya y sus contemporáneos. Son obras en su mayor parte de asunto religioso, que constituyen un magnífico complemento de las que había en el Prado, en su mayor parte pertenecientes a otros géneros, como el retrato o el paisaje. Con la reunión de ambas colecciones en 1870, el Museo del Prado estaba en condiciones de ofrecer un panorama bastante exacto del desarrollo de la pintura madrileña entre fines del siglo XVI y principios del XIX. Tras las españolas, Cruzada se ocupa de las escuelas extranjeras, antecediendo las flamencas a las italianas, lo que probablemente se deba no solo a la mayor antigüedad general de los cuadros pertenecientes a aquéllas, sino también a la extraordinaria importancia que entonces se daba a varias de sus obras, como La fuente de la Gracia, que se creía un original de Van Eyck y era una de las obras extranjeras más estimadas por los historiadores españoles de esa época. La última parte del catálogo se titula «Galería de cuadros contemporáneos», y en ella la sucesión de pintores se dispone alfabéticamente. Las obras se encuentran agrupadas según sus autores, aunque la ordenación de éstos responde a criterios que se nos escapan, pues no es ni ­alfabética ni cronológica. El lector dispone de una breve introducción a cada pintor en la que se describe su estilo y se informa sobre los hechos más destacados de su carrera. La información que se ofrece sobre cada cuadro consiste en una descripción de su tema y, si se da el caso, datos sobre su procedencia y su historia. Sin embargo, este último tipo de noticias es bastante escaso, pues la Trinidad fue un museo de aluvión, formado por cuadros de los que apenas se disponía de documentación histórica. En el caso de las escuelas españolas, al final de cada una de ellas aparece una introducción histórica que, entre todas, forman una rápida historia de la pintura en España.

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