Reciclando el idioma

Reciclando el idioma
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Concepto:Analiza la histórica costumbre del hombre de usar la lengua según esquemas establecidos sin elaborar un pensamiento propio, quizás, por temor al error o a ser mal entendido. Si decimos lo que todos dicen, la lengua se estanca y se empobrece. Si decimos algo nuevo, le ponemos alas. Hablar es siempre un riesgo que hay que correr.

Reciclando el idioma. Ya se sabe que la lengua o idioma es un fenómeno vivo, que se enriquece o se empobrece, pero que está siempre cambiando. Gracias a las frases hechas, trilladas y comunes, hemos llegado a pensar menos de lo que se cree. La herencia histórica ha puesto al alcance, no de la mano, sino de nuestros labios, un gigantesco arsenal de frases cómodas que repetimos, seguros de que son verdades irrebatibles avaladas por el tiempo. Decimos lo mismo que otros pensaron hace años porque resulta más fácil que elaborar un pensamiento propio. Ahí están, a nuestra disposición, la cultura pre-fabricada y la sabiduría en conserva que son los refranes.

El refrán

Del refranero ya va quedando poco y es una pena. Eran sentencias breves con un contenido aleccionador moralizante. Sobrevivieron mientras la tradición oral trasmitía la sabiduría popular de generación en generación. Hoy, el conocimiento, no la sabiduría, se trasmite por Internet y nadie se preocupa mucho por dar lecciones de moral. De modo que el refrán se ha ido extinguiendo junto con nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, como si hubiera sido un dinosaurio. A su desaparición mucho ha contribuido la dinámica de la vida moderna que ha dejado poco tiempo para compartir con hijos y nietos, como se hacía antes. Ahora los padres en lo suyo y los niños con el “table”.

La frase hecha

Pese a todo, la frase hecha o clisé ha sobrevivido porque la lengua es tanto legado familiar como social. Por ejemplo, si hay que dirigirse al público, todo orador comienza con “Bien, compañeros…” Siempre está el que comienza diciendo que “va a ser breve”, aunque después se extienda hasta dormir al auditorio. Hay quien cree conveniente aclarar que “no es el indicado para hablar del asunto”, pero habla. Otros inician diciendo que “no tienen nada que agregar a lo dicho por el que habló antes”, pese a lo cual, también terminan diciendo lo suyo. Son frases hechas que han resistido el paso del tiempo. Hoy, parece estar de moda, por su frecuencia de uso, comenzar con frases tales como “Hay que decir que…”, y sus variantes abreviadas “Decirle que…” o “Informar que…” cuando basta con decir lo que es preciso sin preámbulo ni anuncio.

Entre intelectuales y académicos

En el mundo académico y en el sector de la cultura hay conferencistas que viven del idioma enlatado y del pensamiento ajeno. A cada momento parafrasean o citan figuras de renombre y prestigio, conectan las ideas, muchas veces prestadas, con enlaces huecos como “un poco que…”, “una suerte de…” y, a veces, terminan sin que el auditorio sepa que fue lo que realmente quisieron decir.

Cuando se citan a los grandes se persiguen tres cosas: primero, que sepan que hemos leído a los grandes; segundo, validar nuestro discurso y tercero, ver si, de algún modo, nos toca un rayito de luz de ese iluminado que se ha citado. Los hay que llevan siempre bajo la axila a Nietzche, Jung, Foucault, Sartre, entre otros, como si el talento se trasmitiera por ósmosis. Lamentablemente, el talento no es enfermedad contagiosa. Se tiene o no se tiene.

En los medios de difusión

En la televisión también es frecuente oír la frase hecha. El atleta entrevistado nunca deja de decir que “dio o dará lo mejor de sí”, según la fecha del evento. El comentarista deportivo refuerza esta imagen diciendo también que el atleta salió al terreno “a darlo todo”. El obrero manual, el científico o el artista, al ser entrevistados, dirán que el éxito alcanzado se debe a que “todo lo han hecho con mucho amor”, de lo que cabría suponer entonces que todo lo que vemos mal hecho se hizo con odio. Con frecuencia oímos en la radio o en la TV: “El grupo musical está integrado por dos vocalistas, tres guitarras y una batería como tal”. Sin comentarios. Algunos han confundido la expresión “como tal” con un cierre irrebatible y contundente de sus ideas. A veces la intervención de los entrevistados en los medios se reduce a repetir un rosario de consignas mal hilvanadas extraídas de los medios oficiales. Cuando se les acaba el repertorio, entonces recurren a una nueva frasecilla que actúa como muletilla: “y nada…”.

Imitando

La frase hecha no es solo la que estamos oyendo desde niños, es también el término nuevo, que nadie sabe quién acuñó, pero que se pone de moda. Es innegable que la lectura de textos publicados en países latinoamericanos ha influido en el español hablado en Cuba. Muchos especialistas ya no hablan de sus aportes, sino de sus “aportaciones”; y el científico ya no hace planteamientos, sino “planteos”. Casi nadie lleva a cabo un estudio o una investigación, la mayoría hará un “acercamiento”. Ya no se cree en algo o uno se identifica con alguien. Ahora “se apuesta” a algo o a alguien.

Es nuevo también sustituir la frase conjuntiva “a pesar de…” por “Amén”, frase que en lengua semítica significa “que así sea”, “en verdad”, “que así conste”. Por ejemplo, se oye en la radio “Se cumplió el plan de molida amén del retraso que ocasionaron las lluvias”. Es evidente que lo dicho no corresponde a lo que se quiere decir. ¿Sabrá el Papa Francisco del descabellado uso que le damos a esta exclamación litúrgica?

Ahora también es frecuente que a cualquier actividad se le confiera la condición de “histórica”. No importa si es un evento internacional de estadistas, un taller de artes manuales para amas de casa, un encuentro local de pelota o un concurso pioneril de lectura. Si entrevistan a alguno de sus organizadores o algún participante, dirá sin vacilar que fue un “hecho histórico”. Habría que preguntarse qué piensan de esto los historiadores. Atribuir a cualquier hecho intrascendente el calificativo de histórico rebaja nuestra propia historia.

En la vida cotidiana

En el orden doméstico la frase hecha también sobrevive. Todos tenemos esos amigos atentos que se nos presentan con un regalito y nos dicen que “es una bobería” o “un detalle”, para que veamos que nos recuerdan. También está el amigo que ha dejado de vernos durante años y cuando nos encuentra, a pesar de las canas, las arrugas, los espejuelos y 50 libras de más, nos abraza diciendo: “estás igualita”. Es el mismo que nos dice la mentira piadosa de que “la madre y la hija parecen hermanas” o que “los años no pasan por ti”. En cualquier reunión de amigos está el de “para no hacerte el cuento largo”, o el que se interrumpe de vez en cuando para decir con preocupación “no sé si tú me entiendes”, como si fuéramos retrasados mentales. Frases tan comunes que ya nadie recuerda quién las dijo primero.

En los funerales

En el velorio de hoy se dice lo mismo que en los velorios de siglos anteriores. Pero es que este es un evento social tan lamentable que no acepta innovaciones lingüísticas. Todos llegamos diciendo: siento mucho la pérdida o lamento la novedad. Otros se presentan con reflexiones filosóficas de borrachos de esquina y aseguran que “no somos nada”. Quienes han seguido la enfermedad del difunto nos aclaran con tristeza que “ayer mismo estaba tan bien…” enseguida alguien lo confirma diciendo que “hasta había tenido una mejoría dentro de la gravedad”. No falta el amigo que llega corriendo y espantado para contar lo que hacía cuando le dieron la noticia, como si la interrupción de su actividad fuera más importante que el deceso. Es que el impacto no le deja decir nada mejor. Siempre está el pariente cercano que se consuela repitiendo que “no le faltó nada”… y el de creencias oscuras que comenta aparte que “lo soñó y todavía se eriza”. En ningún velorio falta el alma noble que está viendo el féretro, el cadáver, las flores y las velas, pero insiste en que “le parece mentira” y que “todavía no puede creerlo”. En tales circunstancias, todos usamos el idioma enlatado donde ya está la frase en conserva.

“Resemantizando” la lengua

Aunque preferimos la frase hecha, poco a poco se va imponiendo un nuevo léxico. Es la renovación continua del idioma. Ahora las ideas expuestas no se basan en algo, sino se “afincan”. No se le confiere a un fenómeno un nuevo significado, ahora se “resemantiza”. La lectura de un texto importante ya no es conveniente o necesaria, ahora es “texto de obligada consulta”. El escritor homenajeado, o adulado, que no es lo mismo pero es igual, será siempre “una de esas voces imprescindibles dentro de la literatura universal, latinoamericana, nacional o local”, no importa de dónde sea. El que habla sabe que lo invitaron para inflar más la grandeza de la figura de turno. Si nos atenemos a lo que se dice, casi todos los intelectuales serían imprescindibles; pero la verdad la dirá solo el tiempo. Esas son las nuevas “frases hechas”. Hay críticos que disponen de un repertorio de adjetivos que emplean lo mismo para referirse a un Premio Nobel que a un poeta local en ciernes. Tampoco importa porque la conformidad será la misma y, al final, hasta aplaudiremos como si hubiéramos oído una novedad. Y es que en la renovación de la lengua no todos son aciertos. Mucho se ha oído al que refuerza lo dicho con el disparate “por tanto y demás” y aquel que detiene su discurso para llamar nuestra atención con la muletilla “¿Ve?” cuando no hay nada que ver, sino en todo caso, oír. Es que son frases que están de moda.

¿Hablar según la moda?

Esa frase hecha, trillada y común, triunfa y se impone, a pesar del tiempo, porque no estamos habituados a ser obreros del pensamiento. Si hablamos hoy con la originalidad del siglo anterior, quizás sea por pereza, por temor a generar una idea peligrosa o para no equivocarnos. Hay quien piensa que si todo el mundo lo dice debe estar bien, o debe ser correcto. Entonces la frase o palabra se pone de moda y la usan los de a pie, los medios y hasta algunos funcionarios. Y es que pensar siempre ha sido un riesgo que no todos están dispuestos a correr. Así que, para ser coherente con el tema, se debe terminar con una frase hecha: Gracias por la atención prestada.

Datos del autor

Carolina Cristina Gutiérrez Marroquín. Doctora en Ciencias Pedagógicas, Máster en Bioética y Profesora Consultante de la Universidad de Holguín. Ha publicado artículos didácticos y comentarios críticos en revistas y publicaciones periódicas provinciales, nacionales y extranjeras. Es autora de dos libros testimonios: “La Casona del Amor Diario” (Ediciones Holguín, 2002) y “Detrás de la palabra” (Ediciones Holguín, 2005), de los ensayos “Para comprender a Martí” (Ediciones Holguín, 2004), “Visión martiana de la vida y la muerte” (Conciencia Ediciones, 2019) y “Ética cristiana en la poesía de José Martí” (Ediciones Holguín, 2015) así como coautora de las investigaciones “Del hecho al dicho” (Ediciones Holguín, 2011) y “Agustín Acosta: un enigma literario” (Conciencia Ediciones, 2020).

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