Sed de mal (película)

Sed de mal
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Cine negro. Intriga | Bandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos
108 min
Otro(s) nombre(s)Touch of Evil
Estreno1958
GuiónOrson Welles (basado en la novela de Whit Masterson)
DirectorOrson Welles
Dirección de FotografíaRussell Metty (Blanco y Negro)
ProductoraUniversal Pictures
PaisBandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos

Sed de mal (Filme). Obra cumbre del cine negro es un análisis de la moralidad y la corrupción. Su impresionante fotografía en blanco y negro, obra de Russel Metty, inspirada en el expresionismo alemán, cuadra a la perfección con el ambiente opresivo de Tijuana,

Sinopsis

El film transcurre en una pequeña ciudad fronteriza entre Estados Unidos y México. Un caso obliga a colaborar a Quinlay (Orson Welles), un policía americano, con Vargas (Charlton Heston), un funcionario mexicano. El primero tiene un innato olfato detectivesco para dar con los culpables de crímenes y delitos. Pero sus métodos son heterodoxos, y no tiene escrúpulos en inventar pruebas falsas para incriminar a los sospechosos. La definición que el honrado Vargas hace de Quinlay, "era un buen detective, pero un mal policía", se ajusta a la realidad como un guante.

Reparto

Críticas

Un buen hombre, un mal policía

Barroca hasta los tuétanos, “Sed de mal” es quizá la mejor película realizada por Orson Welles. La razón de que el maestro filmará esta joya del cine la tiene Charlton Heston. En en un primer momento Welles sólo estaba contemplado para interpretar a Hank Quinlan, pantagruélico policía que camina pesadamente entre el filo de lo legal e ilegal para lograr sus propósitos; pero Heston, en la cima de su carrera, entendió que sería Welles quien lo dirigiera y aunque no era así mantuvo esta exigencia y logró que el maestro filmara una de las mejores películas de la historia del cine.

Intriga criminal desarrollada en un pueblo fronterizo entre EE.UU y México, que enfrenta a un Quinlan, amargado y fascista, con su contrario, Vargas (Heston), inquebrantable en su honradez y limpio en sus métodos (ironías del cine). La primera secuencia ha pasado con justicia a la historia del cine. Un plano secuencia de casi tres minutos (ahora en la versión “director’s cut” la podemos ver sin los títulos de crédito que “ensuciaban” esta joya) que comenzando por un plano detalle de una bomba de relojería recorre todo el lenguaje cinematográfico hasta terminar en la explosión que iniciará todo la intriga y la llegada del fascinante Hank Quinlan.

La película es un ejercicio alucinógeno, con una atmósfera pesada, genialmente fotografiada por Russell Mety, que nos transportará a un universo bizarro y putrefacto, con encuadres que subrayan desde la trama a las características de los principales personajes. Esta puesta en escena, llena de encuadres asombrosos y movimientos de cámara para nada gratuitos y de una modernidad asombrosa, destilan la savia que sólo un genio como Welles poseía. Muestra de esto, sería la última secuencia, un ejercicio visual y sonoro que resume el tono alucinante que preside esta película de cine negro, negrísimo.

La actuación de Welles es estremecedora, llena de una hondura psicológica que logra acercarte a ese ser monstruoso que es Quinlan. También encontramos a una Janet Leigh, “prespiscosis”, como esposa del comisario Vargas y también acosada en un motel; y a un Akim Tamiroff como el mafioso mejicano, Tío Joe Grandi. Cuenta también con una serie de cameos: Mercedes McCambridge, Cotten, Zsa Zsa Gabor y una misteriosa Marlene Dietrich, como la gitana Tanya, que dará muestras de su valía en un pequeño papel que llena toda la pantalla y cierra esta historia con una frase que resume toda la película: “un buen hombre, un mal policía

Más allá del bien y del mal

Hay muy pocos directores de la época clásica del cine que cuenten con fans en la actualidad. Cuando hablo de fans, lo digo literalmente, me refiero a esa gente que son incondicionales y que resulta en vano dialogar críticamente sobre el personaje en cuestión. Uno de ellos es Alfred Hitchcock y otro desde luego es Orson Welles, uno de los que más seguidores acérrimos tiene.

Los que no somos antiWelles, pero sí creemos que se trata de un director que cuando menos merece una revisitación a la baja, se nos intenta desterrar. De su filmografía uno de los casos más paradigmáticos es sin duda “Sed de mal”, un trabajo bastante desafortunado, donde hay un caos que por mucho que se empeñen los diferentes montajes que se han hecho en la historia, la cosa no funciona.

El reparto es genial, pero desaprovechado, es una mera colección de cromos de Welles donde deambulan algunas de las más grandes estrellas del cine de forma desafortunada – en este capítulo se lleva la palma las escenas de Janet Leigh-. Sigue Welles con su autocomplacencia y su egolatría, que tiende a estar siempre por encima de la historia. Ese afán por gustarse es cansino, momentos interminables donde la luz de la habitación se enciende y se apaga, demuestra que no confia en lo que cuenta y tiene que recurrir siempre a una puesta en escena muy personal para llamar la atención.

Y luego directamente la película es bastante aburrida, su intento de mezclar delitos y comportamientos más modernos, con un aire de cine negro clásico no cuaja en absoluto.

Cuando en los años noventa a “Sed de mal” la empezaron a dar cien mil premios, de esos que valoran un siglo de cine, y que premian a películas “injustamente olvidadas”, se terminó por consagrarla leyenda. Todo es un mero complejo de culpabilidad, como Welles pasó de ser el niño mimado al proscrito de turno, parece que sus películas son valoradas a posteriori con ojos de verdugo arrepentido. Puede que Welles perdiera en su momento el respaldo de la industria, pero ganó algo más importante con los años: El Mito.

Cumbre del cine negro

En 1958 Orson Welles retornaba a Hollywood, tras un exilio de 10 años, para certificar el principio del fin del sistema de estudios y rodar el testamento fílmico de un genero emblemático como el cine negro que moría en la cumbre con esta joya absoluta e intemporal del cine que es “Sed de mal”. Contratado como actor, la insistencia de Heston, que solo acepto protagonizar el film si lo dirigía Welles, le permitió transformar lo que probablemente hubiera sido un mediocre thriller en uno de los films más fascinantes, contundentes y poderosos de la historia del cine. Un Welles deslumbrante y omnipresente en su papel del corrupto policía Hank Quinlan, un hombre marcado por el pasado, domina el film desde las paginas del portentoso guión -del mismo Welles- tanto delante como detrás de la cámara. Desde la magistral grúa que abre el film con ese maravilloso plano-secuencia de casi cuatro minutos de duración -de obligado estudio en las escuelas de cine- hasta el violento, estremecedor y trágico final, de una fuerza visual y un lirismo anonadantes, asistimos a una profunda reflexión sobre la ambigüedad de la conducta del ser humano, la honradez y la corrupción y el dilema moral entre respetar la ley o hacer justicia a cualquier precio.

Film perverso y trasgresor, de una puesta en escena y un barroquismo visual subyugantes "Sed de mal" es un arriesgado ejercicio de estilo sustentado en planos-secuencia con angulaciónes y travellings imposibles, con picados y contrapicados de una eficacia aplastante en su función narrativa, potenciados por las luces y las sombras de la fotografía en blanco y negro de Russell Metty y el desasosegante score de Henry Mancini. La sobrecogedora y escalofriante interpretación de Welles encuentra en la de Heston, en un atípico rol de policía mejicano, el adecuado contrapunto. A destacar la corta, pero estelar, intervención de una fascinante y bellísima Marlene Dietrich como la gitana Tanya, la voz de la consciencia de Quinlan, con algunas de las frases más memorables del film. Una de las mejores películas de todos los tiempos, “Sed de mal” es el brillante de la corona de la filmografía de un genio, que fue siempre un rebelde con causa y a quien los mezquinos y mediocres capitostes de Hollywood jamás perdonaron su osadía y su talento. Obra maestra absoluta del cine para ver una y mil veces, en obligada VOS.

Sinfonía de la frontera

Diez años después de Macbeth, Orson Welles volvió a Hollywood y convirtió un proyecto de serie B en una colosal sinfonía barroca. En el preludio exhibe su poderío escenificador: tres minutos largos de plano secuencia; culmina en la explosión de una bomba, colocada en un coche en los primeros segundos.

El eterno mosqueo de OW con los directores de los estudios convirtió el rodaje en un pulso constante. Heston había intercedido por él y le contrataron para hacer un papel, escribir el guión y dirigir, cobrando por todo un sueldo de actor. OW aceptó sin haber leído la novela de Masterson, una historia ramplona de la que, rompiendo su estructura lineal, en dos semanas sacó un primer guión.

Los productores colocaron espías durante el rodaje en California, y prohibieron a OW filmar en el lado mexicano. Rodaba de noche, reescribía de día y dejaba improvisar a los actores. Marlene Dietrich grabó todo su papel en una sesión; los productores conocieron su participación al ver proyecciones. Un genio escaldado luchaba por el control.

El agente Vargas (Heston), que llega a la frontera, es un héroe positivo, y se enfrenta a mafias de narcos y oficiales corruptos. Pero el protagonista absoluto es Quinlan (OW), un polizonte sucio, grasiento, podrido. Me alegrará conocer a Quinlan, dice Vargas. Eso es lo que usted cree, replica el sargento. Desde la explosión del coche, los recién casados Vargas no tendrán un segundo de luna de miel, zarandeados en ese mundo limítrofe, repleto de ‘mordidas’, confesiones arrancadas, pruebas amañadas e inculpaciones ficticias.

Un motel con encargado anómalo prefigura “Psicosis” (mismo director artístico en ambos films). Melodías de una pianola de otro tiempo salen de un solitario cabaret, regido por la gitana Tanya (Marlene Dietrich), de mirada lánguida, echadora de cartas: dice el porvenir, a quien aún lo tiene.

En la fatídica hora del montaje aparecieron los problemas. Hoy existen tres versiones diferentes de “Sed de mal”. La de 1998 tiene la secuencia inicial limpia de rótulos.

El montaje planeado por el cineasta es fragmentador, sincopado. OW satura el relato con su estilo exuberante: cámara móvil, incansable; angular, picados, grúas, contrapicados, cielos negros, sombras humanas por las paredes, focos de luz en el suelo, lámparas oscilantes, neones intermitentes… Continuas sacudidas para crear una atmósfera desazonante, sin respiro. La fotografía de R. Metty recorre entero el repertorio expresionista.

Con el avance de la película, la idea de frontera se va cargando de una oscura palpitación metafísica: es la zona donde bien y mal se entrelazan. En esa penumbra moral, un tipo socialmente deleznable puede ser visto como “un hombre extraordinario, ¡qué importa lo que digan los demás!“, frase que OW pone en boca de Tanya y parece resonar para consumo interno.

Tras desbordar el género negro partiendo de presupuestos de capítulo televisivo, Welles abandonó Hollywood de nuevo, con la taquilla de espaldas.

Fuentes

  • Artículo Sed de mal. Disponible en: www.dcine.org, visitado el 29 de enero del 2013.
  • Artículo Sed de mal. Disponible en: www.filmaffinity.com, visitado el 29 de enero del 2013.
  • Artículo Sed de mal. Disponible en: www.elmundo.es, visitado el 29 de enero del 2013.
  • Artículo Sed de mal. Disponible en: www.decine21.com, visitado el 29 de enero del 2013.