Capa de oro de Mold (1900-1600 a. n. e.)

Capa de oro de Mold (1900-1600 a. n. e.)
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Capa de oro finamente trabajada, encontrada en Mold, norte de Gales, 1900-1600 a. n. e.

Capa de oro de Mold. Este impresionante objeto es una especie de poncho corto de oro, pero se le conoce como capa. Consiste en una envoltura de oro grabado, diseñada para cubrir los hombros de un ser humano. Fue encontrada en Mold, norte de Gales, aproximadamente 1900-1600 a. n. e.

Descripción

En el siglo XIX, se llevaron a cabo nuevos descubrimientos arqueológicos, quedando de manifiesto que la Tumba de Mold databa de la recién identificada Edad del Bronce, hace unos 4000 años. Pero no fue hasta la década de 1960 cuando todas las piezas de oro se ensamblaron por primera vez. Lo único que tenían los conservadores era una serie de fragmentos aplastados de oro fino como el papel, unos más grandes y otros más pequeños, con grietas, rajas y agujeros por todas partes, que en conjunto pesaban alrededor de medio kilo. Era como un rompecabezas tridimensional, y su solución requirió nada más y nada menos que volver a aprender antiguas técnicas de orfebrería que llevaban milenios perdidas.

No se conoce quiénes hicieron esta capa, pero resulta evidente que eran sumamente hábiles, sin duda, eran los Cartier o los Tiffany de la Edad del Bronce europea. Su mera opulencia y sus intrincados detalles sugieren que debía de proceder de un centro de gran riqueza y poder, quizá comparable a las cortes contemporáneas de los faraones egipcios o a los palacios de la Creta minoica. Y el meticuloso dibujo y la planificación necesarios para un diseño tan complicado hacen pensar en una larga tradición de objetos de lujo.

Capa de oro de Mold

Mide unos 45 centímetros de ancho por unos 30 de fondo y sin duda debía deponerse por la cabeza para dejarla caer sobre los hombros, llegando a cubrir más o menos la mitad del pecho. Cuando se observa de cerca, se puede ver que ha sido fabricada con una sola lámina de oro muy fina. Todo el conjunto se hizo a partir de un lingote del tamaño de una pelota de ping-pong. Luego se trabajó la lámina grabándola desde el interior, presionando con un punzón hacia fuera, de modo que el efecto global creado son una serie de sartas de cuentas, cuidadosamente espaciadas y distribuidas que van de un hombro a otro y dan toda la vuelta al cuerpo. Al observarla, impresiona por su enorme complejidad y su lujo extremo. Sin duda asombró a los canteros que la descubrieron.

Los trabajadores realizaron el descubrimiento de Bryn-yr-Ellyllon en 1833. Sin arredrarse ante las ideas de fantasmas o duendes y entusiasmados por la deslumbrante riqueza de su hallazgo, se repartieron con impaciencia los pedazos de la lámina de oro, mientras que el aparcero del campo se quedó con los trozos más grandes. Habría sido muy fácil que la historia terminara ahí. En 1833, los enterramientos del pasado remoto, por exóticos que fueran, disfrutaban de escasa protección jurídica. El emplazamiento de la tumba, cerca de la población de Mold, no lejos de la costa norte de Gales, favorecía que el resto del mundo pudiera haber seguido ignorando fácilmente su existencia. El hecho de que tal cosa no ocurriera se debe íntegramente a la curiosidad de un vicario local, el reverendo C.B. Clough, quien escribió una descripción del hallazgo que despertó el interés de la Sociedad de Anticuarios, con sede en Londres a cientos de kilómetros de distancia.

Tres años después de que se hubiera repartido el hallazgo de la tumba, el Museo Británico le compró al aparcero del campo el primero y mayor de los fragmentos de oro, que había sido su parte del botín. Por entonces, casi todo lo que el vicario registrara en su día había desaparecido, incluido prácticamente todo el esqueleto. Sólo quedaban tres fragmentos grandes y doce pequeños, aplastados y arrugados, del objeto decorado de oro. Hicieron falta otros cien años para que el Museo Británico lograra reunir un número suficiente de los fragmentos restantes para iniciar la reconstrucción completa de aquel tesoro dividido.

Aportes de este descubrimiento a la Historia de la Humanida

La capa es sólo un ejemplo más de varios objetos preciosos que nos indican que las sociedades de la Gran Bretaña de entonces debieron de ser extremadamente sofisticadas, tanto en su producción como en su estructura social. Y también, como el Hacha de jade (Inglaterra, 4000-2000 a. n. e.) de Canterbury, que aquellas sociedades no estaban aisladas, sino que formaban parte de una gran red comercial europea. Así, por ejemplo, la colección de pequeñas cuentas de ámbar encontradas junto con la capa debían de proceder del Báltico, a muchos cientos de kilómetros de distancia de Mold.

La Capa de Mold fue enterrada relativamente cerca de la mayor mina de cobre de la Edad del Bronce en el noroeste de Europa, la de Great Orme. El cobre de dicha mina y el estaño de Cornualles, habrían proporcionado los ingredientes de la inmensa mayoría de los objetos de bronce británicos. Se ha datado un máximo de actividad en la Mina de Great Orme entre los años 1900 y 1600 a. n. e. Diversos análisis recientes de las técnicas de orfebrería y del estilo decorativo de la capa datan la tumba en el mismo período.

No se conoce quien fue la persona que podría haberla llevado. El objeto en sí apenas proporciona pistas. Probablemente tenía un forro, quizá de cuero, que cubriría el pecho y los hombros del portador. La capa es muy frágil y habría limitado tanto el movimiento de los brazos y los hombros, que su poseedor debió de llevarla sólo en raras ocasiones. Aún así presenta claros indicios de uso, por ejemplo, hay agujeros tanto en la parte superior como en la inferior que se habrían utilizado para atar la capa a la ropa, de modo que es posible que se sacara sólo en ocasiones ceremoniales, quizá después de un largo período de tiempo.

Lamentablemente, la evidencia clave, el esqueleto hallado dentro de la capa, se desechó al descubrir el oro, dado que parecía evidente que no tenía ningún valor económico. Así, cuando hoy se contempla la Capa de oro de Mold, invade una extraña mezcla de sensaciones: alegría porque una obra de arte tan excelsa haya sobrevivido y frustración por que el material circundante, que tanto habría dicho sobre aquella gran y misteriosa civilización que floreció en el norte de Gales hace 4000 años, fuera imprudentemente desdeñado.

Esta es la razón por la que a los arqueólogos actuales les provocan tanta inquietud las excavaciones ilícitas: aunque los hallazgos preciosos por lo general se conservan, el contexto que los explica se pierde y es ese contexto material a menudo sin valor económico, el que se convierte en un tesoro para la historia.

Véase También

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