Danza cubana

Danza cubana
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Concepto:Géneros bailables cubanos, entre los que merecen citarse: el danzón, son, mambo, rumba, chachachá, casino, conga, entre otros

Danza cubana. Es una de las primeras manifestaciones culturales del pueblo cubano. Como la música, con la cual tiene nexos indisolubles, la danza se realiza en Cuba de manera peculiar desde los primeros siglos de colonización, trasciende sus fronteras y tiene puntos de contacto y comunión con el Caribe, el resto del continente americano y Europa.

Primeras manifestaciones

El ejercicio del baile ha caracterizado siempre al pueblo de la isla y ha sufrido los mismos procesos de contagio y transculturación entre los modos de danzar del colonizador y los estilos introducidos por las etnias africanas desde el siglo XVI. Los antiguos aborígenes cubanos practicaron la danza pero de ella sólo quedaron testimonios escritos, pues sus formas danzarias desaparecieron con ellos y no quedó, como afirma Alejo Carpentier en La música en Cuba (1945), ni una nota musical, ni un movimiento coreográfico que luego pudiera ser reconocido en la evolución posterior de este arte en el país.

La descripción del areito, recogida por Carpentier, no ocurre en Cuba sino en La Española (Santo Domingo), pero es un hecho similar al observado por otros cronistas en tierras cubanas de 1512 a 1525, aproximadamente, cuando fue prohibido por las autoridades eclesiásticas al considerarlo un baile pagano.

Para mostrar su alegría y regocijo, y quizás su respeto a los dioses, los danzantes se tomaban de las manos algunas veces, y otras se trababan brazo con brazo, formando un coro, de manera que un guía marcara los pasos adelante y atrás y se lograra la repetición, mientras entonaban una melodía y reiteraban determinadas palabras que daban intensidad y frenesí al baile. Las palabras servían de pauta al ritmo acompasado y continuo.

Esta manera de danzar puede considerarse típica de otros conglomerados humanos en el mismo estadio de civilización. Los antiguos aborígenes se hacían acompañar del tambor mayohuacán, del guamo o fotuto, y de un fuerte sentido de la percusión. La división entre el coro y el solista también recuerda las danzas primitivas africanas en sus juegos de pregunta-respuesta, y aun las danzas griegas, en las que un guía conduce al coro alrededor del altar de un dios, como ocurre en el culto a Dionisos, el cual da origen al teatro occidental.

La prohibición del areito canceló un proceso cultural en Cuba, y esas formas danzarias no pueden integrarse a la vida cultural de las primeras villas y poblados fundados por España. Los primeros colonos trajeron sus modos de danzar de Andalucía, Castilla y Extremadura, los cuales comenzarán a mezclarse con las tradiciones africanas en las festividades del Corpus Christi a finales del siglo XVI.

De hecho, los colonizadores trajeron el romance, en activo en el campo cubano por varios siglos, con sus coplas y sus maneras de entonar, y fundan las "alegrías", tocadas con sacabuches, arpas, vihuelas, dulzainas y chirimías, mientras los negros esclavos incluyeron sus ritos ancestrales, sus tambores, y su sentido particular del ritmo y el movimiento corporal.

Este fenómeno es paralelo al desarrollo de la música popular y se mantiene vivo en los festejos religiosos hasta comienzos del siglo XVII, cuando se dictan bandos para evitar la contaminación de los ritos sacros en las iglesias y en la vida social por aquellas formas danzarias y musicales. De esa forma, la danza va a sufrir severas restricciones en sus comienzos y debe desarrollarse al margen de las actividades oficiales. Su carácter lúdico y erótico, típico de las danzas folklóricas en cualquier región del mundo, es rechazado por la Corona y por la Iglesia, que ven en ellas un culto a la sensualidad del cuerpo.

El acento criollo

El famoso Son de la Ma´Teodora, pone en presencia de la primera danza de sabor criollo. Las ocupaciones laborales de la época dan origen a los primeros motivos de danza, entonces "rajar la leña", "sacar la manteca", "sacar el boniato", significaban la ejecución de determinados movimientos en el baile. La repetición del estribillo con una guía, la bastonera, se convirtió en el clímax del jolgorio, el momento de mayor intensidad, tal y como hoy puede observarse en el son montuno.

Como afirma Carpentier,:

"si las coplas son de herencia española, los rasgueos son de inspiración africana. Los dos elementos, puestos en presencia, originan el acento criollo".

Estos elementos ritman el paso de baile, y en el caso del son, se mantienen hasta hoy, sobre todo en la coda o en ese frenético final percutido, el cual ha dado fuerza y personalidad a las danzas populares cubanas.

Así nació la chacona, el batuque, el zarambeque y la zarabanda, como danza de ida y vuelta, en perfecta contigüidad con otras zonas del Caribe y el continente americano. Estas maneras de danzar influyeron también en España, de forma tal que hacia mediados del siglo XVII el flujo es continuo y permanente.

En este período los poetas del Siglo de Oro español recogen los nombres de estas danzas, las cuales, con diversas variaciones fonéticas, retratan el espíritu del proceso transculturador entre España, el Caribe, África, y el resto del continente americano a donde llegan las flotas o existe una presencia mayoritaria del negro. Este fenómeno incluye a Brasil, Uruguay y Argentina.

Así, las rumbas, los bembés, las sambas, macumbas, guaguancós, candombles, tumbas y yambús proliferan en Cuba y en otros territorios americanos e influyen o determinan en el fandango o la malagueña nacida al mismo tiempo en España.

En todas estas danzas se baila en parejas o en coros de hombres y mujeres por separado, y se hacen solos para revelar el virtuosismo del intérprete. Este largo proceso se efectúa en las fiestas y bailes populares, en los saraos, en los cuartones y barracones de los negros esclavos, en las calles durante las festividades de Pascuas o Día de Reyes. También en las zonas portuarias de La Habana, Matanzas, y Santiago de Cuba en una ola creciente en la cual se involucran también los negros libres, mulatos y mulatas, blancos campesinos y artesanos, negros esclavos del servicio doméstico, plateros, joyeros, sastres, estibadores, armeros, soldados y en general toda la población de las ciudades marítimas.

El fenómeno de las danzas populares de origen americano y cubano, en particular, se acrecienta en el siglo XVIII, cuando ya existen salones y casas de baile, siempre bajo la vigilancia del clero y las autoridades coloniales que ven en estas formas mestizas un atentado a los principios morales y religiosos de la "buena sociedad".

El éxito del chuchumbé, en 1776, ocurrió cuando una dotación de negros habaneros fue incorporada a la flota española que hacía escala en Veracruz. El baile se extendió por la ciudad como un reguero de pólvora y provocó la intervención del Santo Oficio para detenerlo.

De acuerdo con el informador de la Santa Inquisición en México,

"las coplas se cantan mientras otros bailan, ya sea entre hombres y mujeres o bailando cuatro mujeres con cuatro hombres; el baile es con ademanes, meneos, sarandeos, contrario a toda honestidad (...) por mezclarse en ellos abrazos y dar barriga con barriga".

Estos movimientos y giros del chuchumbé se pueden observar en la rumba, la cual en cierto modo sintetiza en Cuba a estas modalidades danzarias de estilo criollo. El acompañamiento es también el mismo, con ligeras variantes modernas: los güiros y calabazos sonoros, las cuerdas, las guitarras, el laúd, el tres; y los idiófonos, es decir, el cajón golpeado con un palo, los cencerros, las quijadas, las claves y los tambores. Con estos instrumentos, y otros sumados después, las rumbas, el tango y la zarabanda se adueñan del ritmo e inician en verdad la danza cubana. A estas variantes transculturadas se añade el zapateo, de origen andaluz, el cual pervive como baile folklórico del campesino cubano.

Cultura bailable netamente cubana

A finales del siglo XVIII intervienen otras influencias en la cultura de la isla. La francesa se marca definitivamente con el minué y la contradanza, derivada del inglés country dance e introducida en Europa en el siglo anterior.

Sin embargo, esta forma de baile en doble fila respondía en el fondo a un mecanismo análogo a la calenda, el congó y otras rumbas creadas por los negros y mestizos de América, de esa forma en sus manos la contradanza adquiere vivacidad, trepidación y entusiasmo.

Luego de la Revolución haitiana en 1791, los negros "franceses" que llegaron a Santiago de Cuba introdujeron esta variante mestiza de la contradanza, la cual provocó una revolución musical y danzaria en los ritmos de la isla a lo largo del siglo XIX. La introducción del cinquillo, y los compases de puntillos y semicorcheas, reveladores de un movimiento inusitado en los bailadores, cambiaron el estilo y originaron un ritmo con una familia de tipos derivados de ese modelo original.

La contradanza cubana se desarrolló en el oriente y el occidente del país con insignes compositores y se convirtió en un baile popular. De 1803 a 1850 la contradanza reinó en los salones de baile y produjo otras variantes musicales como la clave, la criolla, la guajira, la danza y la habanera, las cuales alcanzan difusión universal.

Como producto final, la contradanza generó el danzón en 1879, el cual fue por muchos años el primer baile nacional. A ello contribuyó la activa vida social y la conciencia de nacionalidad cubana, dejando atrás los aires marcadamente europeos y adoptando los acentos criollos en bailes colectivos y de parejas que rompieron con el recato burgués y afirmaron una cultura musical y bailable netamente cubana.

Después del nacimiento del danzón, del triunfo inobjetable de la guaracha y la conga, y de las formidables danzas cubanas para piano, el pueblo cubano reconoce e identifica sus ritmos, y fija en ellos patrones mucho más complejos y duraderos.

La revelación de lo afrocubano

A partir del siglo XX la danza cubana constituyó una serie de ritmos y variaciones modificadas continuamente, y al mismo tiempo, fue heredera de una tradición. Esta vino a ser el resultado de un estado de madurez compartido en diferentes estratos de la sociedad.

Las danzas folklóricas del campesino cubano —el zapateo, la caringa, el son montuno— permanecieron casi incontaminadas desde su origen y se mantienen así en un medio social que las alimentó con prototipos y movimientos fijos, por lo menos hasta muy avanzado el siglo XX. Las estilizaciones en este tipo de folklor se producen en muy escasa medida, dentro de aires y tonadas reiteradas para facilitar la improvisación y el repentismo, pero sin introducir variaciones sensibles en el baile.

El complejo de la rumba, en cambio, se desplazó del Guaguancó a la conga, pasando por decenas de variaciones intermedias en el carnaval, en los toques de las comparsas. Las tradiciones mestizas continúan su evolución en ambientes sociales más complejos donde intervienen infinidad de motivos culturales.

La revelación de lo afrocubano a partir de 1920, desató esas pulsiones profundas que el régimen colonial nunca dejó florecer por completo y las cuales se mantuvieron ocultas durante la esclavitud. Los escritores, investigadores y músicos vanguardistas las sacaron a la luz en una complejidad sonora y danzaria que incorpora para siempre lo africano puro, lo ritual, lo sacro y aun lo metafísico. La llegada de esa oculta trepidación sacudió a la cultura cubana con la incorporación de nuevas zonas al proceso de nacionalidad. Los portadores históricos de estas formas danzarias influyeron en la vanguardia intelectual, y ésta las incorporó al ballet, la danza moderna, el teatro, el concierto musical y el espectáculo.

Por último, la larga evolución del danzón, al cual siguieron el son, el danzonete, el mambo, el chachachá y el casino, colocaron a estas danzas populares en la órbita mundial con el reconocimiento internacional de la música cubana. La primera mitad del siglo XX fue testigo de ese desbordamiento danzario, cuya presencia se extendió al Caribe, América Latina, Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Las tradiciones de origen africano, denominadas también ritmos "negroides", el complejo de la rumba, y los bailes populares cubanos ocuparon las mejores plazas con excelentes parejas de baile, pequeños conjuntos de bailarines y célebres figuras que acapararon la atención del público en cualquier latitud.

La danza cubana estaba madura para que nacieran compañías profesionales cuya dirección imprimió un sello artístico más elaborado a todas sus variantes históricas. Entonces fue posible crear un auténtico movimiento danzario para ejecutar todo el caudal folklórico, introducir las innovaciones coreográficas del siglo XX y hacer nacer obras de gran aliento estético y conceptual.

Dinámica nueva

El triunfo de la Revolución Cubana imprimió una dinámica nueva al desarrollo de la danza profesional en Cuba. En ese mismo año se creó el Departamento de Danza del Teatro Nacional de Cuba, el cual puso en acción todo lo relativo a los proyectos danzarios en el país.

El Conjunto Folklórico Nacional y el Conjunto de Danza Nacional de Cuba constituyen compañías emblemáticas que, respectivamente, han reactivado las tradiciones ancestrales con un lenguaje contemporáneo y actualizado las conquistas cubanas en la danza moderna. El segundo adoptó el nombre definitivo de Danza Contemporánea, a finales de la década de 1980.

El Conjunto Folklórico Nacional ha contado con el asesoramiento de Rogelio Martínez Furé, prestigioso estudioso de la tradición folclórica.

Determinados intérpretes y coreógrafos como Alberto Alonso y Ramiro Guerra, quienes provenían de la Sociedad Pro Arte Musical, el Ballet Alicia Alonso o los grandes espectáculos danzario-musicales, encontraron un cauce material para fundar o dirigir nuevas compañías profesionales con un programa de rescate y actualización del repertorio danzario cubano.

Estos coreógrafos y directores fueron los primeros en conducir a la danza cubana por los caminos de la modernidad. Guerra fundó en 1961 el Conjunto de Danza Moderna, en el cual fijó los gestos claves y los movimientos corporales de sus bailarines orientados hacia una profunda expresión de la cubanidad.

Su labor pedagógica permitió la creación de una verdadera Escuela Cubana de Danza y el surgimiento de un grupo inicial de extraordinarios coreógrafos como Eduardo Rivero, Gerardo Lastra e Isidro Rolando.

Alberto Alonso, coreógrafo del Ballet Nacional de Cuba y de diversos espectáculos danzarios, refinó y desarrolló también las tradiciones populares. Con Un día en el solar (1962), Alonso realizó la feliz conjunción entre la intensidad dramática del teatro, el virtuosismo del ballet y la estilización de las rumbas, en uno de los espectáculos danzarios más extraordinarios de la década de 1960.

Un camino de inusitada fantasía

Se abría un camino de inusitada fantasía y rigor artístico para la danza en Cuba. El nacimiento de las escuelas de danza dentro de la Escuela Nacional de Arte, el reconocimiento de las tradiciones, y sus vínculos artísticos con el teatro, el cine, la poesía y las artes plásticas, permitieron una ampliación del género y un vínculo más profundo con los recursos de la escena. En este período, la danza entró a formar parte de otras manifestaciones escénicas como un factor consustancial, como un valor añadido a las representaciones artísticas. Un director teatral como Roberto Blanco realizó María Antonia (1967), de Eugenio Hernández, quizás la primera vez en la cual los ritos sacros de origen yoruba se teatralizaron dentro de un texto dramático que implicó la participación común de bailarines y actores.

La unión del teatro y la danza, con la incidencia escenográfica de pintores, marcó una pauta en el desarrollo danzario presente en diversos montajes de los grupos folklóricos y las compañías profesionales durante la década de 1960-1970. La influencia se extendió al cine cuando Alejo Saderman incluyó bailarines en su documental Hombres de Mal Tiempo (1968), y sobre todo, cuando Tomás Gutiérrez Alea mezcló actores y bailarines para reproducir con mayor realismo la vida social cubana de fines del siglo XVIII en su laureado filme La última cena (1974).

El punto más alto de esa confluencia entre la danza y el cine fue logrado por Humberto Solás en Obataleo (1988), con música yoruba llevada las sonoridades del rock por el grupo Síntesis.

A comienzos de la década de 1980-1990 la danza profesional cubana inició otro proceso de experimentación con la llegada de nuevos coreógrafos y directores como Marianela Boán, Rosario Cárdenas y Narciso Medina, quienes dieron un impulso notable a esa manifestación en Cuba.

A partir de entonces pudo hablarse de una diversidad de estilos y propuestas en el universo danzario cubano.

Marianela Boán fundó el grupo Danza Abierta, donde combina la pantomima, el ballet y el teatro con audaces coreografías danzarias. Su galería de imágenes en movimiento se pone en evidencia en el extraordinario montaje de El cruce sobre el Niágara, una pieza del repertorio teatral latinoamericano.

La bailarina y coreógrafa Rosario Cárdenas creó Danza Combinatoria para bailar determinados sistemas poéticos. Su trabajo con el gesto cotidiano y con la metáfora y el barroquismo se manifiesta en Dador, de José Lezama Lima.

En la Compañía de Danza de Narciso Medina se prioriza el gesto danzario y se lleva al virtuosismo una temática relacionada con las preocupaciones existenciales del cubano actual.

Estos tres conjuntos de danza contemporánea dinamizan la escena y le imprimen un sello experimental a la danza cubana.

En Santiago de Cuba el afamado coreógrafo Eduardo Rivero fundó en 1988 el Teatro de la Danza del Caribe con el cual montó Súlkari, una de las piezas más audaces de la danza folklórica moderna, y el poema de Nicolás Guillén, Balada de los dos abuelos. Rivero sintetiza el acervo danzario de la región más caribeña de Cuba y recoge experiencias locales del largo proceso de transculturación en la antigua región oriental.

Con el mismo espíritu se fundó Danza Libre en Guantánamo, que pone en escena las obras Cruzados y Suite Yoruba de Elfrida Mahler.

En Holguín, en cambio, Manuel Godoy fundó Codanza en 1994 con un tipo de danza estilizada a través de las acciones físicas de los bailarines. Ese fenómeno se extiende, con otras propuestas escénicas, a Danza del Alma en Santa Clara, fundado por Ernesto Alejo y a Danza Espiral, en Matanzas, dirigido por Liliam Padrón. Todos son conjuntos experimentales donde se combina la presencia física del bailarín con la gestualidad, la metáfora teatral y la coreografía.

Otros experimentos

Desde los últimos años del siglo XX se destaca también el Ballet Lizt Alfonso con audaces montajes en los que mezcla el refinamiento de la danza clásica, la danza tradicional cubana y el flamenco español, y donde realiza otros experimentos coreográficos con el movimiento escénico y la gestualidad del bailarían. El Ballet Lizt Alfonso goza de un merecido prestigio internacional.

Desde comienzos del siglo XXI proliferan en Cuba los conjuntos de danza cuyo repertorio se remite al baile español o a la conjugación de los hispanos y los cubanos como sucede con el Ballet Español de Cuba. Aunque su movimiento danzario se remite a otras fuentes, estos grupos también incluyen danzas regionales españolas y cubanas influidas por la tradición ibérica.

En el campo de la danza folklórica de origen afrocubano se destacan el Conjunto Folklórico Nacional dirigido por Juan García y la Compañía Folklórica "J.J", dirigida por su hermano Johanes García, quienes han revitalizado este tipo de danza con un alto grado de refinamiento y virtuosismo. Lo mismo puede decirse del Ballet Folklórico Cutumba, de Santiago de Cuba, dirigido por Roberto Sánchez Vignot, y del Folklórico de Camagüey, a cargo de Reinaldo Echemendía.

La danza profesional cubana continúa su desarrollo ascendente dentro de un movimiento de gran formación profesional reconocido internacionalmente.

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