Arte Militar en Europa

Arte Militar en Europa
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Fecha:Siglo XIX
Descripción:
Desarrollo del Arte Militar en Europa a fines de la primera mitad del siglo XIX
País(es) involucrado(s)
Europa

Arte Militar en Europa. El desarrollo de la teoría y la práctica militares desde principios de siglo estuvo condicionado por los resultados de la Revolución Industrial que se venía produciendo en Europa desde finales de la centuria anterior y por el afianzamiento de las relaciones capitalistas de producción en el Viejo Continente, a resultas de la Revolución Francesa. Ello posibilitó un enorme crecimiento de las fuerzas productivas, la aparición de numerosas innovaciones científico-tecnológicas y el surgimiento del ciudadano libre, condiciones que serían aprovechadas al máximo por dos grandes capitanes: Horacio Nelson, en el mar y Napoleón Bonaparte, en tierra.

Avances tecnológicos

Los cofundadores del pensamiento militar moderno: Antoine Henri (Barón de Jomini) y Karl von Clausewitz hicieron dar un salto a la teoría del arte militar. La aplicación de la energía de vapor a la navegación, junto a la hélice y los cascos metálicos, el ferrocarril y el telégrafo elevaron la capacidad de los ejércitos para moverse y maniobrar y elevaron la eficiencia del mando creando condiciones propicias para un salto cualitativo en el arte militar.

Otros adelantos tecnológicos, como la cápsula fulminante de Joshua Smith (1820), que posibilitó la aparición del revólver en 1835, y elevó la cadencia de tiro y fiabilidad de los fusiles; la bala de base expansible de Claude E. Miniet, que desplazó definitivamente al mosquete de ánima lisa como arma básica de la infantería; la fabricación masiva de fusiles de piezas intercambiables introducida por John H. Hull; la granada de artillería naval de Paixhans; los cañones de Krupp, Parrot, Dahlgren y Strong, así como otros, que también abrieron posibilidades para que los jefes militares desplegaran su iniciativa y transformaran el arte militar.

No obstante, los adelantos tecnológicos se abrieron paso muy lentamente frente a la resistencia de las altas jerarquías militares. Napoleón rechazó la propuesta de Robert Fulton para mover buques de guerra a vapor, y al respecto, el almirantazgo británico afirmó:"[...] que el empleo de buques de vapor estaba calculado para asestar un golpe fatal a la supremacía naval del imperio". (Dupuy y Dupuy, 1986:743) [1], La hélice de John Erickson y el empleo del hierro en lugar de madera para los buques, tampoco corrieron mejor suerte.

En el mar, el almirante Pierre A. Suffren de Saint Tropez hizo lo que poco después haría Napoleón en tierra. El Almirante Diablo, como también se le conocía, derrotó cinco veces, entre 1872 y 1873, nada menos que las escuadras inglesas durante su campaña de las Indias. Suffren partía de un solo objetivo superior:

"destruir la flota enemiga equivale a cumplir todas las misiones"
Suffren

De ahí que el almirante francés buscara las escuadras enemigas y las atacara -con ello la ofensiva y la iniciativa eran suyas- incluso en sus puertos, a despecho de la artillería de costa enemiga, sabiendo que al penetrar en los órdenes combativos de su antagonista estaba neutralizando dicha artillería.

Desechó la tradicional línea de batalla y acudió a la formación "según un orden natural" ajustada a las condiciones concretas de cada situación táctica; desdeñó el cañoneo a distancia por ineficaz y lo hizo a distancia de tiro de pistola (treinta pasos) y convirtió el envolvimiento en su maniobra favorita. Consideraba que el punto más vulnerable de la línea de batalla era su cola, por eso la atacaba en primer término, al tiempo que amenazaba la cabeza con su maniobra, de manera que inmovilizaba la formación enemiga. Aseguraba así la participación simultánea de la mayor parte de sus buques en la acción y se lo impedía al enemigo. De este modo obtuvo impresionantes victorias, incluso disponiendo de menos fuerzas que sus contrarios. Estos procedimientos revolucionaron el arte naval de la época y sitúan a Suffren entre los grandes almirantes de todos los tiempos.

Guerras Napoleónicas

Las guerras napoleónicas (1796-1815) muestran la aparición de una estrategia basada en la existencia de ejércitos nacionales masivos, con los que se buscaba derrotar decisivamente las fuerzas principales del enemigo, asestándole golpes sorpresivos en grandes batallas campales, para las que se concentraba la mayor parte de las fuerzas disponibles, gracias a la ventaja estratégica lograda mediante audaces maniobras. Solo después de derrotar en campaña al ejército enemigo, se preocupaba Napoleón por ocupar las ciudades y otros grandes objetivos estratégicos y de negociar las paces desde posiciones de fuerza. Napoleón suplió su inferioridad numérica con la rapidez de sus marchas y maniobras. Marchaba y maniobraba entre los ejércitos enemigos sin darles oportunidad para reunirse y los batía por separado. Pero ese talento tenía su base material en un hombre diferente: el ciudadano libre, que como en el caso de la división de André Massena durante la Campaña de Italia, combatió el 13 de enero de 1797 en Verona, marchó esa noche y madrugada 32 km por caminos llenos de nieve, se batió todo el 14 en la meseta de Rívoli, volvió a partir de noche y marchó todo el 15 -más de 70 km en treinta horas- y el 16 decidió la victoria de La Favorita. ¡Más de 110 km y tres batallas en 4 días! Eso solo lo pueden hacer hombres movidos por una extraordinaria moral combativa.

Mientras Napoleón podía fiar sus victorias en la maniobra y en el fuego masivo de la artillería y de las líneas desplegadas de tiradores de infantería, Alexander Vasilievich Suvórov afirmaba que la victoria estaba en las piernas de sus soldados y en la carga a la bayoneta. Ambos tenían razón; cada cual ajustaba sus métodos a las posibilidades de sus medios. Napoleón tenía ciudadanos y una industria; Suvórov, siervos y un país atrasado.

Tácticamente, Napoleón asestaba el golpe principal contra el flanco enemigo, simultáneamente con otro frontal, o irrumpía en el centro de sus órdenes combativos, en busca de la ruptura, al mismo tiempo que envolvía uno de sus flancos. Las divisiones que asestaban el golpe principal recibían el apoyo masivo de la artillería del jefe superior y la protección de sus flancos por la caballería.

En esa época la columna de infantería francesa resultaba imbatible; ese orden combativo permitía a los jefes mover con facilidad grandes contingentes de tropas aún por terrenos accidentados, marchar rápidamente, maniobrar y pasar del orden de marcha al combativo y viceversa.

Cuadro de contracaballería

El cuadro contracaballería que había estado en boga cuando el apogeo de los piqueros suizos, los batallones pesados alemanes de la Guerra de los 30 Años y los escuadrones españoles de la época, y había caído en desuso fue rescatado en Egipto, como procedimiento más adecuado para rechazar las cargas de los jinetes de un enemigo que carecía de artillería y disponía de pocos medios de fuego. Este orden combativo fue empleado en el norte de África por el francés Thomas Bugeoud en la batalla de Isly y por Leopoldo O´Donell Jorris en Tetuán, en ambos casos contra unidades de caballería que no poseían apoyo de fuego artillero ni de la infantería. Hacia 1857, el cuadro, como orden combativo, aparecía en los reglamentos tácticos de Prusia, Austria, Rusia y Suecia, por lo que volvió a ser utilizado en Cuba por los españoles contra los jinetes mambises con notables resultados. Fernando Figueredo, en La Revolución de Yara, hace alusión a la valoración napoleónica del cuadro, lo que demuestra cómo la teoría del arte militar de la época era estudiada por nuestros patriotas.

Caballería

La caballería siguió siendo el arma de golpe de los ejércitos, sin embargo, la diferencia entre la caballería pesada y la ligera se acentuó en este período, en beneficio de la segunda. Napoleón creó la artillería a lomos y la empleó exitosamente contra la infantería y caballería enemigas, en golpes sorpresivos y especialmente en la persecución. En general, la caballería napoleónica fue la mejor del período en la explotación del éxito, la persecución, la exploración y la seguridad de los flancos.

Artillería

La Francia revolucionaria había heredado una excelente artillería de manos de Jean Babtiste Vaquette de Gribeauval, que aventajaba a las demás en cuanto a movilidad debido a la reducción del peso de las piezas y de los afustes, provistos de ejes de hierro y ruedas de mayor diámetro. Los caballos de tiro, puestos en parejas, contribuyeron también a hacer más ágil la maniobra francesa. Asimismo, la invención de cartuchos elevó su cadencia de tiro y, la normalización de los calibres, su abastecimiento con municiones. Napoleón aprovechó esas ventajas y convirtió la artillería en su medio principal de lucha. Uno de sus procedimientos favoritos fue el empleo de "la gran batería", una agrupación artillera dirigida centralizadamente, con la que neutralizaba al enemigo en la dirección del golpe principal, antes de pasar al asalto con la infantería.

Organización

En cuanto a organización, Napoleón perfeccionó estructuras heredadas del ejército republicano, principalmente la de las divisiones. En 1804 creó los cuerpos de ejército como unidades mayores capaces de cumplir independientemente misiones de gran envergadura y creó un cuerpo de ejército con tropas elite: la Guardia Imperial, con 90 000 efectivos reclutados entre suboficiales y soldados ejemplares con experiencia en varias campañas, que empleaba como reserva de tropas generales en las grandes batallas.

La masividad de las fuerzas armadas y la existencia de una ciencia militar que ganaba contenido cada día, obligó a profesionalizar los ejércitos y a prestar mayor atención a la preparación de las tropas, y especialmente, a la del cuerpo de oficiales. Aparecieron así el Real Colegio Militar Británico de Sandhurst y la Academia Militar de West Point en 1802, y el francés de St. Cyr en 1808. Prusia, que desde antes tenía centros de formación de oficiales, creó su Academia de la Guerra en 1810.

Napoleón puso el mayor cuidado en la selección y preparación de los cuadros de mando del nivel básico, a quienes exigía poseer hábitos de campaña antes de ser ascendidos. Ningún sargento podía acceder a ese grado antes de los cuatro años de servicio ni al de subteniente antes de los ocho. En St. Cyr formaba a los oficiales destinados a los mandos superiores, que él quería cubrir con hombres jóvenes, llenos de ímpetu y fieles. La edad promedio de sus oficiales superiores era de 37 años.

Esta práctica combativa pasó a enriquecer la teoría del arte militar en la obra de Antoine Henry, barón de Jomini. Sus obras Principios de la Estrategia (1818), Vida política y militar de Napoleón (1827), Tabla analítica de las principales combinaciones de la guerra y su influencia en la política de los estados (l836), Breviario político-militar de la campaña de 1815 y sobre todo su Nueva tabla analítica de las principales combinaciones de la estrategia, la gran táctica y la política militar (1838), revelan la intención de buscar y exponer científicamente las causas de las victorias de su antiguo jefe. Jomini formuló por primera vez los principios del arte militar y no cabe duda de que fue leído y estudiado por algunos de nuestros próceres. Una simple ojeada al Memorándum sobre el arte de la guerra, escrito por Eduardo Agramonte, revela que Jomini estaba presente, con fuerza, en su pensamiento militar.

Teoría

También Karl von Clausewitz, con su obra De La Guerra, publicada póstumamente, sentó una piedra angular de la teoría del Arte Militar moderno. Aunque su tratado no fue traducido al español hasta 1945, sin dudas, su pensamiento militar llegó a los cubanos. Recuérdese que Carlos Roloff, autor de unas ordenanzas para el Ejército Libertador, había peleado en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865) formando parte de un regimiento integrado por prusianos, para quienes Clausewitz era la suprema autoridad en lo tocante a ese arte militar.

El arte militar prusiano expuesto en su Instrucción de Brigada, de 1847, difería totalmente del francés y del español, que era copia exacta de este último. Los rusos tenían su Instrucción de División copiada de los prusianos, pero "mientras estos se limitaban a sentar en ella principios generales, cuidando mucho de no privar a los jefes de elevada categoría de la iniciativa que es tan necesaria, ellos (los rusos), sea por desconfianza en las dotes de sus generales, sea por el exceso de celos que tanto condenaba Charles Maurice de Talleyrand-Perigord, los sujetaban a reglas y preceptos invariables". Cabría añadir a este comentario que algunas de esas normas y preceptos eran tan absurdos como el que indicaba "evitar, en lo posible, los ataques de flanco y las maniobras envolventes [...] atacar con preferencia de frente y romper en el centro". (Moreno, 1878:131)[2]

Inmediatamente después de Napoleón, junto con el salto de la ciencia militar provocado por la ejecutoria del Gran Corso y su teorización por Jomini y Clausewitz, se produjo una especie de regresión en la práctica del arte militar europeo. Junto con la ola reaccionaria que pretendía negar los aportes de la Revolución Francesa en todos los campos, aparecieron jefes militares que, en una clara expresión de voluntarismo reaccionario, negaron las innovaciones napoleónicas al arte militar. Pero la vida se encargaría de sacarlos de su error, solo que a un altísimo precio.

Guerra Austro-Prusiana

En la Guerra Austro-Prusiana|guerra austro-prusiana (1866), la infantería austriaca estaba dotada de un fusil estriado de gran alcance y precisión, mientras que la prusiana contaba con uno de retrocarga de mayor cadencia y, en las condiciones de las formaciones compactas, a campo abierto, que adoptaron los austriacos al volver a los tiempos de Federico con el Reglamento de Maniobras para la infantería de 1853, compendiado en un folleto de ochenta y tres páginas por el general barón de Hes, el volumen de fuego demostró ser más importante que el alcance y la precisión, hasta el extremo de que se fue pasando de las columnas de batallón a las de compañía y de estas, a las de sección, en busca de reducir las dimensiones que tales formaciones presentaban al fuego enemigo. Una vez más, el armamento determinó la táctica.

Guerra Franco-Prusiana

La guerra franco-prusiana enfrentó dos escuelas, ambas atribuidas a un mismo fenómeno tecnológico: el aumento de las posibilidades del fuego de la artillería y la infantería. Pero, mientras que los franceses, olvidando el carácter maniobrero que Napoleón imprimió al arte militar, asumieron la defensa, las fortificaciones y el fuego a pie firme, como exigencias del combate, los prusianos llegaron a la conclusión de que la combinación del fuego con el movimiento, aprovechando las irregularidades del terreno, era la solución del problema. "El ataque es un fuego que avanza", decían sus reglamentos en los que se reconocía que los tiempos de la rigidez geométrica de los órdenes combativos, las formaciones compactas, el contacto de codos, la marcha acompasada y el fuego por salvas habían pasado y se abría una época en la cual la iniciativa, la flexibilidad, el aprovechamiento del terreno, los órdenes abiertos, la independencia de las unidades y el fuego de infantería decidirían las acciones combativas. La victoria prusiana demostró de qué lado estaba la razón.

Guerra de Independencia de España

La Guerra de Independencia de España revitalizó sus tradiciones de lucha irregular. Sin embargo, la cuna de la guerra de partidas no hizo suyo, ni divulgó las experiencias de su reciente y brillante victoria popular. Para el absolutista Fernando VII y los generales que dejó al frente de sus ejércitos, la palabra guerrillero era demasiado liberal y ya se conoce el trágico fin de algunos de sus más descollantes caudillos como el Juan Martín Díaz (El Empecinado) y Francisco Javier Miná (El Mozo). Tampoco el zar de Rusia sacó partido del método que emplearon sus guerrilleros para convertir en un infierno la retirada de la Grand Armée. Aunque parezca paradójico, fueron prusianos quienes, aprovechando ambas experiencias, teorizaron en cuanto al método después de la paz de Tilsit (1807), cuando Gerhard Johann David Von Scharnhorst y August Neidhart Von Gneisenau reformaron el ejército y prepararon la insurrección popular ante el peligro de una nueva invasión napoleónica y pusieron a la firma del rey la ley de Landwehr.

La ley llamaba a todo hombre físicamente sano a incorporarse al ejército regular, al Landwher (milicias locales) o a los batallones del Landsturm (milicias de asalto) a fin de prepararse para "la lucha sagrada de la autodefensa en la que todos los medios se justifican". Según Gneisenau, las milicias no debía llevar más uniforme que un quepis y un cinturón blanquinegro. "Al aparecer fuerzas superiores del enemigo, las armas, los quepis, y los cinturones deben esconderse y los milicianos se convierten en simples ciudadanos".

La ley establecía que las tropas milicianas debían hostigar al enemigo, tanto en sus avances como en sus repliegues; tenerlo en constante estado de alarma; asaltar sus convoyes de municiones y víveres y apoderarse de ellos o destruirlos; atacar a sus mensajeros, reclutas y hospitales; golpear por sorpresa de noche; eliminar a los soldados rezagados y a los pequeños destacamentos; cortar las comunicaciones; paralizar al adversario y lograr que todos sus movimientos fueran inseguros. Por otra parte, los batallones de Landsturm tenían la obligación de ayudar al ejército regular cumpliendo misiones de seguridad, de servicio de mantenimiento del orden y aseguramiento logístico. Al Lansturm se le prescribía también "evitar combates serios y marchar al bosque o a los pantanos en cuanto apareciera una masa de tropas regulares".

El aspecto ideológico fue también tenido en cuenta por August Neidhart Von Gneisenau cuando incluyó en la ley:

" el clero de todos los rangos debe recibir la orden de predicar la insurrección en cuanto comience la guerra, describiendo en los términos más sombríos el cuadro de la subyugación que implantan los franceses, recordar al pueblo a los hebreos de tiempos de los macabeos y exhortarlo a seguir su ejemplo…cada sacerdote debe hacer juramento a sus fieles para que no entreguen alimentos al enemigo, ni armas, etcétera, hasta que no los obliguen a ello por la fuerza."
August Neidhart Von Gneisenau

Al respecto, Federico Engels afirmó:

"esta ley pudiera ser considerada como una verdadera guía del guerrillero y como es obra de un experto estratega, es tan aplicable en la actualidad en Francia (marzo de 1870) como en su tiempo lo fue en Alemania"
Federico Engels

Por suerte para Napoleón I esa ley apenas se cumplió. El rey estaba asustado de su propia obra y solo cuando estalló la guerra, que desató espontáneamente la resistencia campesina y los pronunciamientos populares contra los invasores, el rey firmó la ley (23 de abril de 1813), que fue publicada tres meses después.

"no correspondía en lo absoluto al espíritu prusiano permitir que el propio pueblo combatiese al margen de las órdenes reales"
Federico Engels

Al respecto, Karl von Clausewitz escribió:

"la guerra del pueblo en la Europa civilizada es un fenómeno del siglo XIX. Tiene sus defensores y sus adversarios; los últimos la consideran, ya sea en sentido político, como un medio revolucionario, un estado de anarquía declarado legal, tan peligroso para el orden social de nuestro país como para el enemigo"
Karl von Clausewitz

Véase también

Referencias

  1. Dupuy, Ernest y Trevor N. Dupuy:The Enciclopedia of Military History. Nueva York, 1986
  2. Moreno, Martiniano, Estudios sobre la táctica de infantería, Madrid, 1878

Fuente