Guerra de Sucesión en Aragón (1700-1715)

Guerra de Sucesión en Aragón
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Fecha:1700-1715

Guerra de Sucesión en Aragón el 1 de noviembre de 1700 fallecía el último monarca de la Casa de Austria, Carlos II, quien en su último testamento (de 2 de octubre anterior) había nombrado heredero único de toda la monarquía a Felipe, duque de Anjou y nieto de Luis XIV de Francia; él se convertirá en Felipe V, IV de Aragón.

Historia Moderna

El testamento de Carlos II no fue objetado en Aragón. Felipe V había jurado los Fueros el 17 de septiembre de 1701. Y las Cortes reunidas en Zaragoza desde el 26 de abril de 1702, no permiten detectar animosidad alguna contra la nueva dinastía. No obstante, la inconclusión de las Cortes permite señalar, cuando menos, un cierto desinterés del monarca por el Reino de Aragón, que difícilmente habría de ser entendida por los aragoneses, sumándose así, la animosidad anti-castellana a la hostilidad anti-francesa, tan reiteradamente manifestada desde la Guerra de Cataluña.

La falta de sucesión de Carlos II había condicionado la política internacional europea durante su reinado, preocupadas las naciones por el nuevo equilibrio resultante de la sucesión española y del posible reparto de las posesiones de la monarquía. La introducción de la casa de Borbón en el trono español, tras el último y definitivo testamento de Carlos II, tuvo dos efectos inmediatos: de un lado, una guerra europea, provocada por el recelo de Inglaterra y Holanda a una confederación borbónica, y avivada por las pretensiones sucesorias del Archiduque de Austria Carlos, segundo hijo del emperador alemán Leopoldo; de esta manera, España y Francia quedaban enfrentadas a la práctica totalidad de las potencias europeas aliadas. Por otro lado, para los reinos de la monarquía española esta guerra de Sucesión se convierte en una auténtica guerra civil, que dividió a los españoles en dos facciones opuestas: los castellanos, que apoyaron al heredero legítimo Felipe V, IV de Aragón, y los reinos de la Corona de Aragón, que apoyarán las pretensiones sucesorias del archiduque Carlos.

El resultado de la guerra, con la consolidación en el trono de la monarquía absoluta de los Borbones, tendrá unas consecuencias decisivas para los antiguos reinos de la Corona de Aragón. Se trata aquí de analizar especialmente la incidencia de esta guerra en el reino de Aragón, prescindiendo de sus implicaciones nacionales e internacionales; es decir, se intenta definir el alcance y la naturaleza de la participación del reino de Aragón en la guerra y, posteriormente, anotar las consecuencias más importantes, tanto político-administrativas como económicas.

  • Aceptación de la nueva dinastía borbónica por los aragoneses: La reacción aragonesa ante la muerte de Carlos II fue de duelo hondamente sentido y reflejaba un sentimiento colectivo hacia un monarca desdichado, que se había captado devociones en los reinos de la Corona de Aragón por su respeto a los Fueros de Aragón y privilegios. La consternación se acentuaba por el carácter de la nueva dinastía, ya que se sumaban, de un lado, el odio popular a lo francés y por otro la etiqueta castellana con que se presentó la candidatura de Felipe V. Así, el último testamento de Carlos II fue aceptado como un duro gravamen para los aragoneses, al menos en ambiente de recelo y clima enrarecido.

Pero las primeras relaciones del nuevo rey con los aragoneses fueron bastante satisfactorias, a pesar de la torpeza del virrey, el marqués de Camarasa, que pudo agriarlas con sus insidiosos informes. Con motivo del programado viaje de Felipe V a Italia, el rey entró por primera vez en Aragón en septiembre de 1701, permaneciendo en Zaragoza, la capital del reino, del 16 al 20 de este mes. Los informes del virrey impidieron la proyectada entrada triunfal de S.M., pero la presencia de Felipe V suavizó este enrarecimiento y templó los ánimos; juró el rey los Fueros el día 17 en la catedral de San Salvador y fue aclamado en sus paseos por las calles y en sus comidas en público, celebrándose numerosos festejos. Sin duda esta primera visita contribuyó a disipar por ambas partes los primeros recelos.

La segunda prueba de buena voluntad por parte de Felipe V fue la convocatoria de las Cortes de Aragón particulares de Aragón, después de haber reunido Cortes catalanas. Convocadas para el 3-XI-1701, tras varias prórrogas, se celebraron en la ciudad de Zaragoza entre el 17-V y el 16-VI-1702, siendo presididas (en ausencia del rey, que había partido el 8 de abril para tomar el mando de los ejércitos en Italia) por la joven reina María Luisa de Saboya. La estancia de la reina en Zaragoza le permitió granjearse las simpatías de los aragoneses, que extremaron en este caso su proverbial caballerosidad. La convocatoria de las Cortes de Zaragoza de 1702, últimas Cortes particulares del reino de Aragón, constituyó un acierto político al motivarse como una «satisfacción pública» para los aragoneses. Sólo una historiografía viciada y deformada por los acontecimientos bélicos posteriores y condicionada por la política uniformista de los Borbones, ha podido arrojar baldones de rebeldía y entorpecimiento sobre estas Cortes. El debatido tema de la escasez del servicio votado en estas Cortes quedó obviado por la propia reina, que declinó las pretensiones reales renunciando al servicio, en atención a que las Cortes quedaban prorrogadas; por la misma razón quedaron en suspenso las peticiones del reino. De manera que los cien mil reales de a ocho se concedieron a título de «donativo voluntario», «en demostración de obsequio», «para una joya» a la reina.

  • La participación del reino de Aragón en la guerra de Sucesión: Como se verá a continuación, la actitud del reino de Aragón durante la guerra de Sucesión no es asimilable a la catalana ni a la valenciana. Henry Kamen ya advierte que es muy atrevido hablar de la «sublevación de Aragón» sin hacer matizaciones. Y, efectivamente, las matizaciones que hacer son tan prolijas que sólo globalmente pueden considerarse aquí. En líneas generales puede afirmarse que la posición de Aragón debe más al resultado inexorable de los acontecimientos bélicos que a una auténtica toma de partido. En este sentido, el papel de la ciudad de Zaragoza, capital del reino, es una buena muestra de las «mudanzas» aragonesas según soplaban los vientos de la guerra.

En Zaragoza se proclamaba por vez primera al archiduque Carlos el 29-VI-1706, pero conviene recordar que esto sucede cuando ya habían sido tomadas por los aliados Barcelona (9-X-1705) y Valencia (16-XII-1705), cuando había fracasado la ofensiva de Felipe V contra Cataluña en la primavera de 1706 (sitio de Barcelona del 6-IV al 10-V), y, sobre todo, cuando la propia capital de la monarquía, Madrid, había caído ya y prestado obediencia al archiduque. Precisamente en la proclamación del día 29-VI-1706 en Zaragoza fue decisiva la llegada del correo con dos cartas de Madrid, comunicando la noticia.

Evidentemente en Aragón se habían incubado los gérmenes del cambio en los años anteriores, especialmente durante 1704 y 1705. Henry Kamen ha analizado con acierto las razones aragonesas para una hostilidad hacia Felipe V, es decir, los «agravios» de Aragón; entre ellas hay que enumerar la tradicional hostilidad hacia los castellanos, derivada, de un lado, del desequilibrio aragonés en el papel de la monarquía, y, de otro, de la exclusión de los cargos públicos en favor de los castellanos; todo ello agravado por el nombramiento de virreyes castellanos, reincidente en otoño de 1705 en la persona del conde de San Esteban de Gormaz.

Tampoco debe excluirse la enemistad popular hacia los franceses, que en el caso de la colonia francesa de Aragón esconde, ante todo, razones económicas. A todo ello hay que añadir la agitación política llevada a cabo por Fernando de Meneses de Silva, conde de Cifuentes, que fue muy eficaz durante el año de 1705, especialmente en la zona de Teruel y Albarracín, con varias estancias en Zaragoza protegido por los labradores y albañiles del barrio de San Pablo. A estas razones se añade el hecho de que Aragón se convierte en territorio de paso de los ejércitos franceses, con los consiguientes desórdenes de las tropas acuarteladas y los atropellos con que los asentistas franceses recogían los granos para las provisiones de los ejércitos. Según un coetáneo, el conde de Robres, este comportamiento resultaba intolerable para «un reino acostumbrado a sus Fueros y desacostumbrado a las licencias militares».

En este contexto hay que situar el motín de Zaragoza del 28-XII-1705, cuando un regimiento francés al mando del mariscal Tessé al entrar en la ciudad por la puerta del Portillo, y de paso hacia el frente de Cataluña, fue interceptado por el pueblo cuando ya habían entrado dos batallones, atacados los soldados y muertos algunos. Ocurrieron alzamientos similares en Huesca, Calatayud, Daroca, por lo que, de todos modos, a fines de 1705, Aragón había dejado de estar seguro para la causa de Felipe V.

Lo cierto es que, ante el avance de las tropas austríacas en 1706, Aragón no ofreció resistencia armada, fenómeno que tampoco puede aducirse como prueba de rebeldía contra Felipe V, ya que el reino de Aragón se encontraba sin defensas organizadas. Prácticamente la resistencia al archiduque se consideraba imposible.

Así pues, la división de las fidelidades aragonesas entre Felipe V y el archiduque Carlos debe pormenorizarse y detallarse para no cometer el error de bulto de que todos los habitantes se rebelaron contra Felipe V, hubo muchos que permanecieron fieles e incluso se exiliaron, aunque después el reino fue tratado como rebelde y castigado.

Entre la nobleza que apoyó decididamente al archiduque Carlos destaca el conde de Sástago, Cristóbal de Córdoba y Aragón, que era «seguido y atendido de los naturales», Macanaz dice de él que sin sus ánimos no hubiera habido rebelión alguna. Junto al conde de Sástago merecen destacarse el marqués de Coscojuela, Bartolomé Isidro de Moncayo y Palafox; el marqués de Castro Pinós, Antonio de Benavides; el conde de Fuentes, Jorge Fernández de Heredia e Híjar. Voltes Bou, que ha estudiado las mercedes nobiliarias concedidas por el archiduque, cita además a Pedro Villacampa, Esteban de Esmir y Bartolomé Ciprián (a quienes concede título de conde), y a Jerónimo Antón y Sayas (el de marqués).

Entre la nobleza mencionada por Melchor de Macanaz como fidelísima a Felipe V se cuentan Juan de Azlor, conde de Guara; José de Urriés y Navarro, conde de Atarés; Matías Martín de Resende y Francia, conde de Bureta; Fernando de Sada y Antillón, marqués de Camporreal y conde de Las Cobatillas; Dionisio de Eguarás y Fernández de Íxar, conde de San Clemente; los marqueses de Tosos y de Lierta, y una larga lista, en la que se pueden incluir los perseguidos por el archiduque como desafectos. Hay algún caso curioso, como el del Ducado de Híjar, que son perseguidos por el primer gobierno del archiduque, pero que cambian de afecto en 1710. Denominador común de la nobleza más adicta a Felipe V es que son títulos de reciente creación, como los condes de Bureta y de Guara y los marqueses de Lazán y de Lierta.

En el alto clero, la causa borbónica tenía un fiel defensor en el arzobispo de Zaragoza, Antonio Ibáñez de la Riva y Herrera -por dos veces, además, virrey de Aragón-, de origen santanderino; también de origen castellano y afecto a Felipe V era el obispo auxiliar Lorenzo Armengual. En la misma línea se sitúa el obispo de Barbastro. En cambio, y siempre según Macanaz, eran partidarios del archiduque los obispos de Huesca y de Albarracín.

Pero de todos los grupos acusados de tomar parte en la rebelión destacan el campesinado y el bajo clero, que indican, según Kamen, «las fuertes raíces populares de los disturbios en Aragón»; algunos curas, como el de Magallón, sobresalieron como sediciosos contra Felipe V.

Sobre las ciudades aragonesas resulta a veces difícil precisar los afectos. Desde luego, destacan en primer lugar por su fidelidad borbónica Jaca, Tarazona y Borja, hecho en el que, sin duda, pesó la situación geográfica, colindante con Francia y con Navarra y Castilla. En este mismo sentido se hallan Canfranc y Aínsa. En Jaca dispuso la defensa de la ciudad el obispo de Lérida. Tarazona parecía ciudad segura, pues a ella envió sus bienes el arzobispo de Zaragoza y se refugió el fidelísimo gobernador del reino Francisco Miguel del Pueyo. Siguen en la fidelidad borbónica Caspe y Fraga. Otro centro de fidelidad, por su vinculación con el arzobispo de Zaragoza es Albalate del Arzobispo, con un entorno muy amplio, como Alcorisa, Alloza, Ariño, Urrea, Híjar, Mediana, etc. En la misma situación se encuentran muchas localidades de las comarcas de Tarazona y Borja, en la falda del Moncayo y cercanías de Tarazona (así Tabuenca, Tierga, Trasobares, Aranda, etc.).

En cambio, como afectas al archiduque, y poco de fiar, según Macanaz, son las comunidades de Teruel, Daroca y Calatayud. Ya se ha visto que la agitación sediciosa del conde de Cifuentes había sido importante en la zona de Teruel. Algunas ciudades de las Cinco Villas, y especialmente Ejea de los Caballeros, sufrieron gravísimos daños por ataques de las tropas de Felipe V, en la guerra de frontera entre Aragón y Navarra en 1707.

  • Radicalización y consecuencias de la guerra de Sucesión para Aragón: El primer gobierno del archiduque Carlos en Zaragoza se mantuvo durante once meses, desde el 29-VI-1706 hasta el 27-V-1707, período que puede aplicarse al reino de Aragón. Puede decirse que durante este tiempo Aragón se incorpora ya plenamente al escenario de la guerra, del que hasta 1705, y en palabras muy gráficas de Kamen, no había sido otra cosa que telón de fondo o retaguardia.

El archiduque anula todas las mercedes y gracias concedidas por su rival, expulsa del reino de Aragón a todos los franceses (medida de deplorables consecuencias económicas) e inicia la persecución de toda la nobleza desafecta. De esta manera se radicaliza el conflicto. La ciudad de Zaragoza mantiene en campaña desde primeros de agosto de 1706 numerosas compañías de infantería y caballería, defendiendo las fronteras, especialmente la de Navarra, y conquistando villas como Mallén y Tauste, ciudades como Borja, lugares como Villarroya y otros. El gobierno del archiduque no comete los mismos errores que el de Felipe V y organiza las defensas, dejando el peso económico y militar de la guerra sobre los propios aragoneses. El 4-VI-1707 el duque de Orleáns, recuperada ya Zaragoza de nuevo por Felipe V, y al establecer un nuevo impuesto recordará que la ciudad de Zaragoza y su reino habían dado «cantidad muy grande de dineros al ejército enemigo». Y no será sólo el peso económico de la guerra, al que se aludirá mas tarde, sino también graves desastres, como el caso ya citado de Ejea de los Caballeros y otros. Esto provocará que, al terminar la guerra, el número de casas en ruinas en Aragón haya podido evaluarse por Henry Kamen en un 10 %, y un porcentaje similar para la población desaparecida o emigrada.

De todos modos, la recuperación de Aragón para la causa borbónica en mayo de 1707 se debe de nuevo a hechos de armas ocurridos fuera de las fronteras aragonesas. Ya hemos visto que el primer gobierno del archiduque en junio de 1706 es la consecuencia del fracaso del sitio de Barcelona por Felipe V y del avance de los ejércitos aliados portugueses sobre Madrid, que proclama a Carlos III. Ahora la recuperación de Aragón por Felipe V (IV de Aragón), en mayo de 1707, se debe fundamentalmente a la victoria que los ejércitos hispanofranceses, al mando del duque de Berwick, obtuvieron en Batalla de Almansa (25-IV-1707) sobre los ejércitos aliados. Almansa significó para el archiduque la pérdida del reino de Valencia y el abandono del reino de Aragón.

Mucho más breve fue el segundo mandato del archiduque Carlos en Aragón, y de nuevo fruto de la suerte bélica en la península. El genio militar de los generales aliados (el alemán Starhemberg y el inglés Stanhope, fundamentalmente) iba a proporcionar a Carlos III una última chispa de esperanza. Ante el avance de Starhemberg desde Cataluña y sobre la frontera aragonesa, Felipe V acudió en el verano de 1710 a la línea del Segre para defender Lérida, siendo vencido en Almenara (27-VII-1710). Desde Lérida se retiró Felipe V a Zaragoza, donde decide de nuevo enfrentarse al enemigo.

Es un fenómeno curioso el que por vez primera se plantease ante la capital del reino de Aragón una batalla decisiva; sin duda la actitud de Felipe V y su confianza en los aragoneses había cambiado, pero la suerte militar le fue adversa, y ello a pesar de haber sustituido en el mando al mediocre general Villadarias por el marqués de Bay. El 20-VIII-1710 se enfrentaron a las puertas de Zaragoza el ejército de Felipe V, con unos veinte mil soldados españoles, mandados por el marqués de Bay, contra el ejército aliado del archiduque, formado por unos veintitrés mil soldados, de heterogénea procedencia (aunque destaca la participación alemana que alcanzaba los catorce mil, mandados por el general Starhemberg). El ejército real, cuyas alas se apoyaban en el Ebro y en el monte de Torrero respectivamente, fue vencido por Starhemberg, tras perder tres mil hombres y sufrir cuatro mil prisioneros. El día 21 de agosto el archiduque entraba victorioso en Zaragoza y recuperaba con un hecho de armas el reino de Aragón.

Permaneció el archiduque cinco días en Zaragoza, restaurando el antiguo régimen, que había derogado Felipe V en 1707 tras la batalla de Almansa. Los observadores militares califican este comportamiento de entretenimiento inadecuado, que permitió retirarse y reorganizarse al ejército vencido. Pero deja entrever las razones políticas y de gobierno del archiduque. Los hechos posteriores le darán la razón política.

Efectivamente, este segundo gobierno de Carlos III en Aragón apenas iba a durar cuatro meses. De nuevo sucesos militares en otros escenarios iban a suponer la pérdida, esta vez definitiva, de Aragón para el archiduque Carlos. Las derrotas sufridas por el general inglés Stanhope en Brihuega (9-XII-1710) y por el alemán Starhemberg en Villaviciosa (10-XII-1710) cambiaron definitivamente el curso de la guerra peninsular. El mismo día 12 de diciembre, Felipe V se dirige a la «fiel ciudad de Zaragoza» para manifestarle tan venturoso triunfo y agradecer el celo que «procurasteis en el adverso suceso que tuvieron mis armas en las cercanías de esa ciudad el día 20 de agosto», al tiempo que les solicita «contribuir a la oposición del pasaje de corto número de tropas, con que los enemigos ejecutan ya su retirada hacia ese reino». Como se advierte, el clima había cambiado sustancialmente en Aragón entre el verano de 1706 y el invierno de 1710.

  • Consecuencias político-administrativas: Puede decirse que con la recuperación del reino de Aragón por Felipe V en mayo de 1707, tras la batalla de Almansa, la guerra de Sucesión había terminado para Aragón a los efectos de las consecuencias político-administrativas. Desde luego, en absoluto permitían suponerlo las primeras actuaciones, desde el 27-V-1707, de S.A.R. Felipe de Orleáns, que se dedicó a restaurar el antiguo orden, ganándose la voluntad de los aragoneses. pero por los Decretos de Nueva Planta de 29-VI-1707, Aragón dejaba de existir como reino con órganos administrativos independientes, uniformándose en todo con las leyes y gobierno de Castilla.

Apenas sí se pudo aplicar la reforma hasta 1711, tras la consolidación de Felipe V con las victorias de Brihuega y Villaviciosa ya mencionadas. En palabras de Lacarra, todo el sistema administrativo del reino desaparece. Cesan el Justicia de Aragón y su tribunal; cesan las Cortes de Aragón y la Diputación del Reino. La Chancillería creada en 1707 se reduce el 3-IV-1711 a Audiencia real con una sala de lo civil, en la que se aplica el Derecho aragonés, y otra sala de lo criminal, en la que se aplica el Derecho penal castellano. El virrey es sustituido por el Capitán general, que, además del mando militar, es el presidente de la Audiencia. El Consejo de Aragón desaparece como tal, incorporándose al Consejo de Castilla.

En el gobierno municipal, el sistema de cinco jurados, elegidos por Insaculación, del ayuntamiento zaragozano, es sustituido por el de un Corregidor, nombrado por el rey, y veinticuatro regidores (Regidor). El reino de Aragón queda dividido en trece corregimientos (Corregimiento): los pirenaicos de Jaca, Benabarre, Barbastro, Cinco Villas y Huesca, los centrales de la Depresión del Ebro, con Zaragoza, Borja, Tarazona y Calatayud; y los meridionales de Daroca, Alcañiz, Albarracín y Teruel. Los corregidores tienen el carácter de gobernadores militares y políticos, son nombrados por la autoridad real y dominan los municipios con su presidencia. Los aragoneses podrían en adelante, ocupar cargos públicos en Castilla, pero el rey se reservó designar libremente los cargos aragoneses sin ninguna restricción. Aragón entraba así en la era del absolutismo y de la uniformidad política.

Sin embargo, este cambio profundo de carácter político-administrativo no se logra, como era de esperar, sin tensiones ni reacciones. La introducción de los Decretos de Nueva planta produce un grave descontento entre la población que había arriesgado su vida y hacienda por Felipe V, permaneciendo fiel, y que considera mal correspondida su fidelidad. Así, por ejemplo, don Bruno La Balsa y Campi, el 30-VIII-1711, y en representación de la ciudad de Zaragoza, todavía expresaba a S.M. que concediese a la ciudad «el que se gobierne conforme sus ordenanzas antiguas», a lo que se responde que «quiere S.M. que el gobierno de esa ciudad sea conforme las leyes de Castilla».

  • Consecuencias económicas: Los cambios más profundos a partir de 1707, y en los primeros momentos, fueron, no obstante, los económicos realizándose una profunda reforma fiscal. El superintendente general Thomas Moreno se hacía cargo en 1707 de todas las finanzas de Aragón, ocupándose del viejo impuesto de las Generalidades o derechos de aduanas, introduciendo el impuesto nuevo del papel sellado oficial y saneando las rentas reales del monopolio de las salinas y del tabaco. Se intentó introducir el impuesto castellano de las alcabalas, pero fracasó. Desde luego, tal como estaba cuando Moreno se hizo cargo en 1707, el sistema fiscal aragonés no era, en absoluto, provechoso para la corona, ya que se dedicaba a pagar funcionarios y obligaciones. Pero sólo a partir de 1711, cuando Melchor de Macanaz se hace cargo el 11 de febrero de la Intendencia General y hasta el 1-VII-1713 en que es sustituido por Balthasar Patiño, marqués de Castelar, esta reforma fiscal se hace verdaderamente eficaz. Macanaz se configura como el introductor de la Nueva Planta en Aragón. Entonces Aragón comienza a contribuir por vez primera a los gastos de la corona; según ha estudiado Kamen, en 1711-1712, la estimación de ingresos en reales de plata doble fue de 2,85 millones, los gastos de 1,73 millones, y el líquido para la corona de 1,11 millones (incluyéndose los impuestos de aduanas, papel sellado, rentas de tabaco y salinas, beneficios casa de moneda, renta de sede arzobispal vacante y confiscaciones).

Pero al margen de estos impuestos de carácter civil, el reino de Aragón se vio obligado a partir de 1707, y hasta 1714, a pagar una fuerte tributación de carácter militar, que terminó esquilmando al reino y que por término medio rindió anualmente unos diez millones de reales; desde 1709 esta contribución se cobraba en concepto de financiación del acuartelamiento de invierno de las tropas. Esta fuerte tributación militar permitiría establecer, una vez terminada la guerra de Sucesión el impuesto de «única contribución», como el mejor modo de consolidar el sistema fiscal sobre base no militar. En 1718 se impondrá en Aragón un impuesto único de 8 millones de reales, que al comprobarse resultaba excesivo se redujo a 5 millones. Aragón se uniforma así también a la situación fiscal castellana. Tan desorbitada presión fiscal se unió en los años de 1711 y 1712 a una elevadísima subida de los precios: escasearon los víveres y abundó el mercado negro, acentuándose la fiscalización y el intervencionismo. Por los datos de que disponemos para la ciudad de Zaragoza puede afirmarse que tras el primer gobierno del archiduque (el momento más tolerable económicamente) los precios se disparan sin cesar. Así, por ejemplo, el precio del trigo pasa de 25 reales por cahíz en marzo de 1707, a 80 reales en 1711, y a 100 reales a comienzos de 1712; el aceite, de 13 reales por arroba en marzo de 1707, a 30 reales en diciembre de 1711; la cebada, de 13 reales por cahíz en 1707, a 32 reales en octubre de 1711. Todos los precios mencionados corresponden a la intervención municipal, ya que en el mercado negro las ventas alcanzan precios mucho más elevados, menudeando las detenciones.

El peso económico de la guerra y de la nueva reforma fiscal, que resultan positivos para los recursos del Estado, arruinaron al reino aragonés, que no se recuperará hasta mediados del siglo XVIII.

Fuentes